*27. La Madriguera

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Aparecieron frente a una chimenea ubicada en una vieja pero muy ordenada cocina, el viaje no había sido tan agradable como esperaban, sino más bien incómodo y nauseabundo. Incluso les costó unos cuantos segundos recuperar el sentido de la orientación. En esa habitación se encontraba el resto de la familia Weasley. Uno a uno se presentaron frente a las mellizas, sobre todo porque Alexis no estaba tan familiarizada con los Weasley como sí lo estaba Hermione. Los primeros en hacerlo fueron los hijos mayores del matrimonio, que ya no estudiaban en Hogwarts cuando ellas empezaron.

—Encantado de conocerlas, será mejor que se alejen de la chimenea —dijo el más cercano a ellas, mientras les dirigía una amplia sonrisa y extendía su mano para que la tomaran. Era áspera y estaba llena de callos y ampollas—. Soy Charlie.

—El chico de los dragones —pronunció Alexis, recordando el motivo de su castigo en el Bosque prohibido durante su primer año, a causa de un dragón.

—Él mismo —rió y sus ojos azules brillaron. Su constitución era muy parecida a la de los gemelos, y diferente de la de Percy y Ron, que eran más altos y delgados. Tenía una cara ancha de expresión bonachona, con la piel curtida por el clima y tan llena de pecas que parecía bronceada; los brazos eran musculosos y en uno de ellos se veía una quemadura grande y brillante. Alexis quedó fascinada con él.

Bill se levantó sonriendo y también les estrechó la mano. Hermione le había comentado a su hermana que Bill trabajaba para Gringotts. Él era alto, tenía el pelo largo y lo usaba recogido en una coleta, llevaba un colmillo de pendiente e iba vestido de manera apropiada para un concierto de rock, salvo por las botas.

—Ustedes dos son asombrosos y muy guapos —Alexis no pudo evitar decir—. Yo soy Alexis, la Slytherin de la familia, ella es Hermione, la chica buena.

Los hermanos rieron ante la presentación de la aún pelinegra.

—Supongo que no hace falta presentar a los demás pero si eres Slytherin no debes estar muy familiarizada con mi clan. Ese es Percy —señaló al Weasley que se había egresado el año anterior de Hogwarts y que nunca le había caído del todo bien—, Fred y George —ambos hicieron una reverencia burlesca—, Ronald y Ginny.

—Gracias por invitarme, espero que sean unos días amenos —expresó Alexis al mismo tiempo que Hermione se acercaba a Ginny y Ron—, porque estoy segura de que van a ser muy largos —murmuró para sí.

En ese momento apareció la madre de todos los Weasley, les comunicó a las gemelas que dormirían con Ginny en su habitación, lugar en el que ya habían dejado sus pertenencias. Incluso habían soltado a Crookshanks, quien correteaba por el patio, intentando cazar gnomos.

La cocina era pequeña y todo en ella estaba bastante apretujado. En el medio había una mesa de madera que se veía muy restregada, con sillas alrededor. Era la primera vez que estaban en la casa de una familia de magos. El reloj de la pared de enfrente solo tenía una manecilla y carecía de números. En el borde de la esfera había escritas cosas tales como «Hora del té», «Hora de dar de comer a las gallinas» y «Te estás retrasando». Sobre la repisa de la chimenea había unos libros en montones de tres, libros que tenían títulos como La elaboración de queso mediante la magia, El encantamiento en la repostería o Por arte de magia: cómo preparar un banquete en un minuto.

El lugar resultaba bastante acogedor y familiar.

Subieron hasta el último piso para conocer la casa, en el camino Ronald les iban explicando a quién pertenecía cada habitación, luego volvieron a bajar hacia el primer piso, donde estaba la habitación de la menor de la familia. Tenía vista al huerto y era muy luminosa, además estaba decorada con carteles de Las Brujas de Macbeth y de la capitana de las Arpías de Holyhead, Gwenog Jones. En el patio había un garaje en ruinas con un pequeño corral. Al observar la casa por fuera parecía como si en otro tiempo hubiera sido una gran pocilga de piedra, pero aquí y allá habían ido añadiendo tantas habitaciones que ahora la casa tenía varios pisos de altura y estaba tan torcida que parecía sostenerse en pie por arte de magia. Cuatro o cinco chimeneas coronaban el tejado. Cerca de la entrada, clavado en el suelo, había un letrero torcido que decía «La Madriguera». En torno a la puerta principal había un revoltijo de botas de goma y un caldero muy oxidado. Varias gallinas gordas de color marrón picoteaban a sus anchas por el corral.

La otra Granger *en Edición*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora