Capítulo Diez

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Zulia, corriendo lo más rápido que pudo llegó en tiempo récord a su pequeña choza, aunque no lo admitiera en voz alta extrañaría con todo su corazón ese pequeño y cálido lugar. Mientras tomaba sus cosas y la entraba en una mochila –ropa, dinero, identificación etc– pensó en todas las cosas que había pasado en esas cuatro paredes.


Zulia no tenía recuerdos de padres o algún familiar, por lo que había dado por hecho que murieron o se fueron cuando ella nació, sin embargo, ese lugar se sentía como en casa, se sentía como si ellos realmente estuvieran ahí como ella. Se entristeció al darse cuenta que en ningún otro lugar se sentiría tan familiarizada como lo hacía ahí.





Sus gatos estaban todos en la puerta, era hora de darles comida, los ojos de Zulia se llenaron de lágrimas de tan solo verlos. Les sirvió comida y les dió un tierno besó en la cabeza a cada uno, incluso al menos cariñoso de todos, dijo sus nombres en voz alta y juro nunca sacarlos de su corazón; esos gatitos fueron toda su alegría por largos años, ella solamente esperaba que Malcon cumpliera con cuidarlos en su ausencia.




Ya con todo en mano y las lágrimas contenidas corrió nueva vez a su destino. Se puso nerviosa nuevamente, todo estaba como ella lo dejó, los ciudadanos de la pequeña ciudad todavía no asimilaban muy bien todo lo que había pasado en tan poco tiempo, sólo Malcon no estaba ahí y este se encontraba muy fuera del alcance de alguien, estaba realmente enojado con él mismo y con todos los que habían orillado a Zulia a cometer tal estúpida desición.




Hisoka estaba impacinete, nunca había viajado con alguien, se consideraba a él mismo un lobo solitario y estaba bien con eso, nunca necesitó de la compañía de otra persona y pensar en que tendría la tediosa compañía de esa niña lo irritó, no obstante, ya no podía retractarse, bueno, sí podía pero sentía que la chica se encadenarian a su pierna si se echaba para atrás en su desición.




Cuando Zulia apareció en su campo de visión se dio cuenta de su cambio de humor y ropa. Zulia pensó que no era apropiado viajar con uno de sus vestidos cotidianos así que vacío su pequeña bolsa con ropa y encontró unos viejos pantalones negros regalo de su exjefa que ya le quedaban algo ajustados y una blusa holgada color azul, se colocó un gorro para protegerse del sol. Quizá se veía ridícula ella no lo sabía, sin embargo, para Hisoka la niña dejó de ser tan niña.




Al llegar a su lado Hisoka no la dejó ni hablar, simplemente le tendió sus víveres y comenzó a caminar, ella un poco decepcionada pero para nada sorprendida por el comportamiento de el chico a su lado solo lo siguió en silencio, tampoco era que tuviera muchas cosas interesantes que hablar con él «Vamos, ¿qué le voy a decir? "Ey, ¿alguna vez has ordeñado una vaca? ¡Claro que no!» dijo Zulia para sí misma.







No obstante, se le olvidaba algo realmente importante. En ese momento Zulia comenzó a arrepentirse de lo que estaba haciendo, aunque ya era tarde porque estaban alejándose del pueblo a paso rápido «¡No sé ni su nombre! Soy una sin cerebro total!» se dijo ella a modo de reproche interno, estuvo reflexionando por varios minutos antes de preguntarle si nombre, no quería interrumpir sus pensamientos ya que se veía bastante concentrado en lo que fuera que estuviera pensando.




— Ya dilo de una vez, maldita sea.— le dijo de manera brusca asustándola, ella por inercia dio varios pasos lejos de él, parecía que podía leer sus pensamientos.

— ¿Qué...?



— Puedo sentir tu maldita mirada en mí, dilo ya.— le dijo sin siquiera mirarla, Zulia agrandó los ojos con sorpresa, no se había dado cuenta de que lo mirara insistentemente, ni siquiera sabía que lo estaba mirando para ser exactos. Zulia sintió la presión de tener que decirle y se sonrojó.




— Bueno, yo me preguntaba— tragó, de repente le entró una sed terrible la cual asoció con el nerviosismo, para su buena suerte no tartamudeo ni una sola vez.—, yo solo me preguntaba cuál es su nombre.



Y se sonrojó mucho más al decirlo, Hisoka rodó los ojos, no se imaginó que fuera algo tan trivial como eso, no se había dado cuenta de que nunca le había dicho su nombre. Mientras esto sucedía ellos estaba parados esperando un transporte que los llevara la estación de trenes más cercana.

— Hisoka, ese es mi nombre.— Zulia se quedó boba «Hisoka, que lindo nombre» pensó sonriendo y sonrojándose más, si eso era posible, por ese pensamiento, algo le dijo que él no le preguntaría el suyo así que se armó de valor y con voz fuerte y clara le dijo:





— Mi nombre es Zulia, mucho gusto, espero que nos podamos llevar muy bien.— Hisoka hizo una mueca, ese tipo de formalidades no le gustaba así que solo asintió e hizo un gesto desenseñoso con la mano, para Zulia fue suficiente ya que una sonrisa apareció en su rostro.



Caminaron hasta que un vehículo se posó frente a ellos, habían más personas y Zulia imaginó que eran de otros pueblos aledaños. En el vehículo habían aproximadamente cuatro personas y cabían unas cuatro más, Hisoka se subió haciendo que los presentes instintivamente se arrinconaran con temor del hombre, Hisoka rodó los ojos «Patéticos» pensó. Zulia subió mirando todo con asombro y curiosidad, a pesar que por el pueblo algunos habían pasado antes, Zulia estuvo dentro o cerca de uno de ellos.




Se sentó al lado de Hisoka sin darse cuenta, las demás personas dentro del  vehículo abrieron los ojos hasta más no poder al ver un chica tan tierna con un hombre portador de un aura tan aterradora. Zulia estaba ajena a eso viendo todo dentro del auto y Hisoka solamente miraba firmemente la ventana, aunque Zulia tenía curiosidad por preguntar de todo acerca del vehículo se contuvo mordiéndose el labio para no decirle al misterio hombre que estaba a su lado.






Duraron un trayecto de al menos unos  diez minutos, Zulia se asombró más al enterarse del poco tiempo que le llevó llegar a la estación de trenes, a pie ella estimó que duraría al menos media hora. Al ver la estación sus ojos estaban llenos de asombro y felicidad.





— Esto es...



— Aburrido.



— Increíble.





Dijeron Hisoka y Zulia al mismo tiempo mirando la estación donde habían alrededor de unos cincos trenes rojos y Zulia quiso subirse a uno desde que los vio, sin embargo, algo la hizo paralizarse en medio de la estación, Hisoka la miró y, sin darle importancia, se acercó al mostrador y tomó un mapa de las vías del tren.






— ¿Qué te pasa?— le preguntó indiferente al llegar a su lado, lo que menos quería era andar con una niña que vomitara en el viaje. Zulia dirigió su mirada a Hisoka y al ver sus ojos fríos, dudó.






«¿Qué hago? ¡Dios mío! En serio estoy haciendo esto.» Se preguntó internamente, bajo la mirada al suelo y con el corazón bombeando sangre a todo lo que da dijo:





— Tengo miedo.











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No el chico malo «Hisoka Morow»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora