*29. El juego y los Malfoy

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Los espectadores gritaron y aplaudieron mientras ondeaban miles de banderas rojas y verdes, los discordantes himnos de ambas naciones se sumaron al jaleo de la multitud. El enorme panel que tenían enfrente mostró: BULGARIA: 0 - IRLANDA: 0.

—Y ahora, sin más que esperar, permítanme que les presente a... ¡Las mascotas del equipo de Bulgaria!

Las tribunas del lado derecho, que eran un sólido bloque de color escarlata, bramaron en aprobación.

—¡Son veelas! —exclamó Draco, al tiempo que su padre, con un movimiento de su varita, les ponía a ambos un protector sonoro en las orejas.

—¿Qué son vee...?

Un centenar de esos seres mágicos ingresaron al campo de juego dando la pregunta por respondida. Las veelas eran mujeres, las mujeres más hermosas que hubiera visto nunca... pero no era posible que fueran humanas, podían hacer brillar su piel en un resplandor plateado y, sin que hubiera viento, el pelo dorado se les abría en abanico detrás de la cabeza. En aquel momento comenzó a sonar una música de lo más agradable, las veelas se pusieron a bailar y, a medida que aumentaban la velocidad de su danza, Alexis pudo notar que los hombres a su alrededor comenzaron a actuar extraño, como si pensaran en saltar al estadio para impresionar a esos seres

Entonces cesó la música y el estadio se sumió en gritos masculinos de protesta. La multitud no quería que las veelas se fueran. Los varones Malfoy se descubrieron las orejas y sonrieron con orgullo, como si hubieran sido los únicos que sabían lo que iba a pasar.

—Y ahora —bramó la voz de Ludo Bagman— tengan la bondad de alzar sus varitas para recibir a... ¡Las mascotas del equipo nacional de Irlanda!

En aquel momento, lo que parecía ser un cometa de color oro y verde entró en el estadio como disparado, dio una vuelta al terreno de juego y se dividió en dos cometas más pequeños que se dirigieron a toda velocidad hacia los postes de gol. Repentinamente se formó un arco iris que se extendió de un lado a otro del campo de juego, conectando las dos bolas de luz. La multitud exclamaba «¡oooooh!» y luego «¡aaaah!», como si estuviera contemplando un castillo de fuegos de artificio. A continuación se desvaneció el arco iris y las dos bolas de luz volvieron a juntarse y se abrieron: formaron un trébol enorme y reluciente que se levantó en el aire y empezó a elevarse sobre las tribunas. De él caía algo que parecía una lluvia de oro.

Mucha gente se volvió loca tratando de atrapar algo de ese oro, en ese momento el enorme trébol se disolvió, los leprechauns se fueron hacia el lado opuesto al que ocupaban las veelas y se sentaron con las piernas cruzadas para contemplar el partido.

—Ahora, damas y caballeros, ¡demos una calurosa bienvenida a la selección nacional de quidditch de Bulgaria! Con ustedes... ¡Dimitrov! —una figura vestida de escarlata entró tan rápido montada sobre el palo de su escoba que solo se pudo distinguir un borrón en el aire. La afición del equipo de Bulgaria aplaudió como loca, luego nombró al resto de equipo que hizo la misma entrada— ¡Ivanova! ¡Zograf!, ¡Levski!, ¡Vulchanov!, ¡Volkov! Y... —mantuvo el sonido por unos segundos— ¡Krum!

Una nueva figura hizo su aparición zumbando en el aire, igualmente vestida con una túnica de color escarlata, se sumó a su equipo sin alardear. Viktor Krum era delgado, moreno y de piel cetrina, con una nariz grande y curva con cejas muy negras y pobladas. Semejaba una enorme ave de presa. Costaba creer que solo tuviera dieciocho años.

—Y recibamos ahora con un cordial saludo ¡a la selección nacional de quidditch de Irlanda! —Bramó Bagman—. Les presento a... ¡Connolly!, ¡Ryan!, ¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!, ¡Quigley! y... ¡Lynch! —Siete borrones de color verde rasgaron el aire al entrar en el campo de juego—. Ya por fin, llegado desde Egipto, nuestro árbitro, el aclamado Presimago de la Asociación Internacional de Quidditch: ¡Hasán Mustafá!

La otra Granger *en Edición*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora