Capítulo 4

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Al asomar la vista dentro de aquella bolsa negra, se encontró con una serie de lamparitas de aceite y una botella conteniendo el mismo para encenderlas. ¿Por qué necesitaban esas cosas cuando tenían excelente iluminación? Del centro colgaba un amplio candelabro de luz amarilla que se veía precioso con las luces encendidas. Aún así, se ocupó de la tarea diligentemente y una por una las encendió y las dispuso en distintos puntos de aquella gran habitación. 

No obstante, poco a poco comenzó a notar los inusuales detalles que hacían a aquél lugar diferente de los demás. Un diván curvo y extraño, espejos repartidos en el techo, velas cuya cera se había desparramado y secado sobre las mesas...

 "¿Velas y lámparas de aceite? Éstas personas están pidiendo a gritos que ocurra un incendio..." Pensó Na Kyum, mientras con una espátula removía trozos de cera roja del azulejo que cubría el suelo.

 No había ninguna ventana pero aún así tenían cortinas en cada pared que se desplegaban sensualmente sobre el colchón de la gigantesca cama. Para sacudirlas, pasó junto a un biombo de papel con proporciones absurdas que apenas distorsionaba la luz que lo atravesaba encontrándose al centro de aquella habitación.

 El baño parecía más bien un sauna improvisado. Amplio pero enteramente dedicado para alojar una tina, un retrete y espejos apostados  a los costados, con barras de metal a la altura de sus manos. Había olvidado su tarea y ahora como un felino, exploraba sin pudor ni vergüenza, tomándose su tiempo, escurriendo su delgada figura por todos lados.

-- Aquí deben de pasar todo tipo de cosas... -- murmuró para sí mismo

De su bolsillo, mientras contemplaba la fina capa de papel del mentado biombo, tomó una hoja doblada y la extendió sobre una de las minúsculas mesitas de madera, arrodillándose sobre la afelpada alfombra roja que cubría toda la superficie del suelo. Un trozo de carboncillo que cargaba consigo fue suficiente. Sus manos se movían por sí solas, como en trance. 

-- Hey, alguien se nos adelantó 

Un hombre fornido, de pelo largo y oscuro se hallaba en la puerta, con una mano sobre el picaporte dorado.

Na Kyum saltó por la sorpresa. ¿Cuándo había entrado alguien ahí? Rápidamente se incorporó y sacudiendo sus ropas se apresuró hacia la puerta.

-- Lo siento mucho -- Arrugó la hoja e hizo para meterla de vuelta a su bolsillo -- Limpiaba la habitación, pero ya he acabado. Con permiso.

Su voz era apenas audible. El hombre lo miró mientras salía de la habitación. 

-- Vaya, debe ser nuevo -- Dijo éste, poniéndose una mano en la cintura.

Na kyum continuó todo el recorrido de regreso, encontrándose con un grupo de hombres jóvenes que se dirigían en dirección contraria. Bromeaban y charlaban entre sí, apenas prestándole atención al menudo muchachito que hacía su camino escaleras abajo. 

Uno de aquellos hombres destacaba. Con lentes oscuros, cabello negro peinado hacia atrás, y ataviado con un traje entallado, sus poderosos brazos se balanceaban a ambos lados de su musculoso torso. Y sus piernas, gruesas y largas, subían los escalones. Na Kyum no pudo evitar contemplar a ese hombre. 

-- Mi señor 

Escuchó a alguien decir, dirigiéndose a él. ¿Era acaso el famoso Señor Seungho del que habían hablado la Madame y Lee en el desayuno? 

Cuando lo hubo sobrepasado en los escalones, continuó bajando y se dirigió a la terraza. Lee lo recibió, mientras doblaba un par de toallas limpias sobre su regazo.

PINTOR NOCTURNO OMEGAVERSE FICTION - Todas mis batallasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora