capítulo 8

161 34 64
                                    

Estoy enfermo.

Hay situaciones tan desagradables que suelen llevarnos a puntos de nuestra vida donde fácilmente podríamos haberlas evitado. Yo no dejo de viajar a la noche anterior, justo al momento donde me arrojé a la cama con la ropa mojada. Siempre me dan ganas de levantarme a patadas.

— ¡Achú! —estornudo, haciendo que Sir bigotes, quien duerme plácidamente sobre este cuerpo moribundo, de un brinco.

Con mis ojos entrecerrados e irritados evalúo la habitación solo para darme cuenta que la luz del sol ya se filtra por entre las ventanas abiertas y el sonido de los autos y la multitud en la calle ya se deja oír. No tengo ni idea de la hora pero a juzgar por el calor del infierno, ya pasaba del mediodía.

Sorbo mi nariz y con la lentitud que mi cuerpo adolorido requería, hago mi mayor esfuerzo por levantarme e ir a buscar algo de comer; sin embargo, no había dado ni un paso cuando un vértigo terrible me golpea, haciendo que me tambalee y vuelva a caer a la cama, aplastando mis esperanzas y a mi gato en el proceso. Suelto un suspiro de resignación y cierro poco a poco mis ojos.

Odio enfermarme, mis defensas son un asco y lo que para algunos es una simple gripe, para mí es el apocalipsis desatado en mi cuerpo. Hay quienes beben un poco té o simplemente lo dejan pasar, yo debo comerme media farmacia solo para apaciguar los síntomas.

Estaba pateando con mucho placer el cuerpo del Io de la noche anterior para cuando sentí cierta cercanía en mi rostro terrenal, como un par de sutiles caricias en mi mejilla. Frunzo el ceño y me remuevo para evitarlas, pero no tarde en sentir un par de labios pegados a mi oreja.

— Tsss, Tsss. Soy un mosquito, duérmete y voy a chupártela —susurra.

Seguido de eso, al no poder reprimir la risa, esa persona suelta una carcajada, cayendo sobre mi cuerpo y logrando que despierte de golpe.

Veo con los ojos en rendijas a un peli verde aún con su mochila en la espalda tirado sobre mí y riéndose como un enfermo mental, haciendo que su cabellera verde cayera sobre su rostro sonrojado, dándole el aspecto de alguien a quien debía estrangular. ¿Quién más podría ser si no Isaac?

— ¿Qué haces aquí? —pronuncio con la voz enronquecida.

Se apoya sobre su costado con una mano sosteniendo su cabeza y la otra en su cintura para sonreírme ampliamente, dejando al descubierto sus caninos un poco torcidos.

— Vine a verte, bebé —informa—. Llegué al aula con las energías para llenarte la cara de besos no homo y ¡Zas! Que Baian dice que no habías llegado —se encoje de hombros—. No tuve más remedio que irme de ahí y traértelos por delivery.

Le miro mal.

— ¿Llegas a la universidad después de días de ausencia y te marchas como si nada solo porque yo no fui?

Su sonrisa se ensancha.

— ¿No te parece tierno? —suelta, empezando a escabullirse sobre las mantas para subir sobre mí— ¿No te parece que merezco un beso? Vamos Io, comámonos la boca como heteros. 

Empujo su rostro con violencia y entre gruñidos tanto suyos como míos, termino pateándolo fuera de mi cama hasta el suelo, donde se encoje en una carcajada.

— Dios...—murmuro, llevándome la mano a la frente— ¿No pudo ser alguien responsable y cuerdo como Sorrento? ¿Por qué este imbécil? —murmuro. Estaba dispuesto a seguir quejándome hasta que recordé que ahora tengo trabajo con el mismo sorrento que mencioné.

Me levanto de la cama pateando a la alfombra humana de Isaac, quien solo pudo quejarse, y empiezo a buscar mi móvil con desesperación.

— Bonita camisa —señala Isaac—. Se ve cara.

The One That You LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora