Aliento a menta

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—Si te estás quedando sin ideas para terminar en detención, te sugiero preguntarme. Tengo mejores ideas que ésta —dijo Draco mientras se sentaba sobre la mesa de mi pupitre y acomodaba sus pies a los lados de mi silla. Yo, colocándome un hielo en el labio, le dediqué una mirada de cachorro.

—¿Qué? ¿No te gustó mi idea?

—¿Tirarme un libro desde la otra punta del Gran Comedor? Por favor. Con esa puntería deberías jugar como Cazador.

—Estás mezclando un cumplido con un insulto y me pierdes. Además, vamos, tú me devolviste el golpe con un plato de metal.

—Tenía buena aerodinámica.

—Casi me cortas por la mitad.

—Oh, pobre bebé —sonrió. Se me acercó, aún sentado sobre la mesa, y recorrió mi labio y barbilla con el pulgar, mirándome con atención—. Es sólo un moretón, no te preocupes.

—¿Sí? —pregunté, acercándome un poco más. Sus piernas a los lados de mi cuerpo no parecían temblar. Las mías, por otro lado, no se quedaban quietas. Draco tenía esa actitud juguetona que me parecía tan sensual.

—Estoy seguro de que sanará. ¿Te duele?

—Un poquito. Bésalo para que se cure mejor.

Ladeó una sonrisa e, inclinándose sobre la mesa, rodeó mi mandíbula con ambas manos y me besó la mejilla. Repartió besos desde las mejillas hasta la barbilla, y me acarició el cuello con gentileza.

Me levanté del asiento y apoyé mis manos en su cadera. Rodeó sus piernas en mi cintura y comenzó a juguetear con mi cabello de aquella manera que me derretía.

—¿Te puedo besar, entonces? —preguntó sin desviar la mirada de mis ojos ni un segundo. Tenía las pupilas tan dilatadas que podía apenas distinguir el gris cristalino.

—Sí, por favor —respondí, hundiendo los labios en su cuello, dejando un camino de besos. Le mordí con cuidado y lo sentí reprimir un suspiro (o quizás era algo más), jalándome del cabello.

Levanté la cabeza. Su cara colorada, aquél antifaz de rubor que tanto lo distinguía en la vergüenza y en la excitación. La respiración entrecortada, un poco agitada, aliento a menta. No podía esperar para fundirme en esos labios suaves y rosados, en que me rebalsara de besos y cariño, en sentir los latidos de su pecho hundirse en el mío.

Lo besé. Levanté lentamente mis manos por su espalda, paseando por debajo de la camisa, hasta rodearlo y abrazar su cuello con las palmas. Inclinó mi cabeza tironeándome suavemente del cabello y me continuó besando, mordiéndome, lamiéndome, acariciándome el cuello con sus distraídos dedos —pues estábamos demasiado concentrados en las bocas—.

No recuerdo cómo —me disculparán, estaba ocupado en otros asuntos—, pero de algún modo terminamos en el piso de madera, escondidos detrás de los pupitres del fondo. Draco, encima mío, me besaba con una pasión que nunca había sentido antes. Nuestras lenguas danzaban y nuestras respiraciones se sincronizaban. Me inmovilizaba ambos brazos por las muñecas y eso sólo me ponía más caliente.

Y en los pequeños momentos en los que abríamos los ojos al mismo tiempo y lograba encontrarme con esos diamantes que no puedo parar de describir (porque créanme, si los pudieran ver, nunca se detendrían), me inundaba una oleada de calor en el estómago, una que no podía limitarme a describir como excitación o calentura. Una que no deseaba describir jamás.

—Harry —susurró, quizás como un pequeño gemido, quizás solamente llamaba mi nombre de mi manera favorita.

Desabotonó los primeros tres botones de mi camisa y bajó de la boca al pecho dejándome besos húmedos en el camino. Con sus dedos recorrió todo mi torso, quedándose aferrados en la cintura.

—Dra... —comencé a decir, pero sus labios volvieron a los míos casi instantáneamente. Aún besándome, continuó desabotonando mi camisa hasta que no había botones por deshacer. Bajó muy lentamente, dejando un camino con sus labios en el recorrido, hasta por debajo de mi ombligo. Lo tomé del cabello— Draco.

Era demasiado, incluso para mí, quien fantaseé con tenerlo haciendo exactamente lo que pretendía y más, en ese mismo salón. No podía hacerlo. No con él. No podía volver realidad la fantasía, debía quedarse fantasía.

Levantó la mirada y me observó mientras lo pensaba, con la más penosa de las caras, probablemente. No quería detenerlo. No quería detenernos. Lo atraje del cuello de la camisa y continué besándolo, incluso más intensamente que antes. Draco dejó escapar un gemido que, por más que lo haya intentado evitar, me endureció debajo del pantalón.

Escuchamos los tacones de McGonagall desde el pasillo. Nos separamos de inmediato y nos sentamos en los pupitres, fingiendo que no había ocurrido nada. Tuve que taparme con la túnica. Al salir de detención, desde el pasillo, le dije:

—Bueno, fue terrible.

—El peor beso de mi vida —respondió.

—Me alegra haberlo confirmado.

—Ahora sabremos que no nos perdemos de nada.

Y nos fuimos a nuestras Casas Comunes, a continuar pretendiendo.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora