Mamá

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Cuidado: Material sensible.

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Estoy cansado, tan casado.

Tengo que levantarme, pero no siento fuerzas en mis brazos para retirar las frazadas que me cubren. Pesan tanto que siento que me asfixian y medio aplastan; más no me matan.

No quiero levantarme, no quiero enfrentar otro día sin ti, mamá.

Todas las mañanas me duele ya no verte en la casa, con esa sonrisa tan tuya que siempre nos regalaste. Todavía siento que si permanezco un tanto más en la cama vendrás y me despertaras cálidamente.

Pero sé que no vendrás, ya no puedes.

Aviento las frazadas y me siento de golpe en la cama. Arrastrando los pies llego al baño y me lavó la cara con agua fría para desaparecer todo rastro de sueño, el cual parece mayor a cuando me fui a dormir.

Tengo tantas ganas de llorar, pero no me lo puedo permitir. Debo ser fuerte, por papá y mis hermanos. Ellos necesitan un pilar, y yo lo seré.

Pero te extraño tanto que siento que no puedo seguir. No sé cómo vivir sin ti.

Respiro profundo y salgo del baño una vez que logro tragar todo este dolor, como cada mañana desde que ya no estás.

A mitad de pasillo vuelve esta tristeza que me duele tanto y me siento furioso. He empezado a tener una manía por trasformar la tristeza en enojo. Es un remedio temporal que he encontrado para obtener fuerzas y no romperme a llorar.

Medio a los gritos logro levantar a Tomoe y prepararlo para la escuela. Tiene los ojos hinchados de nuevo, ha llorado en la noche.

Una vez ya en el colegio centro toda mi atención en la explicación del profesor.

Siempre adoré estudiar, bien lo sabes. Pero últimamente siento ganas de patear el banco y huir a donde nadie me vea para hacerme una bolita, gritar, llorar y volver a gritar.

Pero me esfuerzo en prestar atención a la clase, soy el mayor y debo ser el ejemplo a seguir.

Aprovecho los recreos para repasar o adelantar trabajos, y es que al llegar a casa se me complica hacerlo ya que debo ayudar a Tomoe con su tarea y cuidar de Kanako. Siento que es mi obligación y no quiero abusar de la ayudada brindada por Tía Matsuda.

El tiempo ha perdido sentido para mí, hay veces que un día se sienten como 1000 años y, otras veces, equivale a un parpadeo.
Hoy ha sido el segundo caso.

La cena ya está en la mesa, pero no tengo hambre. No me apetece comer nada que no sea lo que tu preparabas.

Mi parte lógica entra en funcionamiento nuevamente. Si no me alimento me debilitaré y enfermaré, además que preocuparé a todos. Así que con eso en mente me obligo a terminar la comida frente a mí.

Y de nuevo llegó la hora de dormir. Tras poner en condiciones y acostar a los más chicos, con un saludo a Tía Matsuda me encierro en mi cuarto.

Siento como las fuerzas me abandonan una vez estando sólo.

Cierro los ojos y nuevamente te pienso. Todos te extrañamos.

Papá dice que estás en un lugar mejor, un lugar en donde el dolor ni la enfermedad existen. Un lugar en donde ya no hay medicamentos amargos y ni esa debilidad que en el último tiempo no te permitía salir de la cama. Y desde ese lugar nos cuidas.

Te extraño y, aunque suene egoísta, quisiera que estuvieras aquí.

El mundo se me ha vuelto tan grande y frío sin ti, mamá. Tú eras el sol y en menos de cuatro meses esa maldita enfermedad te consumió la vida.

Cierro los ojos intentando conciliar el sueño, mañana me toca enfrentar otro día más de toda una vida sin tu cariño, tus consejos, tus enojos, tu comida, tu risa, tus abrazos y tus regaños.

De ahora en más, al abrir los ojos debo enfrentar toda mi vida sin ti, mamá. Y me duele, por eso estoy llorando una vez más.

Sé que nos volveremos a juntar algún día. Ya no estará la enfermedad, la debilidad, ni el dolor. Y te verás tan hermosa, brillando tan magníficamente como te recuerdo.

Esa próxima vez que nos juntemos ya no tendremos que decirnos adiós.

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