Capítulo 9. El mapa del merodeador

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La señora Pomfrey insistió en que me quedara en la enfermería el fin de semana, pero esa no era una opción para mí. Por el contrario, Harry pasó esos dos días allí. Sin quejarse, aunque no le permitió a la enfermera que tirara los restos de su Nimbus 2.000. Todos sabíamos que era una tontería y que la Nimbus no podía repararse, pero Harry no podía evitarlo. Sabía que era como perder a uno de sus mejores amigos.

Lo visitamos sin parar, con la intención de darle ánimos. Hagrid le envió unas flores llenas de tijeretas y que parecían coles amarillas, y Ginny, sonrojada, apareció con una tarjeta de saludo que ella misma había hecho y que cantaba con voz estridente salvo cuando se cerraba y se metía debajo del frutero.

El equipo de Gryffindor, esta vez con Wood, y Ron, Hermione y yo volvimos a visitarle el domingo por la mañana. El capitán del equipo le aseguró a Harry con voz de ultratumba que no lo culpaba en absoluto. Ron, Hermione y yo no nos íbamos hasta que llegaba la noche. Pero suponía que nada cuanto le dijésemos o hiciésemos podía aliviarlo, porque realmente sólo conocíamos la mitad de lo que le preocupaba.

Ciertamente, a mí también me preocupaban varias cosas que no le había contado a nadie. Aquel perro en las gradas me había desconcertado a tal punto que varias veces me chocaba con gente por los pasillos, por no mirar por dónde caminaba. Sólo encontraba una explicación a la presencia del Grim en el partido.

Harry.

Todos sabíamos que la profesora Trelawney le gustaba crear desgracias, pero las coincidencias sobre la predicción de mi amigo empezaban a ser demasiadas. Por otra parte, si sólo Harry tenía el Grim ¿por qué yo lo había visto, y en más de una ocasión?

Y luego estaban los dementores. Me sentía muy humillada cada vez que pensaba en ellos. Todo el mundo decía que los dementores eran espantosos, pero nadie se desmayaba al verlos... aparte de Harry y de mí.

Nadie más oía en su cabeza el eco de mis gritos llenos de dolor.

Porque sabía perfectamente que era yo misma. En mi cama, desvelada durante toda la noche, contemplando los débiles rayos de luz de la luna que dejaba pasar las tranquilas aguas del Lago Negro y que se reflejaban en las paredes, oía mis palabras y sus palabras una y otra vez. Cuando se me acercaban los dementores, oía los gritos, sus carcajadas, mis súplicas... Dormía irregularmente, sumergiéndome en sueños plagados de manos corruptas y viscosas y de gritos de terror, y me despertaba sobresaltada para volver a oír mis gritos.

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Fue un alivio que el lunes regresara el bullicio del colegio, donde estaba obligada a pensar en otras cosas, aunque tuviera que soportar las burlas de Draco Malfoy. De alguna manera, Malfoy había escuchado de mi incidente. No le cabía en sí la derrota de Gryffindor. Por fin se había quitado las vendas y lo había celebrado parodiando la caída de Harry y mi ¿desmayo?, bueno, casi desmayo (aunque él ni siquiera estuvo presente). La mayor parte de la siguiente clase de pociones la pasó Malfoy imitando por toda la mazmorra a los dementores. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un corazón de cocodrilo grande y viscoso. Le dio en la cara y consiguió que Snape le quitara cincuenta puntos a Gryffindor.

-Si Snape vuelve a dar la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me podré enfermo. Mira a ver quién está, Hermione-dijo Ron, mientras nos dirigíamos al aula de Lupin, tras el almuerzo.

-¡Estupendo!-exclamó Hermione, asomándose al aula.

El profesor Lupin había vuelto al aula. Ciertamente, tenía aspecto de convaleciente. Las togas de siempre le quedaban grades y tenía ojeras, aspecto que había notado el día del partido. Sin embargo, sonrió a los alumnos mientras nos sentábamos, y la gente prorrumpió inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante la "enfermedad" de Lupin. Al menos todos los Gryffindor.

La Chica Muggle //3// (Draco Malfoy y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora