XII. Gleeful.

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Miré mi reloj de muñeca como por quinta vez en aquella hora, y noté la mirada de mi desesperante hermana. Una sonrisa macabra estaba en su rostro, y me dieron ganas de agarrarla a golpes solo para que dejara de mostrarse tan orgullosa. Dipper sacó eso de ella, pero, más bien, lo desarrollo, después de todo, ella era su maestra de defensa personal y manejo de armas.

Ambos, ella y yo, éramos los gemelos perfectos. Defensa personal, armas, cualquier aptitud necesaria para la familia la teníamos. Yo había dejado el trabajo de campo cuando decidí tener las acciones de Pinetree solution, un lugar donde prestábamos dinero, pero más que eso, era lavado de activos. Nada raro, no le hacía daño a nadie.

—Te ves feliz—. Odiaba su voz femenina. Odiaba a las mujeres. Eran unas arpías que deberían quedarse en su maldita cueva y no salir de ella—. ¿Algún hombre?

—No te importa—. Volví a mirar el reloj. Unos quince minutos más y el chofer llegaría para llevarme a ver a aquella única persona que era capaz de hacerme salir de mis estribos. Y creo que eso tenía los gemelos Cipher sobre nosotros, los Dipper Gleeful/Pines.

—Sé más atento, idiota.

— ¿Qué te hizo venir a la casa? —. Ella se encogió de hombros. Iba con una camisa negra, un pantalón camuflado, botas pantaneros, y su cabello recogido en una coleta. No era para nada femenina, pero definitivamente era atractiva la maldita.

—Solo extrañé tu cara—. Arqueé una ceja—. Va. Vine porque el Cipher pequeño (que de pequeño nada) me pidió un favor.

— ¿Y tú se lo darás, así como así?

—No. Pero él me dará el número de Pacifica.

— ¿Todavía te gustan las chicas?

— ¿Y a ti aun te gustas los hombres? —. Me levanté. Ya era hora.

La ignoré por completo, sin despedirme siquiera.

Cuando salí, noté como Mabel Pines salía corriendo del auto a abrazarme. Ella era de veintiuno, pero aún se comportaba como una niña. Por alguna razón, tenía debilidad por los Pines. Eran tan moldeables.

—Tío—. Siempre me decía así, pero a Dipper nunca le entró ese apodo. Me seguía llamando Gleeful—. ¿Cuándo vuelves?

— ¿Por qué? ¿Vas a hacer una fiesta?

—No, bobo—. Me dio un beso en la mejilla—. Voy a invitar a una amiga.

—Haz lo que quieras—. Le acaricié el cabello—. Solo cuídate de Mabel Gleeful—. Era extraño como nuestros nombres coincidían, y hasta molestaba. Pero, después de todo, nuestros padres no eran muy creativos.

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— ¡Ya voy! —. Su voz era ronca, y cuando abrió la puerta de aquel sencillo apartamento, iba tan solo con una camisa larga. A pesar de tener los mismos ojos que Bill, se parecía más a su madre. Su cabello era azul petróleo, siempre lo pintaba de colores, pero ese era su favorito por su color de ojos. Hablando de sus ojos, solté una sonrisa cuando los vi salirse de sus cuencas—. Gleeful...

—Me gusta más cuando me llamas cariño en la cama—. Y entré sin pedirle permiso. Él se puso rojo, cerrando la puerta tras él y recostándose en esta—. ¿No me vas a saludar? —. Él bajo la cabeza.

— ¿Qué quieres?

Era extraño, me recordaba a la extraña situación en la que nos conocimos: Él tenía dieciocho y yo estaba trabajando con los recaudadores de la vacuna en la colonia. Tenía veinte, y cuando fui a reclamar por el dinero que sus padres habían pedido, él solo rompió en llanto, con el pequeño Bill de cinco años tosiendo en su pecho.

No crean, no me conmovió la imagen, pero me excitó muchísimo ver a William rompiendo en llanto. Quería provocarle dolor, romperlo, hacerlo llorar y que solo encuentre refugio en mí. Era macabro, pero definitivamente no era cariño.

Entonces le dije que con tal de que pagara una cuota mensual y se acostara conmigo, no le iban a hacer nada al pequeño café que sus padres le habían dejado.

—William—. Sonreí, acercándome a él. Acaricié con la yema de mis dedos sus sensibles orejas, y pellizqué el lóbulo de esta—. ¿Quieres continuar? —. Tal vez yo era muy caliente, pero me encantaba tenerlo así. Y definitivamente, él me volvía loco.

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—Glee... —. Jalé su cabello antes de que continuara—. Cariño —. Gimió, levantándose de entre mis piernas y acercándose a mi pecho. Juntamos nuestros labios en un beso, y sentí como todo mi cuerpo se caía a pedazos al sentir sus lágrimas saladas acariciando mi boca. Pero se sentía bien, y quería tenerlo por más tiempo.

—Will... —Lo tomé de la cintura, subiéndolo encima de mis piernas. Tomé su miembro y comencé a tocarlo. Él se encogió en mi pecho, y comenzó a salivar cuando mi uña rasgó parte de la punta. Era una sucia perra, pero lo era porque yo así lo había moldeado.

Un juguete perfecto para un humano perfecto.

—Cariño—. Me miró, con esos ojos que lo decían todo, con sus lágrimas saliendo y sus mocos choreando, con la nariz roja al igual que sus orejas, con sus dedos lastimados tapando su boca, y con su cuerpo que era tan frágil, sensible y sincero que daban ganas de tenerlo para siempre.

—Will, ¿puedo pedirte algo? —. Susurré cerca de sus labios, quitando las manos que los cubrían y comenzando a acariciar con mi lengua sus belfos.

—No quiero que me digas cosas lindas—. Sonreí.

— ¿Por qué?

—Solo lo haces para hacerme llorar. No quiero—. A veces era un niño, no podía creer que un adulto como él fuera el patriarca de la casa Cipher, que en realidad solo constaba de él y Bill Cipher.

—Idiota. No esta vez.

—Mientes.

—Si crees que es mentira es cosa tuya—. Me molestaba cuando empezaba con sus inseguridades de mierda. Lo tomé del rostro, acercando mi boca a la de él, y aplastando sus mejillas—. Ven a mi casa—. Él abrió los ojos a más no poder, y se tiró en la cama, rojo y completamente ido.

— ¿Hablas en serio?

—No, idiota... ¡Claro que hablo en serio! —. Quería pegarle. ¿Es que no entendía lo difícil que era para mí llevar esto más allá? Aunque en la mansión a todos les vale mierda si entras putas o no.

—Pero... ¿Por qué?

—Vives muy lejos. Además, Bill Cipher se la pasa en la mansión.

—Espera... ¿Bill va allá? ¿Por qué? —. Oh, Bill no le había contado. Que incómodo. Me llevé una mano a la nuca.

—Es la perra de Dipper Pines.

— ¿El heredero?

—No es el heredero, solo es otro eslabón. Uno bastante eficaz.

—Pero... Ahg, estoy muy confundido—. Deberíamos estar follando. Comencé a masturbarme, hincándome encima de él y abriendo sus piernas. Él aún estaba pensando en eso, así que en cuanto entré, se arqueó, soltando un sobresalto—Du-duele... Duele...

—No es tu primera vez.

—P-pero hace tiempo no... —. Me acerqué a sus labios, dándole un casto beso. Eso lo concentró en ese momento, en nosotros, y en que seríamos infinitos.

Sí, no importaba nadie más, porque lo tenía a él. Mi chico espacial

Avaricia y orgullo. |BillDip|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora