Capítulo 11

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— ¡Io!

El empujón que le di a Orpheo fue tan fuerte que casi golpeó su cabeza contra el cristal de la puesta tras de si. Mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho y cuando Euridice abrió la puerta de atrás la miré agitado. Ella tenía el móvil en su mano y parecía haber traído la mirada en la pantalla, pero, ante el escándalo dentro del auto, no pudo evitar mirarnos curiosa.

La situación era tan evidente, las ventanas eran polarizadas pero mi seguro sonrojo y agitación era algo que tenía, literalmente,  enfrente.

— ¿Qué estaban haciendo? —preguntó, bajando el móvil.

— Besándonos —respondió con tranquilidad, Orpheo.

Le miré con sorpresa y traición mientras el ceño de mi novia se fruncía.

— ¿Ustedes...?

— ¡No! —grité, y una ceja de Orpheo se alzó. En ese momento supe que él no tendría problema alguno confesando todo, y me aterró. La voz me temblaba, se me hacía casi imposible articular y pensar en algo lo suficientemente creíble— Bueno, s-sí —las cejas de mi novia se alzaron, me apresuré a remediarlo— ¡Pero nada romántico, fue en agradecimiento y...!

— ¿Agradecimiento de qué? —pregunta, sin apartar sus negros ojos escudriñantes de los míos.

Decirle que había obtenido dinero de una manera absurda de parte de su adorado hermano era acabar con el último gramo de dignidad que tenía, pero era inevitable.

Introduje la mano en mi bolsillo para mostrarle el motivo de aquella extraña muestra de agradecimiento, pero Orpheo puso su mano en mi hombro, deteniéndome.

— Le dije a Io que necesitaba un maestro de español, y que quería que él me enseñara —explica, colocando un signo de interrogación en mi rostro, luego me da dos palmaditas amistosas mientras sonríe— ¿Quién iba a decir que era tan efusivo? Me agarró a besos.

En la mirada que me lanzó no ví nada de buena voluntad, era una mirada tan peligrosa que me advertía que el haberme seguido el juego iba a salirme caro.

Miré a Euridice para asegurarme de que su reacción fuera buena, pero ella ya se había inclinado a abrazar con ojos tristes a Orpheo.

— Orpheo ¿Necesitabas un maestro de español? ¡Debiste decírmelo! Te habría conseguido uno de las mejores academias —lloriquea, aferrándose a su hombro—. Mi pobre hermanito.

Con un toque de incomodidad camuflada en una sonrisa, se quita suavemente a Euridice de encima.

— No es necesario, Io es casi un profesional —señala—. Además, tú querías que nos lleváramos bien y esta es nuestra oportunidad.

La rubia asiente llena de ilusión hacia Orpheo, pero luego me mira a mí con el ceño fruncido.

— Deja de besar a las personas solo porque estás feliz, Io. Es de mala educación —riñe—. Sé que lo haces con tus amigos, pero ellos son personas extrañas, no lo hagas con Orpheo.

El peliceleste estaba a punto de encender el auto, pero, al escuchar esto, quitó su atención del volante y se volvió hacia Euridice.

— Así que lo hace con sus amigos —pronuncia con repentino interés. 

— Todo el tiempo —enfatiza—. Y no solo con sus amigos, una vez le llenó de besos la cara a nuestro cocinero porque le dio helado para llevar.

— ¡Euridice! —me quejé— Estaba borracho, me disculpé después.

— Con sus amigos no me sorprende —continua, ignorándome—, tú ya has visto de lo que son capaces; incluso, uno de ellos tiene una foto haciendo cucharita con él. Te lo enseñaré. 

The One That You LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora