*5. Los primeros días

2.1K 177 0
                                    

A la mañana siguiente Alexis despertó temprano, con toda la emoción del viaje y la selección casi no había podido descansar como esperaba pero aún así se aseó y preparó para ese primer día de clases. Se sorprendió bastante al encontrar junto a sus pertenencias una corbata de color verde y plata, además su uniforme ahora llevaba bordado el escudo de su casa: una serpiente en tonos grises dentro de un recuadro verde y más detalles en color plata. Cada vez le gustaba más este mundo en el que apenas se estaba sumergiendo. Todas sus compañeras dormían pero eso no le importó y subió al Gran Comedor en busca de un buen desayuno que le diera las energías necesarias para superar ese primer día. En la entrada se encontró a su hermana. Ambas sonrieron y se dieron un gran abrazo.

—¿Crees que nos digan algo si desayunamos juntas? —preguntó Hermione mientras observaba a los pocos alumnos que había a esas horas en el salón.

—No creo, somos hermanas después de todo, no pueden prohibirnos estar juntas.

—Eso es verdad, mejor en mi mesa ¿no? —sonrió apenada, Alexis asintió y la siguió a la mesa de los leones. Se sentaron en una punta, apartadas, para no molestar a quienes ya se encontraban desayunando.

—¿Qué tal es Gryffindor?

—Raro, todos son muy amables pero tengo la impresión de que hablé de más y no a todos les gustó. Extrañé horrores tenerte a mi lado en esos momentos. Entiendo qué fui enviada a esta casa para descubrir mi verdadera valía, o eso dijo el sombrero... Aunque a decir verdad casi me selecciona para Ravenclaw, eso habría sido interesante pero no logro entender por qué te mandó a Slytherin.

—Para darme un gran reto que superar. Y creeme va a ser así. Nadie me dirigió la palabra después de que Malfoy anunciara que soy hija de muggles, pero se van a tragar su petulancia, ya lo verás —sonrió con orgullo y dio un rápido vistazo a su mesa—; además, el sombrero me dijo que soy demasiado floja para ser una de ellos —señaló la mesa de Ravenclaw—, también dijo que me aprovecho de ti ¿puedes creerlo?

—¿En serio? Bueno, no lo creo así —negó quitándole importancia—, espero que nos toquen algunas cuantas clases juntas, sino no sé cómo vas a hacer para estudiar, porque sí, eres floja para estudiar sola.

—Siempre voy a tener acceso a tus apuntes ¿no?

—Puede ser, no lo prometo —Hermione le sonrió y entonces notó que mucha gente las miraba—. Parece que no vamos a poder desayunar juntas muy seguido.

—Vamos a tener que aprender a estar una sin la otra —comentó Alexis con un deje de tristeza—, solo no permitamos que nos separe esta rivalidad que hay entre nuestras casas ¿sí? Porque estoy segura que no deseas iniciar una revuelta durante la primera semana de clases.

—Ni en tus más locos sueños lo haría, pero dalo por hecho, no dejaremos que nos separen.

—En la semana tenemos que hacernos el tiempo para escribir a casa, deberemos tener muchas cosas para contar ¿te parece bien?

—Es una idea genial.

En Hogwarts había ciento cuarenta y dos escaleras aproximadamente, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente determinados días, otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos se seguían visitando unos a otros, logrando desorientar a los alumnos. Los fantasmas tampoco eran de mucha ayuda. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Nick Casi Decapitado siempre se sentía contento de señalar el camino correcto a los nuevos Gryffindors, Hermione estaba realmente agradecida con él porque detestaba llegar tarde a clases, pero Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase.

La otra Granger *en Edición*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora