La sección prohibida

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Tuc. Un bollo de papel me golpeó la nuca. Miré alrededor pero no encontré a nadie. No me arriesgué a abrirlo; podía ser otra broma explosiva de los gemelos Weasley, y no estaba para tener que limpiar cenizas en el medio de una biblioteca silenciosa. La bibliotecaria ya me miraba con suficiente resentimiento por la última vez.

Volví a mi libro. Esos días era imposible leer. Siempre alguien interrumpía. Y eso que uno diría que la biblioteca es el mejor lugar para tener paz, encontrarse a uno mismo con la literatura, y...

Tuc. Agarré el bollo con molestia y lo abrí cuidadosamente. No explotó. Tenía algo escrito:

Ven a la sección prohibida.

Una nota anónima en el medio de la nada, invitándome a hacer algo ilegal. Muchos dirían que por ser Harry Potter aceptaría. Claro que no. No soy tan tonto. Hermione diría lo contrario. Ron aceptaría que no lo soy. ¿Quién me estaba llamando?

Tuc. Era insistente.

Potter, ven a la sección prohibida. Tengo que decirte algo.

Quien fuere que me estuviese tratando de convencer para ir, estaba muy equivo... Oh. Era Malfoy. Alcancé a ver por encima un cabello plateado asomándose detrás de un libro con dentadura de lobo, de la sección prohibida. Se asomó de nuevo, a punto de tirarme un bollo de papel, y se escondió apenas me vio. Rodeé los ojos y me acerqué, con cuidado de que no me viera nadie. Era sábado, la biblioteca estaba llena de gente.

—¿Qué coño quieres?

—Bueno, no hace falta la agresividad.

—Malfoy, nos van a cachar, y vamos a ir a prisión. A Azkaban. Nos van a echar del colegio.

—Bueno, y yo creía que era yo el más dramático de los dos. Escúchame, tengo que contarte algo.

—Y además, ¿qué es esto de que actuamos como si fuéramos amigos? ¿O como si nos llevásemos bien? ¡Que te haya contado lo del beso no te da derecho a creer que...! —continué enfrascado en mi discusión parcialmente interna, hasta que me interrumpió tomándome de un brazo.

—Por el amor de Merlín, Harry, cállate —exclamó, tratando de no hacer mucho ruido.

Un momento... ¿Harry? ¿Me acababa de llamar Harry?

—Tengo que decirte algo muy importante —continuó hablando como si nada. Probablemente ni siquiera se había percatado de lo que había dicho. ¿Me llama Harry en su mente, entonces? Decidí no darle más vueltas al asunto y escuchar lo que me quería decir antes de que nos atraparan. Se veía muy estresado. La frente le goteaba y estaba incluso más pálido de lo que lo era por lo general—. Es sobre el Señor Oscuro.

—Querrás decir Voldemort.

—Por Merlín, Harry —lo dijo de nuevo. Seguía sin darse cuenta—. No digas su nombre.

—¿Por qué me dices Harry?

—¿Qué? ¿De qué hablas? ¡Escúchame, Potter, es importante, te lo juro!

—Malfoy, sea lo que sea que me quieras decir sobre esto, no creo que llamándolo como los Mortífagos lo llaman sea una buena manera de empezar, y sobre todo si es en la sección prohibida de la biblioteca; uno de los pocos lugares de todo Hogwarts donde se supone que no podemos estar.

—Necesito que me escuches, es algo que escuché en la sobremesa sobre el Señor... sobre Voldemort.

—No lo quiero escuchar. Ya he tenido suficiente de ese nazi.

—¿De ese qué?

—Jesús, realmente tienen cero cultura muggle, ¿no?

—¿Quién es Jesús?

No pude evitar estallar en carcajadas. Se las contagié, y tratamos de opacar las risas en vano. Su risa, como ya había descrito antes, era refrescante. Natural. Auténtica y maravillosa. Se había tenido guardada esa risa todos esos años, escondida de mí. Dientes blancos, inhumanamente derechos. No sabía si era su risa o su dentadura lo que más me fascinaba. Pero, fuera lo que fuese, no quería que se detuviera. Contaría chistes hasta el fin del mundo con tal de seguir escuchándolo reír.

Un momento, ¿qué? ¿Estoy hablando de Malfoy?

Volviendo a la realidad, nos iban a descubrir. Traté de silenciarme tapándome la boca con las manos, pero ya era muy tarde. Efectivamente, después de no más de dos minutos, apareció la bibliotecaria enfurecida. Nos arrastró a ambos de las orejas hasta la oficina de la profesora McGonagall —consideró que no éramos lo suficientemente importantes como para que nos castigara el mismísimo Dumbledore en persona—, y le explicó que nos había encontrado en la sección prohibida.

Nos dejó ahí y se fue con una caminata triunfante, con el pecho lleno de orgullo. McGonagall no habló hasta que se había ido. Se sacó los lentes con irritación y, cruzándose de brazos estirada sobre el respaldo del asiento, nos preguntó con desgano:

—¿Qué merengues estaban haciendo en la sección prohibida?

—Profesora, no es lo que parece —acoté con rapidez. Malfoy se llevó una mano a la cara, sabiendo que ya la había cagado.

—¿Qué parece?

—Es culpa de Malfoy.

—¡Hey!

—¡Pero es cierto! ¿O no?

—No, no lo es. Tú te metiste solito, podrías no haberme escuchado y listo, y además...

—Jóvenes —interrumpió con una voz gruesa y teñida de autoridad—. No me importa de quién fue la culpa, y no me interesa saber si estaban peleando, robando libros o jugando al ajedrez. La sección prohibida tiene su nombre para algo. Castigados. Mañana por la tarde en el aula de detención.

—Mañana tenemos Quid... —comencé a decir, sabiendo que eso la convencería.

—Sin excusas. Mañana por la tarde apenas terminan de almorzar. No merodeen. Desde el Gran Comedor directo para el aula de detención, y no quiero enterarme de nada más. Y sepan que me entero de todo.

Mientras salimos, exhalé un "muchas gracias, Malfoy".

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora