Capítulo 11

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Semanas más tarde, era yo el que se encontraba en el baño cautivo por ansiedad del mismo calibre que la de Lanz

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Semanas más tarde, era yo el que se encontraba en el baño cautivo por ansiedad del mismo calibre que la de Lanz.

La presión del agua que salía del grifo era tan fuerte que no podía escuchar nada más que el sonido del agua corriendo. El agua se deslizaba por el lavamanos de mi baño mientras yo me frotaba las manos con el jabón, creyendo que nunca iban a ser capaces de estar limpias.

«Usas ese reloj en tu muñeca para no recordar el vació que dejó la pulsera que ya no usas.»

Me fijé en mi muñeca derecha, donde llevaba puesto el reloj.

Tenía que reconocer que ella no se equivocaba del todo. Sí, sustituía el brazalete con ese reloj inepto. ¿Qué podía hacer cuando mi muñeca se había acostumbrado al peso que un objeto rodeándola? Sin el reloj o el brazalete la sentía liviana y extraña... vulnerable.

Pero esa era una fracción de la historia. El reloj me ayudaba a ocultar algo más, un detalle que aún no me siento capaz de admitir, solo diré qué esconde aquello que no me es grato de ver. Pude haber seguido usando el brazalete, pero ya no tenía sentido llevar un símbolo de amistad cuando estaba decidido a romper el vínculo con los que, en un momento dado, fueron cercanos a mí.

Me aislé de ellos porque no quería «elegir».

Pero, ¿cómo fue que terminé involucrado con las personas a a las que tanto intentaba alejar en primer lugar?

Eso sí que fue todo un adefesio.

Eso sí que fue todo un adefesio

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Ya era tarde. El primer día de escuela, de mi segundo año en bachillerato, acababa de concluir.

Discurrí por las calles de la ciudad como de costumbre. Cuando el volúmen de mis auriculares alcanzaba el máximo los alrededores se convertían en mi patio de juegos: leía los sentimientos ocultos de las personas en su lenguaje corporal, independientemente de lo que ellas intentaran trasmitir con sus palabras. Era muy divertido estar allí.

De un momento a otro, sentí que la vibración que ocasionaban las bocinas de los autos se iban duplicando.

Si no hubiera girado la cabeza hacia la derecha, no hubiera visto a una chica que intentaba cruzar la autopista más transitada de la ciudad y todo hubiera ido como siempre.

LA DAGA DE PAIN©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora