Capítulo 10

9.5K 1.1K 57
                                    


Cuando abrió los ojos no reconoció nada en su alrededor. Su corazón comenzó a latir destrampado, por el temor y el pánico que se apoderaron de él instantáneamente. 

Incorporándose velozmente sobre el colchón, examinó el cuarto donde se hallaba. Paredes de un suave color crema lo acorralaban, mientras un gigantesco ventanal horizontal a su izquierda permitía el paso de la luz del sol que, a su vez, iluminaba una alfombra gris la cual, impecablemente limpia, se extendía sobre la duela de madera en el suelo.

"Q-que... ¿Dónde...?" Pensó, aún sin salir de su estupor.

 Como si fuese un relámpago, la última memoria que tenía de antes de perder el conocimiento le cruzó por la cabeza: La cara del señor frente a la suya. Las embriagantes feromonas de alfa que rebosantes se aglomeraban en su nariz y lo hacían sentir mareado. El pinchazo de la aguja entrando en su piel y el contenido haciendo presión dentro de su carne al abrirse paso. Después de aquello, nada. 

-- No puede ser... Pero, ¿Por qué? -- Murmuró, suponiendo muy acertadamente, que había sido llevado a aquél lugar cuando se encontraba inconsciente. 

"¿Fue porque no acepté pintar para él?... Estoy arruinado..." Siguió meditando. Después de todo, no sabía aún de lo que era capaz aquél hombre. Aunque se había dado una idea por los comentarios de los demás omegas en la casa de Madame, temía por su vida. ¿Qué podría hacer un omega sin familia y sin techo como él, contra un chaebol? Si él muriese, o si fuese apresado, nadie penaría por él. Nadie sabría nada de lo que le pasó al desafortunado omega Baek Na Kyum. Las leyes en el mundo estaban hechas por alfas, para alfas y en menor medida, para betas. Nada especialmente para proteger a los omegas.

"Tengo que salir de aquí" Se dijo a sí mismo. Con cuidado de no hacer ruido, hizo las cobijas que lo arropaban a un lado y sigilosamente, caminó descalzo hacia la puerta de aquella gigantesca habitación. Tomó la perilla e intentó girarla, pero fue inútil. Estaba cerrada desde afuera. 

-- Debe haber otra forma --  Susurró, mirando hacia todos lados en busca de algo que le pudiera ser útil, hasta que sus ojos se posaron en aquél gran ventanal. Sin embargo, justo cuando comenzó a caminar en esa dirección, escuchó el sonido de una llave que abrió la puerta tras él.

-- Oh, joven omega. Ya ha despertado. -- Dijo el hombre en el umbral, quien portaba un traje color azul claro con mangas y pantalón blanco -- El señor quiere verlo. Acompáñeme por favor.

Su semblante, ligeramente encorvado aunado a los signos de edad que cubrían su piel, lo hacían ver inofensivo. Casi amigable. ¿Era un sirviente? Tenía que serlo. 

-- ¿Qué quiere él de mi? ¿Para qué me trajeron aquí? -- Inquirió Na Kyum, sin poder esconder la preocupación que denotaba su tono de voz. 

El hombre lo miró con una expresión que sólo podía interpretarse como compasión. Negó con la cabeza.

-- El señor lo hará trabajar para él, no tiene por qué preocuparse. Estará bien siempre y cuando haga lo que le sea pedido. -- Se inclinó un poco por cortesía -- Ahora, acompáñeme por favor. Al señor Seungho no le agrada esperar.

Sin saber qué más decir, Na Kyum accedió muy contra sus verdaderos instintos que le indicaban con cada fibra de su ser que fuese cauteloso. Si estaba enojado con él, no podía hacer nada que acrecentara su ira. Pero tampoco podía pintar. No lo que aquél hombre quería. 

El sirviente lo condujo por los amplios pasillos de lo que parecía ser una lujosa casa. El gusto con el que estaban diseñados aquellos espacios era exquisito y con un aire de elegancia que sólo un reducido sector de la población podía permitirse. Una mezcla exacta entre lo coreano tradicional y lo moderno empapaba las paredes, el suelo, las repisas y los muebles de la casa. Na Kyum se hallaba inmensamente admirado, como si visitase un museo por primera vez.

 En dos o tres ocasiones pasaron junto a más personas que estaban ataviadas con un uniforme idéntico al del hombre que lo guiaba un par de pasos adelante de él, por lo que intuyó que también trabajaban ahí. Éstos los ignoraban por completo, como si estuviesen acostumbrados a ver extraños en la casa. O bien, como si se les prohibiera reconocer la presencia de visitantes a menos que expresamente se los pidieran. Ésto le helaba la sangre. 

Mientras seguían caminando, pasaron por varios lugares. Un cuarto que parecía ser una sala, un recibidor gigantesco e impecable, un comedor absurdamente largo, y finalmente, atravesando una puerta corrediza de cristal, un jardín que se extendía más allá de lo que Na Kyum creía posible en una ciudad... Si es que aún estaban en la ciudad. 

Ahí, rodeado de densos rosales que apenas comenzaban a retoñar, y matorrales de diversas flores extrañas que Na Kyum jamás había visto en su vida, en un pequeño kiosco blanco que tenía un desayunador circular al centro, se encontraba aquél hombre. El intenso verde de los arbustos y las coloridas flores que  los salpicaban de colores eran como el marco de una pintura, dentro de la cual el núcleo de la composición era la fornida silueta de un magnífico alfa, ataviado con un hanbok modernizado color azul náutico. Su cabello negro como el azabache, apenas peinado, brillaba con destellos azulados y sus ojos ambarinos se hallaban clavados en la pantalla de una tableta electrónica que yacía puesta a un lado de su taza y un plato con abundante fruta. 

Na Kyum, al encontrarse con aquella visión, inevitablemente se halló embelesado. Mirando cómo los rayos del sol que atravesaban las blancas nubes como flechas, se impactaban sobre aquél kiosco e iluminaban al alfa en su totalidad. ¿Acaso era malo sentirse de esa manera? Tenía que mantenerse alerta y espabilado.  

Un par de sirvientas que en silencio acomodaban otro juego de utensilios sobre la mesa cristalina se despidieron de su patrón con una reverencia, y siguieron su camino, ignorando por completo a Nakyum y al Sirviente que lo acompañaba.

-- Mi señor, el joven omega está aquí, como pidió -- Comenzó a decir, con ambas manos respetuosamente sobrepuestas en la boca de su estómago.

Los ojos del alfa se posaron en ellos.


PINTOR NOCTURNO OMEGAVERSE FICTION - Todas mis batallasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora