Capítulo 17: DNA

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A menudo las personas que le rodeaban se preguntaban si estaba loca, porque solamente así se podría explicar su obsesión con enredarse con un chico, salir lastimada y luego volver a lo mismo con otro (eso o que era ninfómana, según las malas lenguas). En todo caso, Liz tenía fuertes motivos para darle de qué hablar al pueblo y tener los oídos omisos ante tales cuchicheos: él.
Hubo una ocasión cuando era una chiquilla en la cual su progenitora cayó gravemente enferma, producto de un resfriado que amenazaba con transformarse en una neumonía. Su padre, un señor muy ocupado, dejó de lado sus negocios para ir a verla y permitió que su hija le acompañase. Allí estuvieron buen rato pero la nena se aburría porque su papá había concentrado su atención en los doctores así que aprovechó para alejarse del salón. Entonces un niño más grande que ella la encontró entretenida en el jardín del hospital.
  —¿Está en cama? Eso no es bueno, espero que los médicos le den el alta ponto.
—¿También está tu mami aquí? —preguntó con su característica voz de inocencia.
—No —miró melancólico a unas flores que bailaban al compás del viento—, vine por otra razón.
—Papi siempre está visitando gente, mucha gente, tanta que apenas nos ve a nosotras. Mami dice que es para que estemos bien, ¿pero cómo lo sabe si nunca nos visita?
—A veces no es necesario estar frecuentemente cerca de alguien para saber cómo está. Puedes querer mucho a una persona y no verla a menudo —notó como la cría movía de un lado a otro su cabecita.
—Si quieres a alguien desearás estar a su lado todo el tiempo y nada podrá detenerte hasta conseguirlo; papi no me ama y por eso nunca está conmigo, incluso quiere más a mamá.
—¿Por qué piensas eso? —río por su comentario.
—Cuando yo me enfermo él ni siquiera se entera, pero si es mami enseguida viene —se cruzó de brazos molesta—; por eso hago perretas y me escondo de ella, a ver si papi se preocupa y viene a visitarme.
—Yo pienso que estás celosa de tu mamá —acarició su cabeza levemente—, es normal que lo veas así; pero sabes, de seguro tu papá te quiere pero tal vez le resulta difícil demostrarlo.
—¿Tú crees? —le preguntó esperanzada—. Sin dudas —le respondió.
Ambos sonrieron. Liz se reunía con el desconocido cada vez que acudía a con su progenitora; juntos hablaban de sus padres, jugaban a las escondidas o recorrían los alrededores del centro médico. Siempre salían a divertirse, sin embargo no fue así en aquella tarde nublada.
—Hoy no podremos estar afuera, ¿por qué tuvo que lloviznar?
—¿Odias la lluvia? A mí no me disgusta en absoluto —sus ojos parecían tristes mientras apreciaba el paisaje por una ventana.
—Me gusta chapotear en los charcos, pero mami casi nunca me deja. Lo hago en la escuela con mis amiguitos o de regreso a casa con la nana —se percató de la cara del niño—. ¿Por qué estás tan deprimido?
—No es nada, simplemente me hubiera gustado salir contigo.
—Mañana será divertido; te presentaré a mis papás, ellos de seguro estarán encantados de conocerte aunque papi ni se ha percatado de mis recurrentes ausencias —suspiró decepcionada.
—Oye… ¿qué se siente tener padres…? —quedó sorprendida por el brusco cambio de tema, no obstante, ingenua al fin y al cabo contestó con naturalidad.
—Bueno, al principio era fenomenal porque tenía toda la atención de ambos, pero desde que ascendieron a papi en su trabajo apenas lo veía; mami estaba cada día más apegada a su rutina de belleza y la niñera me sentaba en una silla a leer cuentos todo el rato.
—¿Pero se preocupan por ti, no?
—Bueno, mami me canta antes de dormir; la nodriza me recoge del colegio y papi, pese a todo, no se olvida de mi cumpleaños. Puede que de alguna forma, sí se preocupen por mí —volteó a verle con una sonrisa de oreja a oreja—. Se siente genial tener padres.
Cubrió su rostro con las manos excusándose de una persistente molestia en los ojos, ocultando las lágrimas que querían desbordarse por sus mejillas; ella no podía entenderlo en aquel entonces pero, podría ser que aquel extraño escondiera más de lo que percibía.
—¿Qué te pasa? —se había desplomado en el suelo encontrándose a su altura, viendo lo afligido que estaba quiso calmarlo.
—Siempre estaré solo… —balbuceaba entre sollozos—…no tengo a nadie.
Le abrazó. Liz también un día llegó a sentirse de ese modo, pero de alguna manera después de conocerlo poco a poco ese vacío fue desapareciendo empezando por su familia y terminando en ella; algo nuevo le estaba ocurriendo.
—No, yo estaré contigo.
Entonces dejó de oírle llorar, se apartó de sus brazos lentamente y le entregó su objeto más preciado.
—Este anillo perteneció a mi difunta abuela, antes de morir me lo obsequió para que me protegiera. Te lo presto para que te proteja a ti —secó las gotas saladas de este con sus diminutas manos.
—Gracias —él se sonrojó—. ¿Amigos?
Y al día siguiente no le vio.
Y los consecutivos a este.
Y por los meses venideros.
Tras un año se convenció de que no regresaría y desde entonces le busca; el chico de la sortija, su primer amor. Cuando cree que le ha encontrado algo sucede que los rasgos no encajan con su perfil, pues sus ex novios no resultaron ser lo suficientemente amables, comprensivos o sensatos tal como ella recuerda a su inolvidable primer amor. Sin embargo no se rendirá, no con el chico de la sortija.

***

—¿En qué piensas?
—Nada importante, ¿tú no estás de mi lado?
—La perfección no existe, fijaste a esa persona en tu corazón porque te dejó un grato recuerdo y deseas recuperar la felicidad de aquellos días. Pero también eso te pasa debido a que no le conoces en su totalidad; han pasado seis años.
—No me importa cuánto pudo haber cambiado, estoy segura de que su esencia es la misma. Y voy a encontrarlo cueste lo que me cueste.
—¿Te has preguntado qué pasará si no lo logras? Lo que te tomó días y meses, se convertirán en años o quizás décadas; ¿estás dispuesta a buscarlo por tanto tiempo?
—Te sonará ilógico, lo sé, pero cada segundo que respiro me parece una tormenta de agujas de tan sólo pensar que podría estar allá afuera y yo aquí adentro —alzó la vista hacia el cielo estrellado.
—Si cambias de opinión ya sabes dónde encontrarme —se levantó del asiento conjunto, la parada del autobús estaba vacía—, eres mi amiga y no quiero verte sufrir, pero respeto tu decisión.
—Rose… —la susodicha se detuvo en seco—…gracias.
No se volteó pero una ligera sonrisa se divisaba en sus labios; no podía comprenderla pero veía que su determinación era fuerte, no interferiría en sus asuntos, no podría repararla ya que jamás estuvo rota.

Mi pequeño mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora