𝕮𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟹0. 𝕷á𝚐𝚛𝚒𝚖𝚊𝚜 𝓐𝚣𝚞𝚕 𝕴𝚗𝚏𝚒𝚎𝚛𝚗𝚘

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Marzo iba a ser el mes del caos que no vería venir, el mes de las sorpresas inesperadas, y el mes donde la muerte me afectaría tanto como lo hicieron la muerte de mis padres tiempo atrás.

Pero para saber lo que pasó, antes hay que empezar desde el principio.


Cuando Kael me confiesa lo que significa la flor —pese a que la tome con dudas—, sé que mi cuerpo y mi mente han creado emociones nuevas y distintas a las que ya conocí muchos años atrás. Es un cambio, otro que tiene que ver con nosotros y nadie más. Otro. Sé que éste es una de esas oportunidades en la vida en las que siento miedo, temor a que los fantasmas del pasado vuelvan a por mí y viertan cubos de cautela y yerros que se aúnen a los que ya he cometido y vivo con ellos. Pero mis fantasmas no han vuelto, parece que me han abandonado temporalmente y, aunque las cosas parezcan aciagas, la confesión de Kael la percibo con una ligera marca doble que emana desde dentro hacia fuera: Una en algún rincón de mi mente para exigir su lugar privilegiado, y la otra justamente en el centro del corazón para que lo note en cada latido.

—¿Aceptas esta tonta flor y mis estúpidos sentimientos? —pregunta, aún con el fuerte rubor en las mejillas. Sé que se siente avergonzado por ser tan emocional frente a mí, y frustrado porque no es algo que case con él.

Ahora mismo, me pregunto si Kael es capaz de sentir amor; si está dispuesto a que compartamos un sentimiento horriblemente cálido y que nos vuelve débiles frente al peligro. ¿De verdad qué ya ha llegado a ese punto de su vida, en el que desea ofrecerme algo que no quiere darle a nadie más? No será sólo sexo sin cadenas, besos de necesidad o abrazos forzados durante las noches para no pensar. Será sexo con emociones, besos con deseo y abrazos de protección; un cambio de tuerca, pese a saber que a él lo han utilizado de una forma asquerosamente cruel y desagradable.  

—¿Te gustaría que lo hiciera, aun sabiendo lo que soy yo en realidad? —cuestiono con mis dedos tocando el tallo del tulipán. Áspero, y todavía caliente por haberlo tenido él en su mano—. Sabes lo que soy, lo que conlleva, y que no todo será bueno o agradable. También se llora y sufre.

Los ojos rubís de Kael parecen joyas metidas dentro del agua mientras el poderoso sol del verano las ilumina. Están fijos en mí, diciéndome demasiado en un silencio que alarga, y me gustaría creer que esto es una broma más y que sólo quiere hacer el idiota como hace de normal. ¿Por qué querría estar ligado a un arconte? Estoy maldito, tengo mucho más años de los que tendría su tatarabuelo posiblemente, y mi mente a veces se colapsa porque no puedo soportar la presión de los aledaños que arrastro por cada década que pasa. 

—¿Aceptarías a tú a alguien como yo, que está maldito y carga tras su espalda algo más que la muerte de sus padres? —me devuelve la pregunta, esperando que mi respuesta coincida con la suya. 

No puedo asegurarlo, sólo lo intuyo mientras me mira de ese modo. Serio, pero con los ojos aguados; honesto, pero también con miedos; directo, pero con un aura que ahora mismo se sacude tanto por los nervios que casi parece que se quiera quemar a sí mismo por lo que está haciendo. Emociones, atracción, deseo, romanticismo... Kael no habrá crecido con esos valores según la charla que tuve con Eric, quien dijo que en lugar de ascender junto a los demás prefirió hundirse entre sótanos y sótanos de sórdidos deseos oscuros de su familia. Mi mente no es capaz de imaginar qué cosas han hecho con él, qué es lo que le ha llevado a ser la criatura que es hoy en día, qué es aquello que lo ha empujado a plantarse aquí y declarar eso que nunca habrá dicho de la misma forma a otra chica.

—¿Maldito?  —finjo impresionarme, porque dudo que se pueda estar más maldito que yo.

—Los perros del infierno estamos malditos desde el primer momento que salimos del interior de nuestra madre. Atraemos la desgracia, evocamos al peligro, y algunas personas se lucran de aquello —expresa con una seriedad que me quita parte del humor—. Me... gustaría contarte la historia de cómo murieron mis padres, y también mi madrastra. Quizás entiendas por qué te digo esto ahora.

𝔸𝚜𝚋𝚎𝚕 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora