Mikhael solía cuestionarse todo lo que hacía, pero no confiaba sus dudas a nadie. Se limitaba a decir lo que le enseñaban, a hacer lo que le ordenaban y a sentir lo que indicaban. Llevaba tantos años dejando que otros pensaran por él que no comenzó a hacerlo por sí mismo hasta que conoció a Zecharias Darzi, uno de sus muchos detenidos. Zecharias tenía lo que a él le faltaba: la verdad. Y la verdad era que Mikhael vivía en la superficie de una dictadura mental.