🥀CAPÍTULO 30🥀

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Solté un largo suspiro al notar que por fin los estúpidos alfas salían de la oficina de mis padres. No había contado los minutos ni tampoco me importaba hacerlo, pero había esperado por que esa reunión termine más de media hora y al fin podría hablar con mi madre sin ser interrumpidos. Ella tenía que escucharme, más allá de la discusión que tuvimos la última vez, no podía dejar de sentirme enojado y traicionado con la situación de Nicole, aunque para Libardo y para mí ese ya fuera un tema cerrado.
"Oh, Jean , tu madre ya está-"
"Sí, lo sé." Interrumpí a su secretaria y entré a la oficina, observando rápidamente el asiento principal, con la cabecera dándome la cara, mostrándome la silla de espaldas. Bufé, caminando dentro para cerrar la puerta, apoyándome luego en esta, cruzándome de brazos. Sabía que ella me había sentido, incluso olido, no es que me estuviera preocupando por controlar mis reacciones en ese momento.
"¿Por qué tan enojado, hijo mío?" Giró su silla, mostrándome su perfecta y cínica sonrisa.
"¿Preguntas 'por qué'? Oh, déjame decirte la razón." Mis uñas se presionaron más contra la piel de mis brazos, mirándola directamente, sin inmutarme ante su ahora serio gesto. "Le dijeron a Carlos que me diga que ambos estarían fuera de la ciudad para que acepte ir a ese estúpido viaje, ahora me informan que estabas aquí desde ayer en la noche ¿Qué estás planeando, Sandra?"
El gesto sorprendido de mi madre no duró ni dos segundos antes de convertirse en uno serio y frío. Sabía lo que estaba haciendo, retaba a una alfa en su territorio, e incluso ella podía ser capaz de romperme la mandíbula por mi falta de respeto, más sin embargo, no hizo nada. Solo me sonrió y abrió uno de sus cajones, sacando su caja de cigarrillos para posteriormente tomar uno y encenderlo.
"¿Ves lo que hace ese estúpido omega?" Dijo, soltando el humo del cigarro. "Nos separa, hijo mío."
"No." Gruñí. "Tú me separas del amor de mi vida, eso haces." Di un paso hacia adelante, totalmente seguro de mis palabras. "Y te ordeno que pares. Es mi vida, no la tuya y aunque no me creas lo suficientemente fuerte como tú para soportar de todo por mi omega, lo haré, no me vas a separar de él."
"¡Es que tú no sabes nada, Jean!"
Ella se levantó de su silla y golpeó con fuerza sus dos palmas sobre su escritorio. No me asusté ni reaccioné, o fue al menos eso lo que intenté. Jamás la había visto tan enojada con mi padre o conmigo, pero no había marcha atrás, había decidido eso desde que bajé de mi auto frente a nuestro enorme edificio.
"¿No crees que eres tú quien no entiende?"
"No, hijo." Ella se volvió a sentar, sacando de nuevo de su cajón algo, unos archivos en un folder, lanzándolos sobre el escritorio hasta que estén del otro extremo de este, más cerca de mí. La miré, no iba a dar ni un solo paso más hacia adelante, ni aunque ahí tuviera la respuesta a todos mis problemas. "¿Sabes quién eres, Jean?" Iba a responder a la estúpida pregunta, cuando fue su misma voz la que se encargó de callarme antes de siquiera haber dicho algo. "Tú eres el hijo de los dueños de L-Alfa, la agencia más poderosa de Londres." Hizo una pausa, mirándome a los ojos. "Naciste para ser el alfa más poderoso del país."
Eso no era cierto. "Claro que-"
"¿Y sabes quién es Libardo Isaza?" Me señaló con su mano hacía el mismo folder que había sacado anteriormente. "Un omega cualquiera de veinte años. Fotógrafo de la revista Chronicle Live. Ese chico es un omega ordinario."
"¡No lo es!" Su vista se agudizó ante mi grito y por un segundo no me importó ser escuchado por todo el edificio. "¡No lo es! Él no es un omega ordinario, no lo conoces."
"¿No lo conozco? Mis fuentes me informaron que tiene un hijo de un lazo roto ¿Me equivoco?" Mordí mi labio, queriendo responderle de alguna forma que no terminara aceptando que ello se podía considerar como algo malo. Libardo no era menos que nadie por tener a Damián. "¿Sabes qué significa eso? Él no sirve ni para complacer a su alfa."
Gruñí, enterrando mis uñas en la piel de mis brazos, conteniéndome de lanzarme encima de la misma mujer que fue mi heroína hace tan poco tiempo. "No lo conoces." Murmuré, rechinando mis dientes por la misma tensión en mi mandíbula.
"Nada puede pasar entre ustedes."
"Pues ya pasó." Avancé otro paso, cada vez más cerca de ella. "¡Ya pasó! Ya es mío. Libardo es todo mío te guste o no te guste y cuando lo muerda, me encargaré de que el mundo y todos sepan que él es mi omega. Ese omega cualquiera al que tanto críticas, ese mismo es el amor de mi vida."
"¿Ah sí? ¿Cuándo lo muerdas?" Su mirada retadora me hizo ahogar un gruñido en lo profundo de mi garganta, se veía tan convencida de lo que decía ¿Qué podría hacer ella que no hubiera hecho ya? Lo de Nicole fue algo completamente bajo, algo que no esperaba pero que de alguna forma sirvió para que Libardo confié más en mí. Estaba acabada, no podía imaginar otro as bajo su manga. "¿Cómo estás tan seguro que vas a morderlo, Jean? ¿Ese chico no tenía un alfa ya?"
"Tenía." Aseguré, con la voz cargada de enojo, de rabia ante la insistencia de mi madre por alejarme de mi omega. "Ya no y Libardo ahora me pertenece ¿Qué pretendes con esa actitud?"
"Hasta que no lo muerdas, ese chico le pertenece a su alfa y ese... No eres tú, Jean." Ella empezó a caminar hacía los grandes ventanales de la oficina. Pensé en qué decir, algo que pudiera explicarle que estaba equivocada pero ante cualquier ley, cualquier norma o lo que fuera, ella tenía razón, no importaba cuanto lo amara mientras mis colmillos no estuvieran enterrados en su cuello. "Ahora vete, tengo una reunión importante y luego me iré a Rusia por unos días."
"El viaje..."
"Irás al viaje. Simon está muy interesado en conocerte y ya le confirmaste. Deja de portarte como un maldito adolescente y obedece a tu madre, Jean."
No respondí, a pesar de todas las ganas que tuve de hacerlo, no lo hice. Maldije internamente a mi estúpido padre por aparecer en mi cabeza en ese momento, como un maldito recuerdo o una imagen mental, repitiéndome por milésima vez que no importa que tan descabellada vea a mi madre, ella siempre sería la mujer que me sacó adelante sola.
Gruñí por lo bajo antes de salir de su oficina, sorprendiéndome al ver que ya había un sujeto fuera de esta esperando. Lo miré de pies a cabeza, notando una sonrisa burlona en su rostro. Tenía los ojos color claro y el cabello castaño. Un alfa muy delgado pero su presencia imponía, al menos así lo sentí. No pensé por qué me mantuve tanto tiempo analizándolo, solo fue mi alfa, mi alfa indicándome que ese sujeto no me daba ni la más mínima buena espina.
Él entró a la oficina de mi madre y cerró la puerta. Su mirada se conectó con la mía por un par de segundos antes que la madera se encargue de separarnos. Miré a la secretaria de mi madre y ella se encogió de hombros, aunque su gesto, más que indiferente, mostraba un semblante preocupado. No le pregunté nada, tenía la cabeza echa vueltas para ese punto y quizás mi alfa solo estaba demasiado enojado, queriendo buscar pelea en cualquier lugar.
Tal vez debería volver a mis clases de box, al menos para liberar toda esa tensión.
Troné mi cuello al inclinarlo hacía ambos lados, bajando por el ascensor para subirme a mi auto e ir directamente al único lugar donde sabía me calmaría. Entraría a su casa, saludaría a Damián si es que aún se encontraba despierto y me lanzaría a los brazos de mi pequeño, llenándome de su olor como un calmante natural. Sabía que él no se había tomado bien la noticia de mi viaje, de hecho yo tampoco estaba de acuerdo, pero después de eso iniciarían las preparaciones por las fiestas de fin de año y eso me tendría en el país al menos por los próximos meses.
Le había mandado un par de mensajes antes de hablar con mi madre, no quería llamarlo porque sabía que con solo escuchar su voz terminaría yendo a verlo y olvidándome de mi asunto pendiente, así que simplemente le dije que lo amaba, que lo extrañaba y que llegaría un poco tarde. Libardo respondió como siempre, así que no había de qué preocuparme, él se encargaría de volver a poner todo en su lugar, tanto calmándome a mí como a mi alfa.
Agradecí que el camino a su casa no hubiera sido tan largo, en menos de lo que esperaba debido a estar totalmente sumergido en mis pensamientos, estacioné el auto fuera de su hogar y caminé hasta la entrada. Abrí la puerta con la llave, entrando con mucho cuidado y cautela, tratando de no hacer ruido para no despertar a Damián , si es que dormía.
Me sorprendí cuando, apenas cerré la puerta, sentí algo impactar contra mí y unos delgados brazos rodearme con fuerza, hasta mi nariz llegó el aroma a mi Libardo asustado y entonces lo abracé con fuerza, sintiendo el pánico y la preocupación consumirme en cuestión de segundos. Su cuerpo temblaba ligeramente, mientras su rostro continuaba escondido en mi cuello, impidiéndome verlo.
"Bebé. Amor ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?"
"Shh." Me calló. Frotando su nariz contra mi cuello. Me quedé en silencio tal y como lo pidió, sintiendo que sus temblores disminuían con el pasar de los segundos, mientras mi mano se frotaba con muchísimo cuidado por su espalda. Todo el concentrado olor se fue disipando hasta que solo sentí sus ronroneos y entonces pude apartarlo con cuidado.
"¿Qué tienes, bebé?" Sus ojos me evitaron por unos segundos, antes de mirarme directamente, mordiendo su labio inferior y liberándolo para hablar.
"¿Dónde... Dónde estabas?" Murmuró, destrozándome el alma el escucharlo tan asustado, notando sus pupilas algo dilatadas. Se veía tan frágil, tan asustado.
"Con mi madre. Te mandé el mensaje ¿Recuerdas?" Respondí despacio, entre pequeños susurros para no alterarlo, no sabía qué tenía y le daría su tiempo para responderle, pero lo que menos deseaba era asustarlo.
"Sí pero... Tardaste. Tardaste mucho."
"Lo siento, ángel, tenía que hablarle." Tomé con cuidado sus mejillas y dejé un pequeño y duradero beso en su frente, apartando los rizos que me impedían tener total contacto con su piel. Libardo ronroneó tal cual minino, antes de rozar su nariz con la mía, con los ojos ligeramente cerrados.
"Te extrañé. Te necesité mucho, Jean, pero ya estás aquí ¿Verdad? Y no te irás ¿Cierto?"
A pesar de lo mucho que me encantaba escucharlo hablarme de esa manera, notaba que algo no andaba bien. Quizás los instintos de mi alfa continuaban fallando, pero Libardo se veía más como un omega frágil que como el omega independiente de siempre. Sus preciosos esmeralda me reflejaban miedo, tampoco dejaba de morder su labio y aún a pesar de estar tan cerca, sus manos continuaban sosteniendo mi camisa, sin haberla soltado ni un solo segundo.
Sentí su dependencia, el sueño de cualquier alfa, pero ese no era mi Libardo.
Pensé durante tres segundos qué hacer y entonces llegué a la conclusión que nada nos hacía más bien que el estar juntos. Con cuidado, coloqué una de mis manos en la parte trasera de sus muslos y la otra sobre su espalda, cargándolo en mis brazos sin hacer demasiado esfuerzo, había cargado muchas cosas más pesadas que él. Caminé hasta el sofá y me senté, acomodándolo sobre mis piernas, hundiendo mi nariz entre sus cabellos, inspirando profundamente.
"A ver, debemos hablar." Acomodé una de mis manos rodeando su cintura, y con la otra atrapé sus dedos, entrelazándolos con los míos, mientras él me observaba con su tímida mirada. Definitivamente ese no era mi Libardo. "¿Ha pasado algo mientras no estuve?"
"Uh." Sus ojos bajaron hasta dirigirse a nuestras manos, mientras suspiraba. "Te extrañé."
"Lo sé, amor." Besé su mejilla rápidamente, mirándolo de la misma forma interrogante después. "Pero no es solo eso, esta vez hay algo más ¿Verdad?" Le sonreí tan dulcemente como me nacía hacerlo antes de hundir de nuevo mi nariz, ahora en su cuello, causándole un par de risas cada que inspiraba profundamente.
"¿Qué haces?" Colocó su mano sobre mi pecho, alejándome, mostrándome una tímida sonrisa que me alegré de ver, sintiendo como mi alfa se relajaba ante su gesto.
"Te huelo." Afirmé. "Así sé si pasó algo, debo analizarte bien."
"Tonto." Rió. "Me haces cosquillas."
"Ven, pon tu mano aquí." Guie su mano a mi pecho, dejándola ahí. "Acaríciame ¿Si? Me altera el verte mal, tienes que calmarme o de lo contrario entraré en pánico."
"No lo hagas." Hizo un puchero, acomodándose mejor entre mis brazos, apoyando su cabeza en mi hombro para empezar a obedecer y acariciar mi pecho son su palma. "No entres en pánico, tú me haces calmarme a mí ¿Qué hago si no estás calmado?" Besó mi garganta, suspirando contra mi piel. "Solo ha sido un día difícil... Y te necesité mucho."
"¿Por qué no me dijiste? Pude venir apenas me llamaras."
"Lo sé." Acarició la piel de mi cuello con la punta de su nariz. "Por eso eres el mejor alfa del mundo, yo sé que siempre estás para mí, Jean."
"No seré el mejor alfa del mundo hasta que pueda sentir cuando te pasa algo malo." Bufé, gruñendo interiormente. "¿Solo ha sido un día difícil?"
"Recordé muchas... Cosas." No pregunté ni él siguió, no hasta varios segundos después en los que nos dedicamos simplemente a mimarnos. "Antes de ti, antes de la estabilidad... Recordé como fue cuando solo éramos Damián en mi vientre y yo, contra el mundo."
"No sirve recordar el pasado que duele, Libardo."
"Lo sé, no está en mi agenda el ponerme de esta forma, Jean." Dejé que tomara mi mano y con sus largos dedos juegue con los míos, masajeándolos, acariciándolos. "Solo pasó... No eran buenos tiempos esos y únicamente pensarlos me pone muy mal, siento que mi omega se remueve y llora, araña, grita... Es como algo que me altera."
"¿Quieres hablar de eso, amor?"
"No. Realmente no."
Asentí levemente con la cabeza, soltando un largo suspiro. Recordé entonces el día que acepté para mí mismo mi amor por Libardo. Tuve como una batalla interna preguntándome si podría ser la persona que él necesitaba para salir adelante o si terminaría perdiendo la paciencia y hundiéndolo más de lo que ya estaba. Temí no ser el indicado para un corazón tan lastimado; quise correr e huir de tan gran sentimiento y responsabilidad, sabiendo que estaría atado a él para siempre; pero entonces, ese mismo día, al verlo, todas las dudas se despejaron como ver un sendero de luz en medio de la oscuridad y me dije que lo intentaría.
Porque en esta vida, no hay peor cosa que la que no se hace, y aunque no fuera lo mejor para él, no lo dejaría, sino lucharía por convertirme en la persona que logre sanar ese corazón roto.
Libardo y yo nos quedamos en silencio por varios minutos, o quizás más. Nos dábamos pequeños besos que rompían el largo lapso sin ruido, mientras él se acomodaba y acurrucaba en mis piernas cada cierto tiempo. Ninguno dijo más, quizás porque no hacían falta palabras, sino simplemente el poder sentir la presencia del otro y saber que estábamos ahí, juntos.
Después de todo ese tiempo, él se levantó de entre mis brazos y tomó mi mano, guiándome a su habitación. Nos desvestimos lo suficiente y nos lanzamos a la cama. Sacó las frazadas para acurrucarnos abajo y apenas mi cuerpo se tumbó, me dio la espalda, tomando mis brazos a ciegas para rodearse la cintura él mismo con ellos, acercándose hasta que su espalda chocó contra mi pecho y soltó un sonidito, acomodándose mejor.
Besé su nuca un par de veces, cuando que por fin, después de tanto silencio no tan incómodo, escuché su grave y ronca voz.
"¿Cuándo viajarás?" Intenté que su tono apagado no me entristeciera más de lo que lo hacía esa misma palabra. Un viaje. Viajar sin él. Irme lejos de mi pequeño y frágil omega.
"Pasado mañana, si no me equivoco."
"¿Es mucho tiempo?"
"Todo el fin de semana. Vuelvo el domingo por la noche o a más tardar el lunes por la mañana." Sus manos tomaron las mías para entrelazar nuestros dedos, sintiendo como su pecho se inflaba para inspirar y soltaba todo el aire de sus pulmones. "Apenas llegue, vendré por ti y por Damián ¿De acuerdo?"
"Lo sé." Murmuró. "¿Qué te dijo tu madre? ¿Ella no podría ir?"
"Se lo pregunté pero viajará también a otro lugar." Con mi pulgar, empecé a acariciar su mano mientras enredaba mis piernas con las suyas, dándonos el mutuo confort que necesitábamos.
"¿Y sobre lo demás? ¿Lo de Nicole?"
"No hay mucho que decir, sigue tensa... Supongo."
"No le hiciste nada ¿Verdad?" Intentó girarse para mirarme, preocupado. "¿Discutieron? ¿Ella te hizo algo?"
"No, no amor." Besé su mejilla, intentando evitar que se mueva de esa cómoda posición. "Todo está bien, te lo aseguro. Le dejé en claro que ni ella ni nadie podrá separarnos ¿De acuerdo?"
"Ujum, aunque un viaje lo hará."
"Sabes que será por poco-"
"No me quejo." Me cortó, tomando una de mis manos para bajarla lentamente, hasta que sentí como sus dedos se movían y se aseguraba que fuera mi palma la que tocara su entrepierna, teniendo contando al instante con su miembro, aún sobre la tela de su ropa interior. "Hazme el amor, Jean."
"¿Ahora?" No lo dudé, a pesar de la pregunta, mi mano no tardó en hundirse bajo la gruesa tela de su bóxer y tomar su miembro, empezando a estimularlo, subiendo y bajando mi mano por toda su extensión.
"Sí, tengo antojos." Jadeo y sentí como su cuerpo se iba tensando, mientras empujaba sus caderas hacía atrás, buscando que sus glúteos pudieran rozarse contra mi erección, aún a pesar de las molestas telas que empezaban a ser un problema."
"Antojos, eh." Sonreí. No hacía falta que él me lo dijera, si no lo hacíamos esta noche, lo haríamos a la siguiente, no podía irme sin llevarme esto, sin recargar mis energías para los que serían los peores días de mi vida. "¿No será que tienes un mininosotros en tu pancita y por eso andas tan antojón y sentimental? ¿Qué sigue? ¿Pedirme comida rusa a las tres de la mañana?" Besé su nuca, pasando mi pulgar por su glande y mi otra mano se encargaba de bajar la molesta tela de su ropa interior.
"N-No." Libardo cerró sus ojos con fuerza, lo podía ver, mientras su mano libre buscaba de- sesperadamente también privarme de la única tela que cubría mi hombría. "Tomo... Tomo las pastillas de Carlos."
"Maldito sea Carlos."
"Cállate y fóllame, tonto."
En ese segundo besé la piel de su cuello mientras lograba liberar mi miembro y este buscaba desesperado la entrada de Libardo. Sentí mi alfa gruñir cuando lo penetré, a Libardo jadear, gemir por lo bajo antes de quedarnos quietos, acostumbrándonos el uno al otro, mientras mi polla era cubierta con su lubricación. En ese instante vi su cuello tan cerca de mí, noté su sumisión, su completa entrega y supe que si lo mordía en aquel momento, él no pondría resistencia alguna.
Pero más allá de que estemos listos, desee demostrarle a mi madre, al mundo y a cada persona en la sociedad que una mordida no es lo que asegura un lazo eterno. Libardo y yo no la necesitábamos para merecernos mutuamente. Moví mis caderas y empecé con las embestidas, buscando su mano para entrelazar nuestros dedos. Besé justo sobre la mancha que tenía donde antes había una mordida y le susurré lo que él se había perfectamente.
"Te amo, mi precioso y perfecto omega."
A la mañana siguiente, Libardo no me quería dejar ir a trabajar, me lo imaginé como en las historias, esas personas que tienen ese instinto de que algo malo pasará, pero nada malo ocurrió aquel día. Luego de ello, el tan temido viaje llegó y aunque me llevé los suficientes besos como para sobrevivir un verano sin él, algo en mi pecho me decía que no viajara.
Pero el día anterior a ese nada malo paso, incluso Libardo se dijo a si mismo que estaba pensando demasiado y creí que mi alfa también estaba demasiado paranoico. Ignoré mi instinto, ignoré los miedos, ignoré el temor en los ojos de mi amado y viajé.
Lo último que Libardo y Damián me dijeron es que me amaban y que estarían ahí para cuando volviera.

The perfect omega ✨LIEAN✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora