Capítulo Nueve

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¡Gracias por leer!
























— ¿Qué estás diciendo?— la declaración de Malcon hizo que sus defensas bajarán rápidamente, sabía que el pueblo no la repudiaba solo por ser ella, había una razón oculta pero nunca estuvo ni cerca de querer saber qué era.


Quizás sus papás fueron malas personas, o hicieron acuerdos con cosas malas. Habían un número limitado de cosas que podían haber hecho que Zulia fuera odiada antes de nacer, sin embargo, ella nunca estuvo cerca de saber; sus antiguos jefes se negaron rotundamente a hablarle sobre alguna posible razón por la cual ella no fuera querida y tratar de hablar sobre eso con el pueblo era simplemente imposible. Llegó el tiempo donde solo se resigno y pensó que quizás estaría mejor si no lo supiera.


No obstante, Malcon había abierto otra vez el apetito de saber lo que había pasado.





— Yo te diré, pero por favor, vamos a hablar sobre esta desición.— le dijo él extendiéndole la mano para que Zulia pudiera tomarla, no lo hizo, sólo lo miró firmemente a los ojos por un momento, luego miró a su alrededor y vio el rostro asustado y enojado de las personas del pueblo, obviamente ellos no querían que ella se enterara de nada.



«Quieren odiarme. Por eso no quieren que lo sepa, para que no pueda redimir los malos actos del pasado» pensó Zulia con amargura en su corazón, ya estaba dicho en pocas palabras, ese pueblo nunca sería su hogar, por más que se empeñara en tratar de sentirse cómoda y segura, por más que ayudara ellos nunca la aceptaran o la perdonarán.





— Dime ¿qué gano yo sabiéndolo?— le dijo ella con frialdad, Malcon trago el nudo de desesperación que se le había instalado en la garganta, pensó que eso le daría tiempo para convencerla de no irse a su muerte segura, no conocía a ese tipo, no sabía sus intenciones o gustos extraños, no estaría segura con él de ninguna manera.





— Zulia, sólo escúchame yo...




— ¿Para odiarme a mí misma también? ¿Para saber que lo que hice no tiene arreglo? O ¿Para tratar de redimirme y no ser perdonada nunca?— le expreso Zulia a un Malcon que se había quedado mudo.



En su desesperación el jamás pensó que saber la verdad haría a Zulia sentirse mal, sentirse un monstruo. Se quedó callado buscando algún argumento válido para decirle, no quería que ella se fuera, quería protegerla...






— No te sirve de nada, lo entiendo.— le dijo Malcon en un tono tranquilo discordante con el caos que había en su interior en ese momento.— Pero no puedes irte con él, Zulia. Vamos, piensa, es un extraño, no sabes lo que quiere, lo que haría contigo.— le recordó Malcon tratando de que Zulia tomara cabeza y reflexionara sobre lo que quería hacer.





Sin embargo, la expresión decidida de Zulia no cambió, reconocía que irse con el hombre le daba miedo pero algo dentro de ella le hacía saber que no estaba en peligro –al menos no lo estaba si no lo enojaba–, llámenlo confianza o estupidez. Está de más mencionar que Hisoka se sintió un poco ofendido por las palabras de Malcon, no era un pervertido violador, pero no hizo nada, quería seguir viendo cómo se desarrollaban los hechos, hasta donde esa chica llegaría siendo valiente.







— ¿Y quieres que me quedé aquí toda mi vida aguantado todo lo que he aguantado hasta ahora? ¡No, no Malcon, no!— le gritó enojada.— ¡Estoy cansada de darlo todo por ustedes y ser tratada peor que un perro! ¡Ni siquiera una casa digna puedo tener, no puedo relacionarme con ninguno de ustedes! ¡Ya no más!





Estaba exaltada, sus ojos brillaban en furia y lágrimas, tenía sus manos hechas puños a cada lado de su cuerpo y sentía que podía golpear cualquier cosa o persona, esa declaración no solo fue para Malcon, sino también para todo el pueblo que la miraba asombrado, Zulia nunca había levantado la voz, nunca se había quejado.




Pero eso se acabó.






— Zulia...— trató de seguir Malcon pero Zulia lo frenó con la mano y se giró hacia Hisoka que se mostró curioso por el reciente comportamiento de la niña.



Él realmente pensaba que ella era una chica inocente, que bajaba la cabeza cada vez que alguien le hablaba mal sin motivo o que se disculpaba por todo, y sí estaba en lo cierto pero ese comportamiento salvaje y rebelde le hizo ver que la chica no era tan mansa.





— Señor, por favor...— comenzó pero ya Hisoka había dado su veredicto y no estaba dispuesto a cambiarlo.— Yo, puedo pagarle.— le dijo en un titubeo, insegura, el dinero que tenía era suficiente para viajar y vivir por su cuenta, pero ¿cómo podría ella salir de ese pueblo a la cuidad si ni siquiera había salido a la frontera de dónde vivía? Era una total campesina, no sabía nada del mundo exterior, pensó que el hombre le podría servir como guía ya que se veía que tenía experiencia.







— ¿Pagarme?— eso sí interesó a Hisoka, estaba corto de dinero, también esa era una de las razones por las cuales había caído en ese penoso pueblo de pacotilla, no podría tener una cantidad considerable de dinero hasta que no tuviera un encargo, así que un poco de dinero no le vendría para nada mal.







— S-sí, puedo pagarle.— dijo ella mordiendo su lado con mucho nerviosismo pero alegre porque el hombre por fin mostraba algún tipo de interés en llevarla junto con él por ahí.— No será mucho pero es algo ¿no?







Hisoka puso una mueca pensativa, aunque ya la mayor parte de los pensamientos estaban enfocados en el dinero y una minoría en que recordara lo incómodo que sentía y las ganas de alejarla que tenía cuando ella estaba cerca.




— ¿Adónde quieres ir, mocosa?— le preguntó tomado su pequeña maleta. Zulia casi salta, no tenía ni idea de adónde quería ir pero se obligó a decir algo para que el chico no se impacientara.






— ¡Hacia una gran cuidad en el centro!— le dijo ella rápidamente con mucho entusiasmo, añoraba ver los edificios y toda la vida ajetreada que había escuchado son propios de las ciudades.



Él asintió y ella rápidamente le extendió las provisiones que había comprado para el viaje. Hisoka las tomó hastiado, ya se estaba arrepintiendo un poco de su desición.




— ¿Para dónde vas?— le preguntó Hisoka cuando la vio alejarse.



— Iré a buscar a mi ropa y el dinero.— le contestó ella volteándose con una sonrisa.



Hisoka rodó los ojos. Malcon estaba estupefacto, no sabía lo que estaba pasando y no sabía cómo había pasado, sus pensamientos eran incoherente e inconexos.



— Pero, Zulia...— le dijo él tratando de seguir insistiendo. Pero Zulia se paró cerca de él y con la sonrisa tierna y amable que la caracterizaba le dijo en tono amable.





— Malcon, por favor, cuida de todos mis gatos.

No el chico malo «Hisoka Morow»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora