Mi padre siempre fue un hombre que utilizaba las palabras con franqueza y elegancia, una espada y un pañuelo, un puñetazo y una caricia. Sabía exactamente las palabras que tenía que utilizar en prácticamente cualquier situación, sin importar cuán dificultad se le presentase. A diferencia de mi madre, una mujer que se guiaba por la dulzura, la empatía, la comprensión y la delicadeza, él siempre conseguía convencer a los demás con el amasijo de palabrería que se le acumulaba en su propio cerebro.
Así fue como convenció al colegio cuando yo era joven. No se inventó una excusa vacua y simple, la idea de que tenía una enfermedad crónica era impensable, sino que abrió el abanico de palabras y sobrevoló en la moral de todos y cada uno de los presentes en la junta directiva, convenciéndolos uno a uno. En una conversación de solamente dos horas era más que suficiente para llevarse a los diez adultos en el bolsillo.
Y en su trabajo. Fácilmente podría haber escalado peldaño a peldaño y aumentar de categoría, sobre todo si hubiera ejercido aquel poder de convicción que tanto recordaba. No lo hizo. Quiso ocultar aquella cualidad tan particular y esforzarse como cualquier persona, ascender muy lentamente por sus propios méritos, alejado de la tentación de las palabras. En casa fue un mago de las palabras, pero con el paso de los años dejó de hacerlo. ¿Por qué razón haría eso? Yo adoraba escuchar sus sabios consejos.
Sin embargo una pequeña idea en forma de recuerdo me invadió a modo de flashback: Recuerdo una pelea cruda con un compañero de trabajo, el cual lo acusaba de haber sido cómplice de un fraude con su compañero de mesa. Aquel hombre que recuerdo vagamente, con su ropa arrugada, ese bigote negro horrible y sus dientes ligeramente sobresalidos que me recordaban a las ratas, lo atacaba verbalmente. Sin embargo mi padre permitió que lo golpeara con su voz, acompañado de pequeñas gotas de saliva, manteniendo una postura firme y seria.
Cuando el hombre terminó de lanzar su venenoso monólogo mi padre sacó elegantemente un pañuelo blanco, bordado con flores amarillas en los costados —regalo de mi madre— del bolsillo de su chaqueta gris, se limpió las pequeñas gotas que impactaron contra su cara y luego lo miró. Recuerdo que su mirada en ese momento podría haber descongelado el infierno, en el caso de que pudiera helarse, y eso provocó que el hombre enmudeciera al instante tras murmurarle mi padre algo. Dio varios pasos hacia atrás, me agarró de la mano y me sonrió para irnos a casa.
No pude saber qué le dijo, aunque fuera lo que fuera no era nada bueno. El hombre presentó su despido al día siguiente y jamás volví a verlo en el pueblo, ni siquiera a su mujer —que no recuerdo— y a su hijo Jaques, un joven de rizos rubios oscuro, los ojos color chocolate y la piel amarillenta. Un chico enfermizo, pero simpático.
En esta situación, mientras todos mis compañeros de grupo me miran con una mezcla de sentimientos, se me ocurre pensar en mi padre. Qué ironía realmente. Un hombre de familia, bañado con el don de la palabra y la humildad con un hijo como yo, silencioso, ausente y evasivo. De pocas palabras en realidad. La inteligencia que poseo no le llegaría a las suelas de los zapatos a la hora de hablar, convencer o engatusar a alguien. Lo sé.
Pero lo intento, porque las palabas de mi padre se dividen entres frases muy concretas que pueden aplicarse a la situación: « Si quieres hacerte amigo de un perro de la calle, dale de comer. Después decides lo que quieres hacer con él ». ¿El perro sin los gemelos y Kael? Los primeros siempre van juntos y uno de ellos es excesivamente precavido por los dos. Y el chucho del infierno es intratable y no parece para nada desvalido, porque su arrogancia es tal que prácticamente me apartaba como lo haría mi hedor mortífero.
« Un soldado es como un científico: analiza, piensa y ataca. El primero usa su memoria muscular y sus balas, el segundo su inteligencia y sus datos » ¿De qué me sirve pensar en esa frase ahora mismo? Estoy en un lugar totalmente desconocido, en tierra de nadie, en medio de un islote que no tiene nada a su alrededor para poder orientarme. La mezcla del pasado, presente y futuro entre el mobiliario son un camino a medio recorrer, porque aunque conozca muchas cosas atrasadas, actualmente no sé nada y del futuro mucho menos. Estoy caminando a ciegas.
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𝔸𝚜𝚋𝚎𝚕 [También en Inkitt]
Viễn tưởngPara la muerte es un soldado encubierto, quien no será auxiliado; para los Dioses del mundo un juguete con libre albedrío, que será injustamente estudiado. Asbel posee una inmortalidad cuestionable, una suerte que da risa, y es la diana perfecta par...