Capítulo 24

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Había zumbido persistente en mis oídos conforme iba recuperando la conciencia

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Había zumbido persistente en mis oídos conforme iba recuperando la conciencia.

Abrí los ojos y al hacerlo el dolor de cabeza se volvió más severo, tenía la sensación de que el metal continuaba rebotando contra mi cráneo. Me dolía el cuello porque había dormido con la cabeza inclinada y por eso mismo que lo primero que ví al despertar fueron mis muslos y parte de mi abdomen.

Tuve que cerrar los ojos otra vez para intentar enfocar la vista. Me sentí mareado y parecía que había un velo encima de mis ojos.

Todavía así caí en la cuenta de que estaba sentado sobre una silla frágil y con las manos atadas a la espada. Me sacudí para intentar desatarme y los amarra cables de plástico que me mantenía atado me lastimaron la piel sensible de las muñecas al hacerlo. Lo mismo ocurrió en mis tobillos.

Cuando mi vista dejó de estar borrosas, levanté la cabeza hacia el techo y luego voltee hacia los lados para averiguar qué sitio era aquel, quería saber si seguía en el edificio y si me habían llevado a otro lado. Sin embargo, no podía saberlo. Me encontraba en medio de una especie de salón, uno muy grande, pero no tenía idea de en dónde.

En medio de mi frustración hubo un detalle que me exigió parte de atención. En cada extremo del salón estaba colgada una cortina, eran anchan, largas y gruesas. La de la derecha era de color blanca mientras que la de la izquierda era negra.

Me asaltó otro escalofrío.

Cómo no había ningún reloj en la pared y no podía ver la hora en mi teléfono intenté averiguarla por medio del sol. La cantidad de luz dorada que entraba por las ventanas, que estaban casi al límite de las paredes, indicaban que la puesta de sol estaba cerca.

¿La puesta del sol?

¿Habían pasado horas o días?

No tenía cuánto tiempo había permanecido inconsciente y empecé a preocuparme.

Brinqué junto a la silla de arriba a abajo y luego me balancee hacia la izquierda y hacia la derecha para intentar desatarme, pero las tiras de plástico estaban demasiado ajustadas y solo conseguí que mis muñecas se cortaran con cada moviento.

—No gastes energías —dijo esa voz.

Me detuve por un acto de inercia y traté de ubicar su figura.

—¿Atarme? ¿No se te ocurrió una mejor idea? —espeté al darme cuanta de que bajaba por unas escaleras.

Cuando el hombre se paró frente a mí, me di cuenta de que no había cambiado la gran cosa, seguía siendo igual al espectro que aparecía en mis pesadillas: alto, pálido, mirada fría y ese lógrebo y largo cabello que dejaba crecer a la altura de sus hombros.

—Sí que tengo una buena idea —dijo mientras buscaba en los bolsillos de mi saco, el cual todavía traía puesto y entonces la encontró—: La daga de Pain. —Se llevó el arma al rostro con una gran sonrisa de satisfacción.

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora