Sed. Era un dolor persistente y doloroso que se abría paso hasta alcanzar su máxima atención. Era todo lo que podía sentir, todo lo que podía pensar. Se le llenaba la boca de agua cuando olía algo; era dulce, pero tenía un aroma picante que le hacía dilatar las fosas nasales y curvar los dedos de los pies. El aroma le hacía salivar como un perro mientras el dolor se volvía demasiado intenso como para ignorarlo. Alimentarse, fue el único pensamiento coherente mientras se levantaba y comenzaba a cazar.