—¡Por fin hay cobertura!
La voz de Amanda resonó por toda la casa como los truenos de la noche anterior, o tal vez más.
A las diez de la mañana el cielo había comenzado a abrirse después de un día entero sin que se viera el sol, y alrededor de las doce se pudo reestablecer el suministro de la luz. Como cabía esperar, lo primero que se encendió en la casa fue la televisión.
Ángel todavía estaba en la cama cuando las voces de Amanda y Fausto se dejaron oir en el salón con gran estruendo. ¿Es que no sabían hablarse como las personas normales y sin dar voces?
Tras arreglarse un poco antes de presentarse en sociedad de nuevo, Ángel comprobó, aliviado, que en efecto el cielo estaba completamente despejado y el sol brillaba. Y pensar que todo se le había antojado como una sueño agridulce...
Si ya les escuchaba gritando con la puerta cerrada, para cuando la abrió casi le peinan con una ráfaga de viento. Lo primero que llamó su atención fue ver a Fausto, ataviado con sus ropas ya secas, subido de pie en el sofá y haciendo aspavientos. A pesar de la desesperación con la que se movía, parecía haberse esmerado bastante en arreglarse. Ni siquiera le veía un sólo pelo negro bajo la peluca, ligeramente deshecha. Pidiéndole que se bajara estaba Amanda, y sentada viendo la televisión como si nada, Águeda.
—¡Cómo que no podéis liberar a las personas de ahí! —exclamaba el marqués, señalando la televisión con ambas manos— ¡Si están ahí es porque las habéis encerrado dentro!
—¡Nadie ha encerrado a nadie! ¡Esto se llama tele y a través de ella puedes ver personas! —replicaba Amanda. Le estaba tirando de una manga para que se bajara del sofá.
—¡Precisamente si puedo verlas es porque están dentro!
—Oh, Ángel, ricura, ¿quieres desayunar? He hecho tostadas y café. Todavía quedan algunas en la cocina.
La voz de Águeda apenas se elevaba por encima de la de los otros dos, y contemplaba al muchacho con su inexpresividad habitual en mitad del caos. Ángel, sin saber si era mejor volverse a dormir o intentar poner orden, decidió tirar por la vía diplomática y asentir con una sonrisa a su querida vecina.
—Gracias, tata. Iré enseguida.
La mujer le devolvió la sonrisa antes de continuar viendo las noticias en un canal de cotilleo, donde poca diferencia había con el espectáculo que se estaba dando en su salón. ¿Cómo podía estar Águeda tan tranquila con un poseso dejándose la voz a su lado?
Sólo cuando Ángel le pone una mano a Fausto en el brazo con extrema calma, consigue que el marqués se calle de inmediato para mirarle. Una mezcla extraña de alivio y cómica desesperación iluminó sus ojos.
—Oh, dichosa sea mi vista, os necesitaba urgentemente —dijo Fausto, dando un salto para bajarse del sofá ante la incrédula mirada de Amanda. Agarró a Ángel por los hombros y lo zarandeó levemente—. Por favor, explicadme cómo habéis metido a seres humanos tan pequeños en esa caja luminosa todavía más pequeña. ¿Qué clase de tortura es esa?
—Antes de nada, cálmate. ¿Has desayunado?
Fausto abrió la boca para responder, pero la cerró enseguida al darse cuenta de que no lo había hecho.
—Bien. Vente conmigo a la cocina y te lo explico —continuó Ángel—. Voy a necesitar refuerzos, Mandi.
—La que los necesitaba era yo. Ha sido despertar y ponerme la cabeza como un bombo —gimoteó la joven.
—Vos érais la que me estaba gritando.
—A partir de ahora nadie va a gritar para resolver dudas ni para formularlas. ¿Vale?
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Fausto de Andavia
Mizah1765, Amarchel. Fausto, tiránico marqués y practicante de magia negra, busca crear un portal que le permita viajar al pasado para vengar la muerte de sus padres. Son su propio narcisismo y egoísmo los que lo envían al año equivocado y queda atrapado...