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La mañana siguiente Emilio se levantó con una gran sonrisa que por supuesto no pasó desapercibida por ninguno de sus padres sin embargo Manuel convenció a su esposa de no preguntar algo.

Luego de desayunar, los tres comenzaron a preparar todo para la reunión que tendrían más tarde. Diana se encargó de preparar algunos complementos para la barbacoa que prepararía su hijo y esposo.

Pasando las doce del día llegó Taner junto son sus padres y hermana, quienes ayudaron a terminar de acomodar las mesas en el patio.

Unas horas después llegaron otros amigos de la familia y por supuesto integrantes del equipo de fútbol americano, comenzando a disfrutar de la comida. Pero a pesar de toda la compañía Emilio no dejaba de ver hacia la puerta esperando que el castaño apareciera.

Cuando el rizado ya estaba dándose por vencido de que no vendría, escucho como su madre le grito desde adentro de la casa, de inmediato se levantó para ir.

—¿Qué pasó? —intrigó entrando a la casa Emilio.

Diana no dijo nada y solo señaló la sala, el rizado camino al lugar sin saber a qué se refería. De inmediato sonrió ampliamente a ver a Joaquín mirando sus fotos de pequeños, dándole la espalda, de inmediato se acercó a abrazarlo, haciendo que de un saltito por el susto.

— Viniste —susurró Emilio disfrutando del olor ligero a cerezas del menor.

— Sí, pero solo puedo quedarme hasta las cinco tengo cosas que hacer —comentó el castaño, dándose vuelta sintiendo como lo abrazaban por la cintura, mi él lo hacía por los hombros.

— No es justo, solo estarás dos horas conmigo —musitó el rizado haciendo puchero, con la esperanza de que fuera besado, pero no pasó— Quiero que me beses —pidió.

— Me gustaría, pero es la tercera vez que tu madre se asoma y no creo que quieras que se entere así —murmuró Joaquín soltando una pequeña risita al ver la expresión del mayor y como se separaba rápidamente.

— Vamos con los demás para que los conozcas y ellos a ti —dijo Emilio caminando al patio siendo seguido por el castaño— Les quiero presentar a Joaquín —comentó una vez que llegaron al patio.

Todos saludaron al castaño de manera muy amable, siendo correspondidos de la misma manera, para que después los dos jóvenes se sentarán frente a la mesa.

— ¿Quieres comer? —intrigó el rizado, mirando al menor.

— No gracias —comentó Joaquín con una pequeña sonrisa.

— ¿Por qué? Está muy rico todo, yo le ayude a mi padre y mi madre cocina delicioso —murmuró Emilio, levantándose haciendo que el menor haga lo mismo, caminando a donde estaba la comida.

— En serio no gracias, ya comí en la casa, así que no tengo hambre—dijo el castaño, al ver que el rizado lo miraba con ojos suplicantes, lo tomó de la mano para alejarse más y no pudieran escucharlos— No dudo que este rico todo, pero no como eso, soy vegetariano.

— Oh... No lo sabía —susurró el rizado sonrojándose un poco.

— No hay problema, ¿podemos regresar a la mesa? —preguntó Joaquín, recibiendo un asentimiento como respuesta.

Los jóvenes regresaron a sentarse, comenzando a platicar un poco con los demás invitados y con ellos mismos.

[...]

Más de una hora después Emilio decidió que era momento de pasar un momento a solas con el castaño, por lo que puso el pretexto de mostrarle la casa para levantarse.

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