Parte 2: Dolor

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Una daga atravesando su pecho hubiera sido menos dolorosa que escuchar tan fuerte negativa por parte de Souichi.

El modo tan desesperado por negar absolutamente todo lo que había y podía haber entre ellos, lo había destruido.

La forma en que la cálida tarde se había transformado en un ambiente donde se dificultaba respirar. Los gritos, los reclamos, la pelea entre hermanos, de pronto se empezaron a mezclar con otras voces gritando y rompiendo todo cuanto les rodeaba. Eran los recuerdos de su familia los que se habían presentado frente a sus ojos.

Entonces sintió como si la realidad se fragmentara, como cuando se rompe un vidrio al recibir una pedrada. Todo se volvió más oscuro y sintió perder todas las fuerzas.

Le dijeron tantas veces que era él quien había destruido su propia familia. Jamás lo había creído, hasta esa misma tarde. Tarde de una familia que después de meses se habían vuelto a poder juntar, él lo había destrozado.

Era su culpa nuevamente, él era la molestia, él era el fruto podrido, el problema era él... como siempre.

Había elevado la voz para repetir esa frase tan dolorosa que había sido pronunciada en la voz del amor de su vida: No somos nada.

El pecho se le apretaba y una necesidad inmensa de llorar se había apoderado de él, pero tapó ante esos ojos ese dolor que podía partirlo a la mitad. Igual que hizo aquella vez frente a los suyos.

Él había cometido el error, él había arruinado todo. Por eso prefirió repetir esa frase, no quería que tan hermosa familia fuera destruida por su culpa.

Y al final escapó cobardemente, pero de no hacerlo esa fachada se desmoronaría, de no hacerlo se asfixiaría. Estaba mal huir, pero el mal mayor fue lo primero que cometió: un anhelado, casto y mísero beso.

Ahora sabía que todo estaba perdido, este era el final. Tatsumi jamás se lo perdonaría, él mismo no se perdonaría.

Morinaga salió de tan amargos y ennegrecidos pensamientos al notar que el movimiento de la persona a su lado izquierdo no había cesado, a pesar de ya llevar varias cuadras.

Agradecía en lo profundo de su corazón aquella compañía, mas quería realmente estar solo. Así que se frenó de golpe, su acompañante también.

A pesar de no sentir la voz en su garganta se obligó a hablar —Gracias Isogai, pero hasta aquí está bien. Puedes ir a hacer tus cosas, no quiero ser una molestia.

El mencionado se le quedó mirando con el ceño fruncido, como analizándolo. En sus ojos se reflejaban mil palabras, pero sus labios se mantenían sellados, realmente no hay palabras para un corazón destrozado. Pareció meditar medio segundo más y luego procedió a abrazarlo. Sin previo aviso y en plena calle, la cual se encontraba extrañamente desolada.

—Puedes llorar Morinaga, ya estamos bastante lejos.

Verdaderamente quería llegar a su departamento para encerrarse en su dormitorio y dar rienda suelta a todo su dolor. Pero esa simple frase, ese simple y cálido abrazo, fueron suficientes para hacer brotar todo su llanto y terminar derramándolo sobre el hombro del más bajo.

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