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— Gracias Gisela, creo que vamos a cambiarnos — Flegt toma mi mano y me dirige por las escaleras

— Díganme Gi, chicos — escuchamos a lo lejos antes de entrar a una habitación

— Esto no puede estar pasando, debe de haber otra manera de regresar, ¡no podemos esperar cuatro años para volver a casa! — se recuesta en la puerta

— ¿Será que soy un hada y por eso soy tan baja?

— ¡Aster! — Flegt intenta contener la risa pero no puede — Creo que es muy posible.

— Vamos a volver a casa, vamos a volver con Farah y todo estará bien — me acerco a él y le doy un abrazo

— Mis padres deben estar como locos.

— Te deben estar buscando hasta debajo de las piedras — bromeo

— A ti también, te quieren como a una hija.

— Pero no son mi familia, tal vez la tía Samantha me busque durante una semana y después pensara que decidí huir, dejándome en el olvido.

— Lamento no haber estado contigo cuando murieron tus padres... — sus ojos están brillantes y se nota con más claridad esa mezcla de verde con amarillo

— Estás ahora que te arrastre a un pueblo en el cual tenemos que estar cuatro años, creo que lo compensa.

— Esperemos encontrar otra salida o Farah nos matará.

— Lo haremos, pero primero hay que cambiarnos y comer algo, muero de hambre.

Él no dice nada y comienza a cerrar cada una de las ventanas que hay en la habitación con seguro y revisa la ropa que hay en el armario.

— Creo que está es tu habitación — saca un vestido color azul — Aunque el azul me quedaría muy bien.

— Dudo que el vestido sea de tu talla.

— Voy a esperarte en la puerta cuando termines la abres por favor — comienza a caminar hacia la puerta

— ¿Por qué esperaras, no sería más sencillo qué te fueras a vestir?

— Estamos en un lugar desconocido con brujas y hadas, no voy a dejarte sola hasta que sepa que es seguro — esboza una sonrisa y sale de la habitación

Comienzo a ponerme el vestido azul el cual tiene tirantes y es suelto de la cintura para abajo, llega hasta la rodilla y tiene la falda es grande y la tela parece tul, decido ponerme unas zapatillas negras que habían junto a una gabardina del mismo color y decido salir.

— Casi ni te reconozco — esboza una sonrisa — Te miras...hermosa.

— Gracias, es tu turno de vestirte.

— Acompáñame, tengo que traer mi ropa.

Caminamos por el pasillo observando entre las habitaciones hasta encontrar una al final de todo la cual tiene grandes ventanales, con una enorme cama llena de cojines junto a muebles que combinaban con el lugar.

Luces En FebreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora