𝕮𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 31. 𝓢𝚎 𝓐𝚐𝚊𝚙ó, 𝚖𝚒 𝓟𝚎𝚛𝚛𝚘 𝕴𝚍𝚒𝚘𝚝𝚊

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—¿Ya has aprendido la lección, o vas a seguir matándote, pequeño arconte? —cuestiona Cloto, suspirando por vigésima vez en lo que mi cuerpo se estampa contra el suelo de la habitación oscura.

—¡Joder, siempre cambia! —gruño, golpeando el suelo con los puños cerrados.

—El destino siempre está en constante cambio, cariño —expresa la mujer con gesto aburrido—. Así que te lo voy a decir directamente: O prestas atención a absolutamente todos los detalles que dejas por el camino sueltos, o te voy a ver tantas veces aquí que te pondré el título más deshumanizante que conozco en griego antiguo —me clava la mirada, una severa conforme yo me levanto del suelo—. ¿Te ha quedado claro, arconte, o necesitas que sea más hija de puta? 

—Sí, señora —espeto con una afirmación firme que parece gustarle.

Ella asiente.

—Bien... Ahora reflexiona, abre tu mente, y demuéstrale a todo esos dioses de mierda que vales para esto.


Cloto, una de las tres moiras de la mitología griega ha sido mi acompañante en esta ocasión. Camille Caludel se refiere a ella como una mujer anciana con rasgos afilados y las cuencas de los ojos vacías. Recuerdo ver su obra en 1983, sin embargo lo que tengo delante no tiene nada que ver con la descripción de aquella artista, sino una opuesta. A mis ojos es una mujer alta y muy delgada, vistiendo únicamente con una toga de seda color marfil. El cabello a modo de melena leonina de un oscurecido castaño, la piel pálida como un folio de papel y los ojos tan negros que casi parece que carece de ellos. Su voz es firme y ligera cuando sentencia u ordena, melodiosa a veces; pero al contrario que mis otros compañeros en las salas oscuras, ella es muy directa en todo lo que piensa. Del mismo que lo es Kael, lo que hace que mi interacción con ella sea mucho más fluida de lo que podría haberlo hecho en el pasado.

He muerto veinte veces, veintiuna ahora que me encuentro de nuevo en este lugar, y temo decir que esto es mucho más complicado que lo que vivido en el hotel. Los cambios en cada intento cambian constantemente y he llegado a la conclusión que la culpa es de Cloto, una de las tres moiras ligadas al destino. 

Pese a insultarla, maldecirla verbalmente, atacarla o realizar cualquier acción ofensiva, parece que la mujer no le importa en absoluto todo lo que sale por mi boca. Está demasiado centrada en tejer con su rueca y en amenazarme con coserme la boca si doy demasiado la lata. Al menos es una parca bastante cabal y hablar con ella es bastante sencillo, pero poco importa preguntarle por mis errores cometidos o por los cambios, porque siempre dice que el destino es caprichoso y cambia.

He llegado hasta un punto que temo volverme loco por todo lo que veo, dudando de si estoy viviendo realmente o reiniciando el mismo día con los mismos errores de siempre. He deambulado perdido en un mar de pena y dudas; me he tropezado constantemente con personas y objetos; me han matado mientras mi mente parpadea del mismo modo que lo hizo el aura de Kael, cansada y adolorida; he visto morir a Kael de todas las formas posibles —heridas sangrantes que se cuajan hasta volverse negras, heridas enormes de garras, el humo verde...— y con ello revivir una y otra vez su muerte que me golpea en mi temple; e incluso me he atrevido a vivir los siguientes días por su ausencia.

No pude soportarlo.

La ausencia de todo lo que me daba estando vivo ya era exigida por mi cerebro y, al no recibirla, mi carácter se agriaba hora tras hora; donde en las noches gritaba hasta que Auro me intentaba calmar, donde las clases sólo ejercían sonidos de fondo, donde una cama manchada de sangre era visualizada aunque las sábanas se hubieran cambiado... No pude soportarlo, porque el dolor era tan agónico y el ambiente del habitáculo tan pesado que no dudaba en matarme al instante cuando mi mente me recordaba que Kael estaba muerto; y si no moría, a lo mejor no lo volvería a ver nunca más. Pero de verdad.

𝔸𝚜𝚋𝚎𝚕 [También en Inkitt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora