Capítulo 4

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Mi departamento era el único lugar con más potencial para estar solo

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Mi departamento era el único lugar con más potencial para estar solo. Al menos ahí la gente no me observaba y podía descansar el cuerpo luego de un largo día de arduo trabajo. Aunque solo con estar libre de las miradas ajenas podía darme por bien servido, no tener los ojos de la gente encima debe ser con mucho la mejor sensación de todas.

Abrí la puerta y las luces se automáticas del recibidor se encendieron. Proseguí quitándome los zapatos, los dejé al pie de la entrada y las luces volvieron a apagarse cuando avancé hacia la sala.

Mi comodidad en los lugares oscuros era inigualable y jugar con los movimientos de mi propia sombra resultaba relajante. Además, desde esa altura, la luna se presentaba frente a la ventana y su delgada luz invadía los rincones adecuados en mi hogar. Ese era un toque único para muchas de mis noches.

Fui hacia el refrigerador y lo abrí con la intención buscar algo de beber. Tomé un envase de cartón de jugo de naranja. «Orgánico y sin azúcares añadidos». En lugar de beberlo directamente del pequeño envase, me serví cierta cantidad en un vaso de cristal y me lo lleve hacia los labios para disfrutar de su sabor... Por poco lo devuelvo cuando la sensación de acidez me se deslizó por mi garganta.

¡I mas eobs-eo!

No me había agradado para nada el sabor. Estuve a punto de escupir el segundo trago, pero contuve mis impulsos y me lo tragué para no ensuciar y evitarme el trabajo de limpiar mi propio desastre.

Me quedó un gusto ácido y acedo en el paladar.

En el supermercado bajé la guardia solo un segundo y los vendedores terminaron convenciéndome de qué era una buena opción, por supuesto era su trabajo. Quise creer por una vez pero no volvería a caer.

—¡No vuelvo a comprar jugos! Me quedo con las bebidas energéticas y punto.

Meneé la cabeza y tiré el cartón a la basura. Luego terminé vertiendo el resto del jugo de mi vaso en el lavaplatos.

Olvidando aquella mala experiencia, fui hasta mi habitación. Coloqué mi saco dentro del armario y me vestí con una sudadera de color negro. Alguna vez usé ropa de otros colores pero, en ese momento, el negro era el único color que me permitía llevar encima.

Cansado y agotado, arrastré los pasos hasta mi habitación. Tomé el control remoto, me acomodé en la cama y encendí el televisor que estaba enfrente.

No se transmitió nada emocionante esa noche. Ninguna película, serie o programa deportivo atrapó mi atención. Lo que es más, no me aparecía ver nada. Estaba a punto de presionar el botón de apagado y de pronto, la imagen de dos rostro conocidos apareció en la pantalla. Julián Abeln y Hale MacKendrick. Se encontraban en un programa de entrevistas.

—Hace dos años que su tutelo Hale MacKendrick heredó completamente la compañía, ¿eso lo ha dejado sin empleo? —estaba preguntando el conductor del programa.

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora