Capítulo Dos

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El clima de la cuidad siempre había sido fresco gracias a que la gran parte de la cuidad era vegetación, sin embargo, ese día Zulia sintió que un calor abrasador se posaba sobre la cuidad; estar dentro de sus amadas ropas de enfermera ese día se había vuelto una tortura y más porque el pequeño ventilador que había sobre la pared lo único que podía hacer era avivar el fuego.





El calor no era lo único extraño y abrumador de ese día, también estaba el hecho de que todo en el pueblo la miraban de una manera diferente, no sabía muy bien el por qué de las miradas que le eran lanzadas, e igualmente no tenía a nadie a quien preguntarle, así que solo siguió con su rutina de siempre.



La hora de ir a cuidar de los agradables animalitos llegó y ella se alistó con la misma felicidad de siempre, estar con sus animalitos era mucho mejor que solo estar sentada frente una camilla esperando ser de utilidad para las personas del pueblo. Al llegar sus jefes estaban ahí, un hombre de por lo menos más de sesenta años y una mujer de unos treinta estaban parados frente a la entrada trasera de la finca esperándola.



Zulia entró en pánico, ellos eran amables con ella sí, pero eso no significa que la recibieran o hablaran con ella a menudo. Su corazón comenzó a latir rápidamente por su nerviosismo y sus manos comenzaron a temblar.




— Bu-buenas tardes.— tartamudeo sin poder evitarlo, no tener ningún tipo de comunicación con seres humanos tampoco era de gran ayuda para sus nervios.



— ¡Zulia!— habló alegremente la mujer, o eso era lo que quería interpretar, en su mirada se podía ver el miedo y desagrado al estar ahí, ella no creía que Zulia fuera una mala persona, pero su reputación en el pueblo podría dañar la de ella, así que si mantenía alejada.— Qué bueno que ya llegaste ¿cómo estás?



La pregunta fue como una bofetada para Zulia ¿cómo estaba? Se le ocurrían varias respuestas «Sola. Triste. Abandona. Desorientada.» pero no sería algo placentero escuchar eso ¿verdad? Tenía que dar una respuesta que alegrara a los demás para que ellos también se alegraran y no se apartaran por los problemas.





— Bas-bastante bien, señora.— le dijo con sus manos temblando horriblemente, odiaba eso de ella, sus manos se volvían una gelatina cuando estaba en situaciones de nervios o cosas parecidas.




— ¡Me alegro, querida! Y no me llames señora, puedes decirme hermana [1]— por un momento Zulia creyó que todo eso era una broma, no se sentía como algo real. Se hubiera puesto a llora ahí mismo sino hubiera sido por el carraspeo incómodo de su jefe.




— Estamos aquí jovencita porque habrá una gran cena con el gobernador de la cuidad y él ha requerido su presencia.— ya no podía aguantar sus lágrimas, una alegría explotó dentro de su corazón tanto que temió que este estallara fuera de su cuerpo. Las lágrimas calientes recorrían sus mejillas sin ella preocuparse por limpiarlas.





— ¡Gracias señor, gracias hermana! ¡Allí estaré!— le dijo antes de darse la vuelta e ir corriendo a hacer sus labores rebosante de felicidad, todos los problemas habían desaparecido, hasta el calor infernal.





Sin embargo, para los señores de la finca no todo estaba bien, algo se había removido dentro de ellos al convocarla a la dichosa cena, primeramente le mintieron con lo de la cena, era un festival que se hacía todos los años en el pueblo pero que sencillamente ella no estaba invitada a ninguno, y la dichosa cena era algo más profundo y peligroso que solo eso. El señor quiso hacerse a un lado y hacerla a un lado a ella pero no pudo, y ahora cargaría con la culpa.









Zulia no tenía nada que ponerse y se estaba desesperado, sus ropas eran muy corrientes para ir a ver al gobernador. Estaba a punto de arrancarse los pelos cuando sonó la puerta de su casita.



Extrañada Zulia fue obedientemente a abrir la puerta, no recibía visitas nunca, al hallarse abierta la puerta se encontró con su jefa, esta tenía una sonrisa deslumbrante en su rostro. Zulia siempre le había tenido envidia de la buena, ella era tan bonita, con sus ojos azules como el cielo y su cabello rubio como los reflejos del sol, además de ser tan carismática y social; el que le haya pedido a ella que la llamara hermana fue algo realmente especial para Zulia.





En sus manos traía una gran bolsa:— Supuse que no tenías nada que ponerte así que te traje este lindo vestido.— le dijo extendiendo la bolsa, al abrirlo encontró un bonito vestido color púrpura estilo princesa que le llegaba hasta un poco más abajo de las rodillas. Sus ojos brillaron de felicidad.






— ¡Se lo agradezco mucho, hermana!— le dijo haciendo una gran reverencia, la señora tuvo que partir de inmediato, se había sentido bien después de haberle dado ese regalito a su empleada.












La noche había caído y Zulia no podía estar más emocionada, la felicidad salía de cara poro de su cuerpo, ni siquiera sus pobres gatitos pudieron aguantar escucharla hablar tanto sobre lo emocionada que estaba. Se había puesto el vestido que le quedaba justo a su medida y se había soltado el cabello –que siempre llevaba en un tipo de moño alto– y había utilizado flores violetas que encontró en el prado. Se veía radiante.





Con la misma sonrisa que salió de casa, con esa misma sonrisa llegó al centro del pueblo, todo estaba tan iluminado y se veía hermoso, habían personas vendiendo cosas por todos lados, niños jugando, parejas riendo. Los ojos de la protagonista no podían decidir qué mirar primero o que quedarse mirando. Le regalaba sonrisas a todos los que pasaban por su lado, aunque algunos sólo le devolvían gestos de desagrado, sin embargo, eso no le importó, nada podría arruinar esa espléndida noche.







Pasó unos largos minutos caminando hasta que la misteriosa presencia que la había estado acechando desde hace una semana atrás se hiciera presente, Zulia miró a todos los lados tratando de encontrar esa presencia horrible, sin embargo, al girarse se tropezó con un chico. Alto, ojos verdes, piel bronceada «¡El hijo del gobernador!» pensó Zulia para ella.







— Oye, chica, mi papá te está esperando por acá.— le dijo con una sonrisa hermosa revelando dos hoyuelos que a Zulia le parecieron hermosos. Solo atinó a asentir con su cabeza rápida ya que su capacidad para hablar con el sexo opuesto y más si era tan varonil como él, eran nulas.— Por cierto, soy Malcon.






Y sí, Zulia anduvo detrás de él babeando todo el camino después de esa hermosa sonrisa de labios abierto que le dedicó a la chica.








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¡Aclaraciones!
Aunque el personaje principal es sacado de un anime –uno que amo– la trama no tiene nada que ver con el anime. Por eso no saldrán cosas que pasaron en el anime y así. Esto es una historia original pero con personajes prestados.

[1] Hermana: Vendría siendo Onne-sama o algo así, no me sé muy bien como funcionan los honoríficos en Japón así que los utilizaré en español pero ya saben que es.

Los quiero, bai.

No el chico malo «Hisoka Morow»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora