III. Dipper.

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—Wirt, bebé—. Lo tomé de la playera, él me miró. No estaba enojado, lo sabía, Wirt no se enoja. Pero definitivamente lo había lastimado, y eso era mucho peor. Cuando se enojaba me gritaba o pateaba cosas, pero cuando estaba lastimado solamente se quedaba callado—. Perdóname.

— ¿Sabes por qué pides perdón? —. Mordí mi labio. No, no sabía—. Dipper—. Se posicionó frente a mí, tomándome de las mejillas—. No puedes arreglar siempre las cosas de esa manera.

— ¿Te enojaste por las fotos?

—Claro que no. Solo no me gusta que uses a Bill solo porque te dio la gana—. Me hice de cuclillas y besé sus suaves labios. Wirt tenía labios de chica, y eran tan suaves al tacto que podría besarlos toda la vida y no me iba a aburrir.

—Él es quien me acosa.

—Tú le gustas.

—Deberías molestarte porque tu novio le gusta a otro chico.

—Dipper, tú no me engañarías—. Me separé bruscamente. ¿Qué no? Quién le aseguraba eso. ¿Acaso su buen corazón? ¿O pensaba que yo era un perro faldero?

—Me acuesto con quien me venga en gana y lo sabes.

—Lo sé—. Sonrió. Era un ángel—. Pero tus sentimientos son fieles a mí—. Era cierto, y me molestaba que yo fuera el único que se sintiese de esa manera. Él... No me quería.

Mi vida se basó desde los doce en matar, esquivar y llevar las riendas de la familia que prontamente seria mía. Los Gleeful a pesar de ser mayores, no son de sangre pura, por ende, no tienen el mismo derecho. Aun así, ambos se desenvuelven mejor que Mabel y que yo, o antes de que me fuera a vivir con ellos y me transformaran en una máquina para matar.

Mi trabajo era simple: Encontrar, cautivar y asesinar. Tenía entrenamiento militar, bastante resistencia física y mi extraño "super poder": No podía morir. No, no estaba de coña. Yo NO puedo morir. Recordaba bien que en la primaria me cortaba los brazos para sentir dolor, pero rápidamente mis heridas sanaban y no sentía dolor de algún tipo.

Mi abuelo, Stanford, cabeza de la mafia Pinetree, aprovecho eso para volverme lo que soy ahora. No falló, nunca he fallado. Tengo una extraña agudeza, y soy muy ágil debido a mi pequeño cuerpo.

Me enamoré de Wirt de una forma extraña: Estaba en un puente, pues me iba a lanzar a ver si moría, ya que los entrenamientos cada vez eran más dolorosos, cortándome y matándome para que volviera a revivir. Él me salvó antes de tirarme y me pidió que no lo hiciera, que él me ayudara de cualquier forma. Me conmovió como alguien que ni conocía podía llorar de esa forma por mí.

Pero, si lo conocía. Era el chico del que estaba a cargo Beast, el sádico de la familia. Era un hombre bastante sombrío y al cual mandaban a todo aquel que se torciera de la familia. Wirt no tenía nada que ver con ese mundo, pero Beast lo adoptó sin razón alguna cuando Wirt tenía ocho años.

—Dipper—. Tras de mí, mi hermana me abrazó. Estaba con el cabello completamente desalineado y con el maquillaje esparcido por todo su rostro. Parecía recién violada. O levantada—. ¿Has visto a Bill?

— ¿Por qué? —. Mi hermana se puso roja. Oh. Le gustaba—. Ya veo. Está en mi cuarto.

— ¡¿Folllaste con él?!

—Hicimos un trío—. No lo hicimos. Después de que se encerrara en el baño por varias horas, yo decidí buscar a Wirt y darle su celular. Él estaba hablando con Beast, quien iba con su traje de cuero y su máscara de zorro—. Es mentira. Debe estar dormido en el suelo del baño.

— ¿Por qué ahí?

—Porque se iba a hacer una paja y necesitaba privacidad—. Mi hermana se puso roja. Seguía siendo un poco virginal a pesar de tener diecisiete, me recordaba a mi yo del pasado, aquel que no sabía del mundo realmente.

—Bien. Iré a verlo—. Y se fue de mi lado.

Pasaba sin cuidado alguno encima de las personas esparcidas en el suelo, y al llegar a la piscina, noté como un muchacho se ahogaba en ella, pues su cabeza estaba dentro del agua. Lo ayudé, dándole golpes en el rostro para que despertara. Sus ojos estaban desorientados y me vio como si fuese un fantasma.

— ¿Dipper Pines?

—Sí. ¿Quién eres?

—Ah—. Se sentó en el suelo, llevando una de sus manos a su cabeza—. Soy Marco Díaz. Vamos a la misma escuela—. Y vomitó, dejándome los zapatos hechos mierda. Un tic comenzó a formarse en mi ceja, y como buen samaritano, tomé al tal Marco Díaz y lo arrastré hasta mi cuarto—. ¿Dónde estamos?

—En mi cuarto—. Lo tiré al suelo y me dirigí al botiquín que me había dejado Manson antes de irse—. Estás hecho mierda—. Marco se levantó del suelo y se acercó tambaleando. Yo lo tomé de los hombros, sentándolo en la cama y dándole un jarabe—. Tómalo, es para la resaca.

Me dirigí a bajo de mi cama y tomé mis botas de campo. Me quité mis converse rojos, y los tiré al bote de la basura. Marco estaba tomando el jarabe, y del baño salió Bill sosteniéndose de la pared. Me miró somnoliento y luego vio a Marco.

— ¿Qué pasó?

—Nada. Solo vomité—. Bill suspiró, acercándose al castaño. No tuve que ser adivino para reconocer el amor que le tenía Marco a Bill, y me dio asco su mirada boba hacia él. Tal vez porque yo no sabía expresarme de esa manera.

— ¿Nos iremos ya?

—No—. Murmuré, y me volteé a ver a Bill—. Tú te quedas—. No quería estar solo.

— ¿Por qué? —. Preguntó Marco. Porque yo también quería mirar a alguien de esa manera.

—Déjalo —. Bill se acercó—. Somos cercanos ahora—. Y me tomó de la cintura. Lo miré como si bromeara, y él acercó su rostro a mi oreja—. Cállate, sígueme el juego si no quieres que le diga a todos que nadie te quiere.

Sonreí.

Que sujeto más extraño.

Avaricia y orgullo. |BillDip|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora