Baile y libertad

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Doblé mis camisas y pantalones sobre la cama, preparando la valija para apenas pasara la siguiente noche. Maldije el precioso día que iba a hacer. Todos contaban maravillados cómo iba a nevar ligeramente, y cómo iban a crear una pista de hielo para ir a patinar en pareja. Siempre amé patinar sobre hielo, ¿por qué no podían hacerlo para quienes no tuviéramos cita?

Apilé algunos de los libros que tenía a mano, y dejé todo en la valija excepto un poco de ropa para el último día. Me lancé sobre la cama. Miré por la ventana, abriendo las cortinas de par en par. El sol estaba por ponerse, y en pocas horas Hogwarts estaría concentrado en el Baile, en el salón. Entonces, la biblioteca estaría vacía.

Podía aprovechar a leer un par de libros allí. Ya no tenía exámenes por los que preocuparme, y sabía que los que debía rendir apenas comenzase el siguiente año, no los iba a hacer.

Intenté no estresarme, no pensar en la guerra que se venía, que palpitaba en mi oído a cada minuto que se acercaba. Parpadeé intentando quitarme la imagen de la cabeza. Estaba preparado. Iba a estarlo. No iba a estar solo.

—Potter —escuché a una voz asomándose por la puerta. Me dí vuelta, aún desde la ventana, y con una vuelta de varita lo dejé pasar.

—No hay nadie, cariño.

Se acercó sin decir nada, y rodeó sus brazos por mi cadera, hundiendo la nariz en mi cuello. Suspiró.

—Necesitaba abrazarte —dijo.

No le iba a dejar saber que sabía sobre la Marca Tenebrosa. Eso era algo suyo, y debía esperar a que él me lo contara. A que estuviera listo. Aunque deseaba que confiara en mí lo suficiente como para decírmelo.

Me miró con una sonrisa entristecida. Acarició mi cabello con delicadeza, y no pude despegar mis ojos de los suyos. La forma de su nariz y pómulos lo hacía parecer un Dios griego esculpido, una obra de arte. Como si fuese Medusa, me convertía en piedra ante su mirada.

—Harry —comenzó a decir, llevando su mirada al libro que tenía en una mano—, no estarás pensando en quedarte en soledad esta noche de navidad, leyendo un triste libro de... ah, por supuesto. Sallinger.

—Bueno, no se me ocurrió un mejor plan. No quiero ir con nadie más que contigo al baile, Draco —expliqué, entristecido. Draco rió, y me sustuvo la cara con ambas manos.

—Entonces tendrás que venir conmigo.

—¿Estás loco?

—Un poco. Vales la pena, Harry.

Suspiré y entorné la mirada hacia la ventana.

—Draco, tus padres.

—Mis padres, patrañas. Harry... —comenzó a decir, y sus ojos se aguaron. Le sostuve las manos, que temblaban sobre mi cadera—. Harry, tengo cinco días para escaparme.

Me quedé en silencio. No sabía cómo reaccionar.

—Draco, ¿sabes lo que puede pasar si no...?

—Sí. El Señ... Voldemort —se corrigió. Siempre que hablaba conmigo se corregía, y aprecié mucho que lo hiciera— me matará a mi y a mis padres si no lo hago. Pero, si lo hago, nos matará igual. Si cedo mi cuerpo y alma a Voldemort ahora, moriré después; en la guerra, por hacer alguna encomienda mal, o en Azkaban. Y no tengo duda de que mis padres morirán pronto, también.

Bajé la mirada. Era una decisión terriblemente difícil. Y la sola idea de Draco siendo torturado o asesinado, me revolvía las tripas y me partía en mil.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora