𝕮apítulo 5. 𝕽𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘

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—Pobrecillo... —Suena la voz femenina de alguien, una que no reconozco, lo que intuyo que es Pauline.

Por alguna razón su tono lastimero me irrita. Da igual que guarde semejanzas con mi madre, porque sé que ella murió hace más de dos siglos y yo sigo vivo. Puedo ver incluso un aura similar a la de ella, aunque con sus claras diferencias: Mientras mi madre tenía un precioso y cálido color melocotón, tan dulce, tan maternal... Pauline tiene a su alrededor un neutro tono coral. No es precioso sino mundano. Sí, bueno, también muestra dulzura y el mismo aire maternal que el melocotón de mi madre, pero nunca será igual. Por mucho que se parecieran dos personas, jamás tenían el mismo color en sus auras. Lo mismo pasa con los mellizos, los gemelos, los trillizos, los cuatrillizos... Los mismos hermanos y hermanas que entran en esa categoría tienen colores muy similares, pero jamás idéntico. Ni aun cuando sus sentimientos son iguales. A veces colores opuestos.

Ahora mismo estoy a oscuras. ¿He muerto? No. Si hubiera muerto habría despertado en la habitación oscura con Anubis, y no escucharía la voz de esa mujer. Entonces, ¿me he desmayado? Esa posibilidad es mucho más plausible. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que me llevé algo a la boca, poco después de huir de aquella psicópata de pelo blanco. 

—Seguro que estuvo viviendo en la calle por lo que me estás diciendo —afirma Pauline con un tono igual de triste que el anterior—. Si hubiera escapado de casa hubiera tenido, al menos, dinero o una pequeña maleta de viaje. Pero si dices que no tenía nada... Oh, pobrecito...

¡Joder, qué irritante es! No necesito la puta lástima de una desconocida.

¿Cómo se atreve a hablar de mí de esa manera? Esa humana no sabe nada de mi vida, y dudo mucho que conozca el verdadero significado de la pobreza; el dolor que se te acentúa en el estómago cuando pasas hambre. Sé a la perfección lo que es sentir cómo tus entrañas se devoran a sí mismas cuando pasas varios días sin comer. 


Lo recuerdo perfectamente:

Era alrededor de año 1835 y estaba en algún pueblo ignorado de Alemania. Acaba de salir de un contenedor después de superar un ataque de pánico porque pensaba que había muerto, una vez más. Cuando salí con el cuerpo sucio, apestando a fruta y verduras podridas, la lluvia en ese momento era implacable y fría. Tenía una apariencia de quince años. Ese día del mes de noviembre había intentado ganar unas pocas monedas contando chistes en inglés, hasta que un grupo de policías me echaron a porrazos. Luego me pillaron, me dieron una paliza en un callejón, me robaron el dinero y me lanzaron a la basura como un desperdicio más.

Mi cuerpo estaba débil, lleno de heridas y moratones en todas mis extremidades, además de llevar dos días intentando racionar una seca hogaza de pan. Para mi mala suerte acabé perdiendo mi pequeña porción de pan mohoso entre la basura, así que tenía que buscar algo de los cubos cercanos a los comercios.

La lluvia me había calado por completo antes de pasar de largo una humilde floristería con la puerta cerrada, y yo estaba muerto de frío. Temí morir de hipotermia. El pan no era un alimento suficientemente sólido como para darme fuerzas, y aunque a veces calentaba un par de hojas secas a modo de té entre las brasas de los indigentes, jamás podrían llenar mi estómago como lo haría una simple ensalada básica. Caí varias veces contra el suelo de tierra, y aunque mi cuerpo intentaba cederle el puesto a la pasividad y al dolor, las pocas fuerzas y el orgullo eran lo poco que me quedaba para seguir adelante.

No podía volver a casa. No sabía como volver y ya no estaba seguro de conocer la ubicación exacta; tampoco sabía si alguien me esperaba tras la puerta para darme la bienvenida, y mucho menos tenía dinero para desplazarme. 

𝔸𝚜𝚋𝚎𝚕 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora