🥀CAPÍTULO FINAL🥀

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La mano de Libardo entrelazó sus dedos con la mía y le regalé una rápida mirada, asintiendo con la cabeza, tratando de darle toda la seguridad posible.
"Este juzgado concluye que, ante las tradiciones ya conocidas por nuestra sociedad, impuestas desde tiempos remotos y basadas en regímenes variados según el género, además de creerse que un pequeño puede crecer mejor en un entorno de madre omega y padre alfa, lo más conveniente es que la tenencia del menor, Damia Isaza, sea entregada a su padre alfa biológico, Andrew Garfield."
"¿Qué?" Mi pequeño omega mordió su labio, temblando después de haber oído al alfa decir eso. Libardo soportó tantas cosas, se mantuvo firme a pesar de todo, pero luego de esas palabras, sentí que su corazón se detuvo por un segundo, antes de latir con fuerza, totalmente asustado y devastado. Mi brazo, sin poder evitarlo más, rodeó su cintura, acercando su silla y atrayéndolo hacía mí, aferrándome a él para que no se dejara vencer. "Jean ... Él dijo..."
"Aún no acaba." Le interrumpió Chris, captando nuestra atención. "Él va a seguir leyendo, Libardo."
"Teniendo conocimiento de que el alfa nombrado tiene derecho al menor por ser su padre biológico." El viejo tomó aire, antes de seguir. "Sin embargo." Miró hacía el público, olvidándose de sus hojas por un momento. "Ante las pruebas y mi juicio personal, incluso desde mucho antes de mi charla con el agradable menor, no puedo estar más convencido al reconocer los sentimientos del omega, Libardo Isaza, por su hijo, como el amor más puro que he podido apreciar, habiendo vivido ya 67 años." Ahora él se concentró en mirar al bastardo de Andrew. "Yo fui testigo del momento en que pasó por el pasillo cuando Damián estaba haciendo un alboroto, sin embargo, no le importó y siguió tu camino, sin darle ni una mirada al pequeño." Andrew separó los labios, pero al instante el juez habló de nuevo. "No hay paso a negaciones porque estaría mintiendo, yo lo vi, señor Andrew." Incluyó algo de propiedad cargada de ironía. Sinceramente, agradecí por un segundo esa egocéntrica personalidad.
"Se-Señor juez." Habló el abogado de Andrew, levantándose de su lugar. "¡Es-Eso no está a juicio! ¡Fue durante el receso! Mi cliente no estaba en la obligación de interesarse por el menor si aún no cuenta con su tenencia. Él-"
"...Es su padre biológico." Lo interrumpió el juez. "Claro que está en la obligación de interesarse por su hijo en peligro. Sin embargo, los únicos que corrieron desesperados al oírlo fueron el señor Libardo Isaza y el señor Jean Carlo León, quienes, cabe aclarar, fueron también los únicos que tranquilizaron al pequeño y además se encargaron de que cumpliera con las normas, que obedeciera y que se encuentre dispuesto a hablar conmigo."
"Pe-Pero..."
"Pero nada." Continuó el juez. "Y, si me permite continuar, abogado." Entrecerró los ojos. "Mi charla con el menor fue bastante corta pero muy significativa, lo único que le pregunté al niño era "¿Qué deseas hacer?" y su única respuesta, y lo cito, fue: "Quero cuidar a papá"."
Sonreí orgulloso al escucharlo, era gracia como teniendo una voz tan gruesa, más que sonar adorable, sus palabras parecían una cita bibliográfica exacta de las palabras de Damián que había memorizado aquel anciano. Libardo sonrió y me miró, mostrándome sus ojos llenos de lágrimas contenidas, con una preciosa sonrisa feliz y orgullosa en su rostro.
Me incliné y besé sus párpados, eliminando todo rastro de llanto.
"Si me permite decirlo." Se dirigió hacia mí ahora. "Sé que usted, señor León, es el actual alfa del señor Isaza, sin embargo, ese pequeño niño de nombre Damián , es y al parecer desea ser por mucho tiempo, el alfa que proteja a su padre por sobre cualquiera. Usted tiene mucha competencia."
Asentí con la cabeza, imaginando la enorme sonrisa que se formó en mi rostro. "Lo sé." Admití, totalmente complacido. No podía sentirme más feliz de competir con tan valiente pequeño alfa.
"¿Y qué si el pequeño crecería mejor con una madre omega y un padre alfa? Estos dos individuos, llevan dándose tanto apoyo moral como pueden desde el primer momento, demostrándose todo el amor que se tienen aún en un ambiente tan muerto como un tribunal. ¡Que Jodida mierda!" Parte del público se rió al escuchar al juez decir eso. "¿Alguien me puede decir un hogar más cargado de amor que junto a esta joven pareja? Mientras lo que veo entre el señor Andrew y su omega es solo el deseo egoísta suyo de hacerle daño al omega que lo superó y rechazó, anhelando quitarle a su hijo para hacerle daño." Nadie respondió. "¡A la mierda la maldita pirámide! Demostremos que lo que importa es esto... Esto." Y nos señaló a ambos con sus dos manos, con un gesto tan vivo que me imaginé a otro hombre hurtando el lugar del juez anterior. Él parecía alguien nuevo, diferente, cargado de energía y deseo por hacer lo correcto. "Darle un hogar lleno de amor a la futura generación. Esto importa, no si eres alfa, beta, omega o lo que sea, al final todo eso es basura que se pierde con los años."
"¡Tiene que estar bromeando!" Andrew se levantó, golpeando sus palmas contra la mesa, gruñéndola al alfa en el estrado. "¡Tiene que ser una puta broma! ¿Ahora todo se basa en el amor? ¿En igualdad? ¿Usted cree que los omega son lo mismo que los alfa? ¡Está loco! Aquí lo único que se merece Libardo es unos golpes para darse cuenta de quien manda ¡Soy su alfa!"
"No." El juez respondió, restándole importancia a la rabieta del alfa. "Así que, para culminar con esto y poder volver al hogar lleno de amor en el que vivo, donde mi omega es la dueña de todo y yo solo soy su humilde y fiel esclavo, nada más me resta decir, que si algún día ella es golpeada por un alfa y traída ante mi tribunal, no voy a defender al alfa por ser un estúpido que golpeó a quien amo. Creo que la gente tiene que empezar a replantearse el valor moral de cada persona." Él sonrió orgulloso y alzando su mazo, tomó el aire suficiente. "Le cedo la completa tenencia del menor, Damián Isaza, a su padre, omega, Libardo Isaza, porque sé que no habrá un mejor lugar donde ese pequeño pueda estar más que con su a su familia, en su hogar. He dicho, este caso está cerrado."
El golpe del mazo contra la madera fue lo que hizo falta para que Libardo  se lance a mis brazos y sus besos llenen mi rostro. Emocionado, me levanté y lo senté sobre la mesa, acomodándome entre sus piernas. Sus manos se colocaron en mis mejillas y las mías en su cintura.
"¡Lo hicimos! ¡Lo hicimos, Jean! ¡Lo hicimos!" Repetía una y otra vez, contagiándome de felicidad y compartiéndole la mía, escuchando después los pasitos acelerados de Damián , lanzándose sobre mi pierna, aferrándose a la tela de mi pantalón.
"¡Beshos! ¡Beshos!" Repitió una y otra vez hasta que lo cargué y Libardo lo acurrucó en sus brazos. "¡Papá! ¡Jeeaan!" Nos llamó a ambos, y lo abrazamos tan fuerte como nuestros brazos nos lo permitieron, porque no iba a dejar que él se aleje de nuevo, nunca más.
Solo entonces pude confirmar que sí, el mundo quizás estaba cambiando.
+
"¿Te gusta como se ve el cuadro ahí?"
"Sí."
"¿Y si mejor lo pongo en la pared del frente de la entrada?" "Me parece perfecto."
"¿Qué tal si te lo meto por el culo?"
"Sería increíble, amor."
"¡Jean!"
Oí su regaño y entonces me centré en su rostro. Su ceño fruncido se hizo presente mientras se bajaba con cuidado de la pequeña banca en donde se había subido para acomodar el cuadro. Libardo y yo llevábamos ya tres meses juntos después del juicio y dos meses con veintiocho días viviendo en nuestra nueva casa, la cual se encontraba en una parte de Londres completamente opuesta al lugar donde Libardo vivía anteriormente. Lejos de L-Alfa y de cualquier mal recuerdo, se podría decir que los nuevos aires nos estaban sentando de maravilla.
Sin embargo, tres meses no pasaban en vano. No mentía cuando decía que diario competía con Damián por quien le acariciaría y mimaría el vientre inflado a mi hermoso omega. El pequeño alfa de la familia había aprendido a jugar "piedra, papel o tijera" sin embargo, por alguna razón, siempre sacaba tijera, así que de vez en cuando lo dejaba ganar y ser él quien mime a su pequeña hermana o hermano en el vientre de su padre. Ya en la noche era yo quien se encargaba de cobrar mi cuota de caricias cada que Libardo se quedaba dormido o despierto también.
No mentía cuando decía que tenía un enamoramiento por la panza de Libardo y aunque jamás me imaginé en dicha situación, la felicidad no podía ser mayor. Amar tanto a un bebé que aún no nace y soñarlo casi todas las noches solo me confirmaba lo flechado que me encontraba.
Por otro lado, después de renunciar, no me había interesado en conseguir un nuevo empleo. Con lo que tenía en mis cuentas bancarías y la liquidación por tantos años trabajando en L-Alfa me alcanzaba para mantener a mi familia y darles todas las comodidades. No era que no pensara volver a trabajar, pero mientras Libardo se encuentraba embarazado, era yo quien me encargaba de hacer la mayoría de quehaceres y de salir a la calle. Porque sí, Libardo no pisaba ni el cemento de la entrada si es que yo podía impedirlo.
Las primeras dos veces que le prohibí salir, pensé que él terminaría enojándose conmigo, ya que le tenía cierto desagrado a cualquier muestra de desigualdad entre alfas, omegas y betas, sin embargo, Libardo lo entendió y hasta el momento no habíamos discutido al respecto. A veces lo escuchaba debatir consigo mismo sobre decirme o no que seguía recordando el día en que vio a Andrew a través de la ventana de su antigua casa. En realidad, no me molestaba que me lo "esconda" ya que, vagamente, podía ver la imagen que no salía de su memoria y si eso ayuda a que le tenga cierto pánico a la calle, al menos durante su embarazo, estaba bien.
"Me rindo, ni siquiera me escuchas." Se tumbó a mi lado en el sofá, sacándome una sonrisa. Mis brazos no tardaron en rodear su cintura y acercar su cuerpo al mío, antes de besar profundamente sus labios. Sí, siempre amaba besarlo hasta que sus manos golpeaban mi pecho, exigiendo oxígeno.
Tal y como la primera vez, pensó y sonreí. Cada uno de nuestros besos seguía acelerando mi corazón como el primero, o cada vez que lo veía, continuaba sintiendo lo mismo que aquel día en la galería: Unas inmensas ganas de que sea todo mío. La parte buena del ahora se resumía en que, pues... Él ya era mío.
Una vez nuestros labios se separaron y solo nuestras narices continuaban rozándose cariñosamente, oí que pensaba en sus constantes pesadillas con Andrew y miré sus ojos con preocupación, notando las pequeñas ojeras debajo de sus preciosos esmeraldas, confirmándome el cansancio en su mirada.
"¿Aún sigues teniendo pesadillas?" Pregunté luego de unos segundos, llevando ahora mi mano a su vientre, hundiendo está por debajo de su holgada remera blanca para acariciar directamente su piel, solo con la yema de mis dedos. "Creí que se habían detenido."
"No son tan malas." Su tranquilidad ante mi repentina pregunta me alegraba. Al comienzo se nos hizo un poco difícil acostumbrarnos a escuchar los pensamientos del otro, aunque en su mayoría era yo quien lo oía a él y a pesar de que aún no controlábamos qué pensamientos podíamos compartir y cuáles no, debía decir que era algo tan útil para ya no temer a sus secretos o los míos, esos que crees que no dices para proteger al otro y en realidad solo terminas complicando todo. "Quiero decir, ya pasaron tres meses, ha ido disminuyendo su frecuencia, así que será solo cuestión de tiempo para que desaparezcan."
"Sabes que él tiene una orden de restricción hacía nuestra familia, bebé." Libardo asintió, dándome un pequeño beso en los labios. "Y que Carlos le hace un constante seguimiento dos veces por semana, si se acercara a nosotros, lo sabríamos."
"Lo sé." Sin embargo, aún notaba su miradita cargada de preocupación. "Ahora, hablando de nuevo sobre el cuadro." Me cambió de tema y se lo permití, sabía que no podría quitarle esa idea, al menos no de un momento a otro.
"No me importa donde lo pongas, solo quiero seguirte viendo subirte en esa banquita y mostrarme tu perfecto vientre." Respondí al instante. Libardo rió con dulzura, negando con la cabeza y llevando su mano a mi mejilla, acariciándola.
"No es eso de lo que quería hablar, aunque agradezco lo de perfecto vientre, tú tienes un buen trasero. De nada." Bromeó y me sacó la lengua. Rodé los ojos con un gesto resignado, sin borrar la enorme sonrisa de mi rostro. "Quiero que sepas el nombre de la persona que nos regaló el cuadro." Murmuró después.
Lo miré directamente a los ojos y solo hicieron falta unos segundos para que lo entendiera. Bufé, evadiendo después sus preciosos verdes que esperaban una respuesta. Incluso quise apartarme, pero él no me lo permitió; tomando mis hombros para que continuemos exactamente en la misma posición. Su mano acarició mi pecho y su mirada me buscaba, intentando, de algún modo, que lo miré nuevamente a los ojos.
Me sentía un cobarde, un idiota y un alfa muy débil al ponerme mal ante la simple intención de mencionar a aquella persona, sin embargo, mi omega terco ganó la lucha cuando por fin tomó mi rostro con sus dos manos, manteniéndome quieto y esperando hasta que lo enfrentase.
"¿Quién le dijo dónde vivimos?" Pregunté al darme cuenta que él no hablaría.
"Yo." Resoplé. Genial, la única persona con la que no podía enojarme. "Quiero decir, le di permiso a Carlos para que le dijera y el cuadro llegó hoy en la mañana." Libardo suspiró, tomándose unos segundos antes de seguir. "¿No crees que es momento de perdonar, amor?"
"Libardo¡No puedo perdonarla! ¡Ella-!"
"¡Jean !" Solté un gruñido ante su grito, pero respiré hondo, tratando de tranquilizarme. Libardo volvió a juntar su frente con la mía y, sin perder el contacto visual, trató de leerme así, solo mirándome, dedicando varios segundos a descifrarme, consiguiendo hacerlo con rapidez. Ya sea por mi aroma, mis pensamientos, mis reacciones o mi mirada, él simplemente ya lo sabía.
Era una realidad tan increíble, a tal punto de estar seguro que, si en un pasado alguien hubiera hablado conmigo y me contara la situación actual, habría matado al desgraciado que difamara de tal forma a mi madre, incluso aunque no promuevo la violencia. Yo sabía que no tenía nada en común con ella, incluso nuestras personalidades solían chocar cuando se trataba de negocios, pero la admiraba como cualquier hijo admira a la persona que salió adelante, que lo mantuvo feliz y sin ninguna necesidad porque durante mi vida jamás me faltó nada. Sin embargo, esa misma alfa fue la que me traicionó, perdiendo a su propio omega, quien desapareció completamente del mapa. Libardo y yo no tocábamos el tema nunca, pero era consciente de que a veces ambos creíamos que, teniendo tantos años ya, Juan Carlos no fue un omega capaz de superar el alejamiento de su alfa, quien lamentablemente terminaba siendo su soulmate también.
"Lo siento." Le susurré y le di un suave beso esquimal, frotando mi nariz contra la suya. "No debí alterarme, soy un idiota." Libardo negó con la cabeza, dándome un rápido beso y respirando hondo, en una práctica mutua para que yo hiciera lo mismo. Así, ambos nos relajemos.
Sí, en unos meses habíamos aprendido muchos trucos.
"Yo lo siento." Dijo. "Te prometo que mañana mismo, apenas llegue el correo, le devolveré el cuadro ¿Si?"
"No tienes que devolverlo si no quieres."
"No, no aceptaremos nada que venga de  Sandra hasta que tú te sientas lo suficientemente recuperado emocionalmente, Jean." Iba a decir algo, pero me interrumpió. "Y es mi última palabra." Le sonreí, no planeaba refutar, nunca lo hacía. Libardo tenía la sartén por el mango. Al parecer ya había comprendido con totalidad a lo que me refería con "¿Sabes realmente quien tiene el poder cuando se trata de amor?"
"Estúpidos omegas y su total control solo por saber cuánto sus alfas nos morimos por ellos ¿Esto no puede ir a ese programa "Casos de la vida real" o algo así?" Arquee una ceja. "Quiero decir ¡Esto es abuso doméstico! Necesito terapia psicológica después de todos tus maltratos."
"Oh sí, porque eres el alfa más maltratado de la historia."
Después de nuestras risas, se subió a horcajadas sobre mis piernas, acomodándose mientras no perdía su atenta mirada, justo antes de tomar sus labios con los míos y llevar mis manos con decisión hasta su trasero, apretando sus nalgas entre mis dedos. Preciosas y enormes nalgas. Claro, siempre intentando no aplastar su vientre.
Bendito sea el embarazo y los cambios que lograba en el cuerpo de mi omega.
"Puajjjjj."
Ambos dejamos de besarnos y miramos a la dirección de la que provino aquel sonido lleno de asco. Damián nos observaba y sacaba su lengua, con el ceño fruncido, causando que ambos soltemos unas buenas carcajadas. No era la primera vez que lo hacía, de hecho, desde que logramos conseguirle cable para ver sus caricaturas, al parecer había visto a un personaje hacerlo y ahora, cada que Libardo y yo nos besábamos, sacaba la lengua y hacía un gesto contraído con su rostro, en señal de "asco". Incluso una vez me burlé hasta decir que parecía estreñido.
Definitivamente nada podía salir mal, ya no.
+
Y así, se pasaron otros cuatro meses.
Esteffanie quiso nacer un par de días antes de cumplir sus ocho meses. Libi y yo dormíamos tranquilamente hasta que sentí que sus brazos me sacudían y luego, en un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en el suelo. Mi espalda se golpeó con fuerza contra la madera del piso, pero nada me importó cuando escuché a mi omega casi gritar con un gesto cargado de dolor.
Sentí que la presión se me bajó de solo verlo. Libardo llevó sus manos a su vientre y lo acarició, mirándome, repitiendo mentalmente cuanto le dolía. Yo no podía soportar una imagen así, no estaba preparado ¿Por qué tan pronto? Apenas el día anterior él y yo habíamos estado en el suelo jugando con Damián sin ninguna muestra de incomodidad ¿Por qué de la nada iniciaron contracciones tan dolorosas?
Fueron segundos en los que solo sentí que mi alfa respiraba acelerado, queriendo moverse, hacía adelante y abrazarlo, hacía atrás y buscar ayuda o solo enloquecer por el dolor que Libardo me transmitía. Parecía congelado en la indecisión, solo viendo a mi pequeño enloquecer por el dolor.
"Doc-Doctor." Me dijo entre balbuceos y entonces reaccioné, al fin mi cuerpo se movió para acercarme a él y besar su frente. Libardo no dejaba de temblar y respirar agitado.
"S-Sí."
Moviéndome tan rápido como pude, tomé mi celular, aunque al final cayó al suelo. Lo agarré y al marcar el número para la ambulancia, Libardo soltó otro fuerte grito que causó que el aparato nuevamente cayera. Otra contracción atravesó su cuerpo, enloqueciéndome, quería detener todo dolor que pueda sentir mi pequeño omega y estaba siendo un completo inútil.
Él separó instintivamente sus piernas y se sostuvo con fuerza de las frazadas. Sus ojos se cerraron mientras resoplaba, inclinando su cabeza hacía atrás, listo para lo que vendría.
Samuel. Llama a Samuel.
Me miró con sus llorosos ojos y asentí rápidamente, saliendo de la habitación para correr escaleras abajo, chocando contra el marco de la puerta de salida, avanzando hacia la casa vecina. Aún lo oía, en mi cabeza los gritos de Libardo se escuchaban tan fuerte como si me encontrara en la misma habitación. Golpee desenfrenadamente la puerta del vecino, esperando no tener que tirarla, aunque lo haría si no me abría.
Traté de relajarme y pensar en él, en ella, en la pequeña Esteffanie asustada también, queriendo salir al mundo, ella no tenía la culpa de nada.
Los médicos nos habían dicho ya que se trataba de una hermosa niña. Esteffanie no presentaba ninguna anormalidad en todas de las ecografías y eso nos tenía bastante contentos, aunque siempre nos recomendaron esperarnos hasta su nacimiento, ahí se confirmaría completamente si ella padecía de algún problema debido al golpe que Libardo recibió.
El nombre nació de ningún lugar en especial. No, ni una tatatara-tatara-tatara abuela de Libardo que se llamara así, ni algún pariente mío muerto que mereciera que mi pequeñita llevara su nombre. Para nosotros, venía exclusivamente de la necesidad de un nuevo comienzo, algo que no tuviera nada que ver con el pasado y que marque un inicio, no una descendencia o continuar con alguna tradición. Esteffanie León Isaza, aunque queríamos acostumbrarla a su diminutivo.
Hasta la última ecografía realizada apenas unos tres días antes, el doctor pronosticó su nacimiento para dentro de, como mínimo, dos semanas más, sin embargo Libardo y yo ya teníamos la maleta llena de pañales, frazadas, ropa y con distintos juguetes que yo traía cada que salía a comprar. No importa si iba a comprar un destornillador, siempre volvía con un nuevo juguete para Damián y Esteffanie.
Samuel era un vecino doctor que teníamos, un buen beta que vivía junto con su hermana menor, una omega de doce años que a veces se acercaba a nuestra casa a jugar con Damián. Libardo apenas había visto al hombre, sin embargo, Samuel y yo nos llevábamos bien y debido a un ataque de celos de Libardo, tuve que explicarle que la principal razón se centraba en que, cuando niño, mi sueño siempre fue ser médico para salvar personas, eso antes de saber que tendría que heredar L-Alfa, cosa que actualmente ya no hacía; pero a mi edad, era muy tarde para estudiar una carrera tan compleja como esa y que debido a eso sentía admiración por el empleo de Samuel.
A veces Libardo  me trataba de convencer de retomar mis sueños en cuanto a la medicina. Él me repetía que no dudaba de mi capacidad, aunque ahora estaba confirmándole que no servía para dichos casos. Sentía que las manos me sudaban exageradamente y mi pierna no dejaba de patear contra la madera de la puerta de la casa. Hasta que por fin, Samuel salió asustado, calmándose al verme.
"¿Je-Jean? Mierda, amigo ¿Qué sucede?" Preguntó, soltando un suspiro. Negué con la cabeza, tratando de relajarme y no dejarme llevar como la última vez que sentí que Libardo estaba en peligro, cuando Simon me encerró en esa habitación.
"Es Libardo." Inhalé profundamente, intentando de hablar con claridad. "¡Esteffanie va a nacer! ¡Tienes que ayudarme! No puedo moverlo, está ya... Las contracciones son muy fuertes y... Mierda, estoy muriendo de miedo ¿Qué hago?"
"Primero, relájate." Claro, como si fuera posible. "Ahora llévame con Libardo,yo me encargo, pero debes relajarte porque él te necesita, Jean ¿Entiendes? Él te necesita."
Traté de que sus palabras me calmaran, a mí y a mi alfa enloquecido y asustado. Debía recordar mi obligación: Ser el pilar de Libi en esta situación.
Sin embargo, cuando otro grito de mi omega retumbó en mi cabeza, todo se fue por un tubo y tomé la muñeca de Samuel, llevándolo a rastras a mi casa, gruñéndole al beta, hasta que cedió y corrió conmigo.
Jean. Por favor.
Ya. Ya voy, ya estoy subiendo, bebé. Tengo a Samuel.
Al llegar a la habitación me sorprendí de encontrar a Damián al lado de Libardo, poniendo su pequeña mano sobre el vientre abultado, balbuceando algo en esa dirección. Libardo me miró a los ojos y me imploró que me lo lleve, no debía ser agradable para él que su hijo lo encuentre en esas condiciones.
"¡Papá! ¡Jeeeaan, réjame! ¡Papá mal!" Damián se removió en mis brazos una vez lo saqué de ahí, llevándolo a su cuarto, cerrando la puerta con fuerza y sentándolo sobre su cama. El pequeño alfa me miró a los ojos con su ceño fruncido y cuando iba a hablar, negué suavemente, acariciando sus suaves cabellos.
"Papá necesita que te quedes aquí, Damián ."
"Peero Estepani duere" Él señaló hacía afuera. "Estepani duere a papá,Jeeaan, debo decire que no duera."
"Lo sé, y yo me encargaré de que no duela más ¿De acuerdo? Te prometo que apenas todo termine, vendré por ti y verás a Esteffanie y a Libardo, pero por ahora, debes ser bueno y esperar ¿Si? Por favor, Damián ."
"¿Papá va a tar bien?"
"Sí, te lo prometo."
"¿Por la garita?"
"Por todas las garritas del mundo, Dami."
Él me miró por unos segundos que consideré eternos, hasta que se bajó de la cama para acercarse a la puerta y tratar de abrirla. Cuando yo lo hice, cogió con sus manitos la perilla, esperando a que salga, dándome el legítimo permiso para cuidar a su padre. Le sonreí suavemente, sintiéndome, de algún modo, mucho más confiado. No podía permitirme enloquecer cuando Damián confiaba en mí.
Una vez salí, él cerró la puerta. Caminé rápidamente hasta la habitación de casi al lado y al entrar, Libardo estaba atravesando otra fuerte contracción. Vi la cabeza se Samuel cubriendo su entrepierna y a mi omega ya completamente desnudo, pero más que sentir celos, apenas su mano se estiró hacía mí, yo me acerqué a tropezones, tumbándome a su lado y acurrucándolo en mis brazos.
"Aquí estoy, amor." Besé su frente, dándole lugar para que se acurruque en mis brazos, tratando de no moverlo demasiado. Apenas podía ver a Samuel totalmente concentrado, analizando con detalle la dilatación de Libardo.
"¿Qu-Qué pasa?" Gimió mi omega con la voz ronca, tanto que sentí el ligero raspar de su garganta, al parecer ya se había quedado ronco. "¿Algo... Algo anda mal?"
"No." Negó él, mirándome fijamente. "Quiero que te quedes a su lado y le des tu apoyo, Jean, tiene que dar a luz ahora mismo o su hija puede entrar en riesgo. Está suficientemente dilatado, es solo cosa de que resistas, Libardo." Se tomó su tiempo, antes de preguntar. "¿Puedes con esto, Jean?"
"S-Sí." Asentí repetidas veces. "Sí. Claro que sí."
Bebé.
No tardé en tomar la mano de Libardo y luego de darle otro suave beso en su frente, soplé sobre esta para tratar de relajarlo, él estaba sudando a grandes cantidades, escondiendo su rostro en mi pecho. Temblaba al igual que yo lo hacía, pero eso no evitaba que nos aferremos con tanta fuerza al otro, como si al separarnos alguno fuera a morir.
Todo saldrá bien, sabes que siempre sale bien al final.
Libardo sufrió otra contracción y su cuerpo entero se puso rígido. Sus dedos arañaron mis brazos y sentí que mojaba mi pecho por sus lágrimas, sin embargo, él no gritó esta vez, solo estaba ahí, listo para lo que vendría, como un instinto que le indicaba lo que tenía que hacer.
"Libardo , escúchame." Le habló Samuel. "Ya sabes lo que viene porque tienes un hijo ya, solo quiero que pujes como si no existiera un mañana ¿Entendiste?"
Mi valiente omega asintió y obedeció. A mí también se me pasó por la cabeza que tenía la experiencia por el nacimiento de Damián , sin embargo esperé que esa vez no haya sido tan dolorosa como esta, porque no me imaginaba a Libardo teniendo que pasar por eso solo, abandonado por todos los que él creía lo amaban y enfrentándose a tal dolor con el único deseo de salvar a su pequeño.
Él pujó con fuerza repetidas veces, habría querido contarlas pero fueron demasiadas. Libi continuaba arañando parte de mi piel, más no le tomé importancia, solo permitía que se aferre a mí como a la vida misma, mientras Samuel se encargaba de ayudarle y yo me sorprendía al no desmayarme de tan solo ver el pequeño y frágil cuerpo que empezó a asomarse de entre las piernas de Libardo .
Una vez, gracias al cielo mismo, la pequeña bebé terminó de salir, Libardo siguió pujando hasta que algo más salió, una bolsa oscura cubierta de sangre a la que no le tomé importancia. El beta usó las tijeras para cortar lo que era debido y ni siquiera me cuestioné en qué momento cogió las tijeras de nuestro botiquín, pero ya las tenía en sus manos.
La pequeña bebé se removía incluso una vez él la arropó con una toalla que tampoco me pregunté de donde salió, pero la reconocí del baño de la habitación, en donde teníamos las que estaban limpias. Ella no se quedaba quieta, Esteffanie separando los labios sin decir palabra alguna, con sus ojos cerrados fuertemente, totalmente asustada ante el nuevo mundo y cubierta con una casi transparente capa ligeramente roja.
Pero eso no me importaba, yo simplemente no podía parar de mirarla, dejando de escuchar al mundo y oyendo solo mí acelerado latir, mientras Samuel sostenía a mi vida en sus brazos. Sentí un tipo de flechazo y una emoción que no podía describir, tal y como cuando conocí a Libardo pero diferente, aunque igual. Una mezcla de miles de sentimientos y entre estos, el mayor de todos era mi deseo por proteger ese pequeño cuerpo, dándole todo el amor que un padre puede entregarle a su hija, o incluso más.
Sin embargo, entonces noté un detalle: Continuábamos sin oírla gritar ¿No se supone que los bebés lloraban entre gritos como en las películas?
"¿Qué.... Qué pasa?" Preguntó Libardo con la voz ronca y a la vez alterada. "¿Qué pasa? ¿Qué tiene? ¡Jean! ¿Qué tiene?" Él me intentó sacudir pero no pudo, jadeando contra mi pecho. No sabía qué decirle, no tenía ni idea de qué estaba sucediendo.
"¿Por qué...?" Mi voz me obedeció después de unos segundos, mientras Samuel la acomodaba en sus brazos, limpiándola con una toalla para bebé que Libardo y yo teníamos en su maleta preparada para emergencias. Esteffanie mantenía la boquita abierta y parecía gritar, pero no salía ningún sonido, solo un completo silencio. "¿Por qué no llora?" Murmuré.
Segundos después, Libardo cayó completamente inconsciente.
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Esteffanie nació la madrugada del 17 de noviembre, pesando alrededor de mil ocho cientos gramos y midiendo cuarenta centímetros aproximadamente. Frágil, pequeña y prematura. Tenía la miradita café llena de vida, además de una preciosa nariz refinada y su carita hinchada. Una vez Samuel me la entregó, entendí la razón por la cual caí enamorado de ella, era como tener a un pequeño ángel en mis brazos.
Antes de irse, Samuel me dejó en claro la razón por la cual no la oía gritar: Esteffanie nació muda desde el primer momento en que llegó al mundo y lo más probable era que se debiera a una mal formación en el hemisferio izquierdo de su cerebro, sin embargo, cuando abría sus ojitos y miraba a todos lados, apenas removiéndose con aparente incomodidad, no era más que una bebé hermosa y tan encantadora, que hasta el beta se quedó admirándola por largos segundos, preguntándome si podía ser él quien le diera su baño. Por suerte no lo hizo en serio, estaba seguro de que sabía lo que le diría.
Samuel me dijo que Libardo solo había caído víctima del cansancio, que necesitaba recuperar su fuerza de una forma u otra y para eso tenía que descansar. Así que, después de agradecerle y de verlo irse, lo primero que me encargué de hacer fue de limpiar el desastre, cambiar las sábanas y acomodar a Libardo junto con Esteffanie en la cama con unas frazadas completamente nuevas. Para mí no fue difícil calmar a mi pequeña hija, era simple lógica e instinto, por lo que la acomodé con mucho cuidado sobre el cuerpo de Libi  y ella se tranquilizó al instante, como si el latir del corazón de mi omega fuera la mejor canción de cuna que podía escuchar.
Lo siguiente fue correr a abrirle la puerta a Damián y traerlo a la habitación antes de que Libardo o Esteffanie hicieran algún movimiento siquiera. Nuestro pequeño alfa gateó hasta la cama y la señaló, preguntándome si ella era Esteffanie. Al confirmárselo, él sonrió y se acercó para darle un besito sobre la nariz y sobre la frente, logrando que su hermana se remueva nuevamente, pero se tranquilice después, apenas moviendo su pequeña boquita.
Damián durmió con nosotros esa noche, sin embargo, yo no cerré los ojos hasta que Libardo abrió los suyos y me sonrió con cansancio, al fin tomando a la pequeña Esteffanie con sus manos y acomodándole de mejor manera sobre su pecho. Nuestra niña, por instinto, buscó su propio alimento hasta conseguirlo y sacarle una pequeña queja a su padre. Me incliné para besarlo, rozando mi nariz con la suya, suspirando tranquilamente.
"Buenos días, dormilón." Le dije con ironía, debían ser la una o dos de la madrugada. "¿Cómo te sientes?"
"Cansado... Y apenas puedo hablar." Rozó su nariz con la mía. "¿Cómo está ella?"
"Muy bien, dijo Samuel que es una pequeña muy fuerte." Suspiré, sabiendo que tenía que sacar el tema lo más pronto posible, aunque si Libardo estaba lo suficientemente despierto para oír mis pensamientos, quizás ya lo sabía. "Pero, bueno... Ella es..."
"Perfecta." Me cortó, mirándome a los ojos. "Esteffanie es perfecta, Jean." Le sonreí.
"Lo sé, algo tuyo tuvo que sacar ¿No, perfecto omega?"
Durante los siguientes días las cosas fueron de bien a mejor e incluso a excelente. Damián perseguía todo el tiempo a Libardo o a mí, al que tuviera en brazos a la pequeña Esteffanie , mientras él repetía su nombre una y otra vez, y no paraba hasta que los ojitos que aún venían borroso se centraban en él, solo entonces Damián le sonreía y le entregaba todos sus juguetes, absolutamente todos, incluso los carritos que tanto amaba y las figuras coleccionables de Bob Esponja. Él solo quería ver a su hermanita sonreír.
Sinceramente, a veces pensaba que Libardo y yo habíamos desaparecido para él y ahora se centró en su hermana, pero no nos molestaba, no podíamos esperar una reacción más hermosa que esa, ya que Damián era un pequeño alfa completamente sobreprotector.
Por las noches, no tenía ni idea de cómo hacíamos, pero hasta que no se durmiera, no podíamos devolver a Damián a su cama. Durante los primeros meses Esteffanie dormiría con nosotros. Ella no podía llamarnos cuando lo necesitaba, ni llorar ni gritar para que le hagamos caso, pero se movía bastante y ambos terminábamos despiertos en segundos, asegurándonos de aliviar su problema antes de que se volviera a dormir.
Esteffanie padecía de afasia infantil perinatal, según nos dijo el médico durante su primera revisión. Tal y como me aseguró Samuel, el golpe tuvo su repercusión y dañó levemente al feto, a pesar de su pequeño tamaño en aquel tiempo. El especialista nos informó que en la mayoría de casos eso tenía solución, con el pasar de los años ella podría hablar o comunicarse, aunque con mucha más complicación que los otros bebés. Libardo y yo solo escuchamos, en su mayoría nos centramos en la felicidad que sentimos cuando el doctor nos aseguró que a pesar de su tamaño, Esteffanie era una bebé muy fuerte y saludable.
No fue fácil al inicio, incluso durante los días nos turnábamos las mañanas para recuperar las horas de sueño que no teníamos durante la noche. A veces también Damián terminaba cuidándola, lanzándonos cosas cuando ella lloraba y nosotros dormíamos. Sí, cosas como los almohadones de los cojines o de la cama, ya lo había regañado cuando intentó lanzarnos uno de sus carritos de juguete.
Pero fuera del detalle del llanto, Esteffanie tenía la sonrisa más preciosa que había visto. Y no era que no amara la de Libardo y la de Damián, pero la de ella era... Como la mía y la de Libardo en una sola. En su rostro se marcaban los hermosos ojos cafés y la su expresión al momento de sonreír , detalles míos que Libardo repetía una y otra vez cuánto deseaba que no desaparecieran.
Sin duda, amaba a Damián con todo mi ser, pero vivir junto a él y su padre la experiencia de criar a la pequeña nueva miembro de la familia, fue lo que yo categorizaría como el mejor momento de mi vida, junto a otros vividos con mi alma gemela y su pequeño hijo.
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"Hoy es el día."
La pequeña Esteffanie se acurrucaba en mi pecho mientras, junto con Damián, veíamos emocionado a Libardo mirar por la ventana, volteando a verme y mostrándome una de sus más grandes y emocionadas sonrisas. Luego él acomodó la correa de su cámara y esperó una respuesta positiva de mi parte.
"Sabes que esto no me gusta, bebé, lo siento." Libardo suspiró, acercándose hasta que su nariz rozó la mía y me robó un rápido beso.
"Me prometiste que después de que Esteffanie cumpliera ocho meses podría ir a una entrevista de trabajo. Sé que con tu manejo por internet de esa empresa que has creado nos irá bien, pero Jean, no me gusta no poder ayudarte."
"Me ayudas cuidando a los niños conmigo."
"Lo sé y me encanta, por eso el trabajo no es diario, será únicamente durante los fines de semana unas dos o tres horas."
"Solo no me gusta que salgas, Libardo."
"Lo sé también, no me dejas ni ir a la tienda a comprar los pañales y te entiendo, créeme, pero ya es hora, Jean, no puedo seguir escondiéndome del mundo por malos recuerdos que ya olvidé. Quiero sentirme útil... Quiero volver a la casa y encontrarme con mi familia contenta de mi regreso, eso quiero. Quiero que confíes en mí."
"Yo confío en ti." Me incliné hasta volver a besar sus gruesos labios. Ambos escuchamos el sonido de asco de Damián , sonriendo a mitad del suave y dulce movimiento de nuestros labios. "Pero me da mala espina los peligros de la calle."
"Te ha dado mala espina por más de un año, alfa." A veces Libardo solía llamarme así, era gracioso y lo hacía con obvia ironía por mi autoridad solo por ser uno, pero no me molestaba. "Anda, necesito que mi alma gemela me desee suerte, sino entraré en pánico y probablemente me desmayaré en plena entrevista."
"De acuerdo, de acuerdo." Bufé, rendido ante su terquedad. Aunque haber logrado que por más de un año se mantenga en casa demostraba que podía ser igual o más terco que él, pero, al parecer, mi técnica se iba deteriorando con el tiempo, porque ahora no podía impedirlo más, Libardo quería volver a sentir la libertad del estar fuera de nuestras cuatro paredes y debía permitírselo, aunque no me agradara la idea. "Suerte, bebé. Estoy completamente seguro de que te van a contratar."
"Gracias, Jean." Él se inclinó para darle un beso en la frente a Damián y luego hizo lo mismo con la pequeña Esteffanie, quien frotaba su ojito con un gesto cansado, lista para su ya programada siesta. "Tengo todo, así que no te preocupes. Llave, celular, billetera... Cámara, ahm..." Revisó en sus bolsillos. "Ah, sí, mordida." Estiró el cuello de su remera, mostrando orgulloso la marca que habían dejado mis dientes y remarcado la noche anterior. "Anillo y sí, todo listo." El hermoso recuerdo de nuestro compromiso que decoraba su dedo no podía verse más perfecto en contraste con su piel. Asentí y aunque me dolió, lo vi salir de la casa, sintiendo que una parte de mí se iba junto a él.
Era normal aquel sentimiento de necesidad, cuando vivíamos separados y me iba al trabajo, ese vacío se hacía presente constantemente, sin embargo, después de haber pasado tantos meses juntos, la mutua necesidad aumentaba y mi deseo por ir por él y prohibirle alejarse de mí solo se hacía más y más grande.
Solo he caminado media cuadra. Tranquilo, tigre.
Lo oí y sonreí con resignación, al menos eso era algo que evitaba que lo sienta completamente lejos. Caminé tranquilamente por la casa mientras Damián me perseguía en silencio, permitiéndome dormir a Esteffanie en mis brazos. Antes de irse, Libardo le había dado de lactar, pero de vez en cuando probábamos con la leche en polvo y ella la aceptaba, así que no tenía que preocuparme demasiado.
Una vez mi pequeña princesa se durmió, caminé hasta la habitación y la recosté en la cuna que se encontraba al lado de la cama que compartía con Libardo. Damián me siguió en todo momento, asegurándose de que acueste a su pequeña hermana y de que ella esté durmiendo.
Pasados unos veinte minutos, Damián y yo estábamos en la sala viendo uno de sus programas infantiles. Me sentía bien de oír vagamente el latir del corazón de Libardo , tan relajado y tranquilo como el mío, eso de estar conectados favorecía muchísimo a que mi alfa estuviera lo suficientemente tranquilo hasta su regreso.
Me sorprendí cuando sonó mi celular, sacándome de mis pensamientos y desconcentrando a Damián también.
"¿Diga?" Pregunté, oyendo unos jadeos del otro lado de la línea. "¿Carlos?" Era su número el que había aparecido en la pantalla antes de contestar. "Amigo ¿Qué tienes? ¿Dónde estás?"
"¡Je-Jean ! Mierda, dime que estás en tu casa, estoy yendo para allá."
"Claro, siempre estoy ¿Qué ocurre? ¿Algo pasó en la empresa?" Así como yo me encargaba de manejar las finanzas vía página web, Carlos era el rostro que hacía frente en nuestra agencia, así que cualquier problema, mi alfa mejor amigo era el primero en enterarse e informarme. "Carlos, habla."
"Joder, es que... Siento que he corrido una maratón, los ascensores estaban descompuestos y bajé los pisos corriendo, pero- No, mierda, no me distraigas ¿Está Libardo contigo? ¿Damián ? ¿Esteffanie ?"
"Bueno, Damián y Esteffanie sí, pero Libardo ha salido a una entrevista de trabajo."
"Jean , tienes que encontrar a Libardo."
"¿Qué?" Me levanté del sofá, mirando por la ventana al instante, buscando algún peligro, aunque no tenía idea de qué podía ser considerado un peligro. "¿Qué pasa con Libardo? Mierda, Carlos ¿Qué ocurre?"
"¿Recuerdas que las vigilancias de Andrew se habían reducido debido a que parecía tener una vida normal con su omega?" Claro que lo recordaba, ahora Carlos solo se encargaba de espiarlo una vez cada dos semanas, por lo mismo que mi mejor amigo salía con una omega que Libardo conocía y quería darle más tiempo para cortejar a la chica. "Jean ¡Responde!"
"Sí, joder ¡Lo recuerdo!" Pero desde la simple mención de ese alfa, mi corazón empezó a acelerarse, mirando a Damián preocupado, quien solo me observaba y ladeaba la cabeza, con curiosidad.
"Jean ... Andrew lo sabía."
"¿Qué?"
"Andrew lo descubrió, sabía que lo espiaba una vez cada dos semanas ¡Mierda, hermano! ¡Él lo ha sabido durante todo el año!" Pero antes de que pregunte por qué pensaba eso, el alfa siguió. "Fui a su casa esta vez, para hacer la ronda como siempre, pero todas las luces se encontraban prendidas a medio día. Normalmente lo espío de noche, por eso me pareció extraño así que me acerqué y... Joder."
"¡¿Qué viste, Carlos?! ¡Dime qué viste!"
"¡La omega, Jean! La omega de Andrew... Ella muerta en el suelo con tres balazos en su pecho y encima de un río de sangre. Al abrir una ventana, la cabaña donde vivían apestaba a carroña,Jean ¡Carroña!"
"Qui-Quieres decir..."
"Ella ha estado muerta por días, más de tres o cuatro... Andrew la mató y ahora no tengo ni puta idea de donde esté. Maldición, estoy yendo a tu casa ahora, pero debes encontrar a Libardo. No sabemos dónde esté Andrew y mientras no lo encontremos él pue-"
Pero Carlos, Damián y todo lo demás desapareció de mi mente cuando en mis oídos retumbó el fuerte y sonoro sonido de un disparo. Mi cuerpo entero se congeló mientras el celular resbalaba de mi mano y golpeaba el suelo. Damián no se veía asustado, por lo tanto, él no lo había oído. Ni siquiera yo lo debí haber escuchado, fue gracias a la conexión con Libardo que escuché con tal claridad ese impactante estruendo.
¿Libardo? ¿Amor? ¿Estás bien, bebé?
Pero la respuesta fue el silencio y un punzante dolor en mi corazón, para luego sentir una parte de este dejar de latir.
Un inmenso vacío se apoderó de mi ser, uno que no sentía desde antes de la mordida, del lazo, de las almas gemelas, de conocerlo.
Y después, sólo...










































































































Nada.

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Matenmeeeeeeee pensé que ya había publicado el capituló 🅰️🅰️🅰️🅰️🅰️🅰️🅰️🅰️
Recién me doy cuenta que no lo publique 😭😭😭😭😭😭😭😭

The perfect omega ✨LIEAN✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora