Parte 4: El paso más difícil

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El cielo nocturno de Nagoya quedó al otro lado de la puerta cuando el pelinegro ingresó al departamento. Pero la oscuridad de la noche seguía siendo la misma dentro de la residencia.

Se sentó y comenzó a quitarse los zapatos en el genkan, supuso que Souichi se quedó con su familia.
Pero una luz se encendió detrás suyo para anular su hipótesis.

Sus ojos dolieron y los entrecerró como acto reflejo. Al abrirlos se encontró con el dueño de su corazón caminando hasta detenerse a unos pasos de él.

Pensó que a lo mejor le gritaría debido a lo acontecido durante la tarde o por el hecho de haberse marchado dejándolo con todo el problema o... Su línea de pensamiento fue cortada por una frase —Tenemos que hablar —aquello le hizo temblar de pies a cabeza, tenía miedo. Las lágrimas quisieron asomarse, pero las trago y asintió sin mirar. Caminaron y se sentaron a la mesa, enfrentados.

No debiste besarme —fue lo siguiente.

Sí, él lo sabía muy bien. No debía, pero por estupidez lo había hecho. Odiaba como los sentimientos lo desbordaban por momentos y no podía contenerse. Quién hubiera pensado que un simple beso, cuando pensó que nadie los vería, desataría tal desastre.

—Lo siento, senpai —apenas articuló.

—Eso es mentira, hoy lo sientes y mañana lo volverás a hacer. ¡Lo mismo ocurrió cuando el maldito de Isogai nos vio! —El rubio tuvo la necesidad de gritar, pero si lo hacía las cosas se irían por el desagüe y no era esa su intención.

El recién llegado no había despegado la vista de la mesa, lo cual hizo enojar al mayor.

Entonces una pregunta surco el aire —¿Qué somos, senpai?

—No estamos hablando de eso.

El labio inferior del menor temblaba ligeramente, pero elevó la vista para enfrentarse a esos ojos ámbar. —En parte sí lo estamos haciendo. Quiero saber qué somos, qué soy para ti, qué sientes por mí—. Si ese era el fin, que lo fuera bien. Porque de todas formas en su alma no existía esperanza de ser perdonado.

—¿Qué mierda estás preguntando?

—Dijiste que no éramos nada.

Somos amigos.

—No es cierto ¡¡Ningún par de "buenos amigos" hace lo que hacemos!!

¡¿Y qué demonios es lo que esperes que te diga y le diga a mi familia?!

—¡Creo que primero debemos aclarar esto entre nosotros para, después, poder pensar en qué le diríamos a tu familia!

La discusión comenzaba a descarrilar y la voz se elevó de ambas partes. Entonces, en el tiempo que lleva hacer una taza de té, todo se fue al carajo.

—¿No sabes acaso que es difícil para mí? Sabes bien que odio a los homos, pero a ti, únicamente a ti, te permito tantas cosas. ¡¿Qué mierda crees que significa eso?!

—¡No lo sé, siempre me dices que todo son imaginaciones mías! ¡¡DILO CLARO DE UNA MALDITA VEZ!!

Ambos se encontraban de pie, con el corazón estrujado y algunas lágrimas rebeldes escapando para rodar por sus amargos rostros.

—¡¡Ese paso es difícil para mí, Morinaga!! ¡¡Yo no soy un maldito homosexual!!

Una lágrima llegó hasta la dolorosa y a la vez sarcástica sonrisa que apareció en el rostro del pelinegro. Lamió su labio inferior —El primer paso para marcharse también es el más difícil, senpai —ojos verdes estaban clavados en aquellos dorados —pero a pesar de ello yo lo estoy dando —se dio la vuelta dando por terminada la conversación.

Sí, ese era el final. Probablemente después se arrepentiría, pero no había duda que, quizás, era lo mejor para los dos.

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Y cada día que abría mis ojos allí estaba la muy maldita, sentada tan tranquilamente en medio del caos de mi mente.
Destrozando mi alma con su mísera presencia, amargando de a poco mi mera existencia.
Al final puedo decir que no hay vida si decides coexistir con ella.
Alimenta con zozobra y te colma de inseguridades.
Y la muy maldita tiene nombre, se llama incertidumbre.
M.D.D.

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