Corre

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Corrí.

Corrí y corrí por todo Hogwarts. Crucé los pasillos que en algún momento me acogieron cálidamente, y que ahora representaban una amenaza en cada rincón.

Corrí, dejando de camino la Sala de Menesteres prendida fuego. Corrí sin detenerme a ver quién estaba dentro, si es que había alguien. Las órdenes de Sirius fueron muy claras:

-Corre. Y no te detengas en ningún puto momento, ¿me entiendes? No te detienes, ni aunque veas gente muriendo a tu alrededor.

Y le hice caso. Corrí, pasando de largo los cuerpos inmóviles, fríos y estáticos de alumnos de Hogwarts. Corrí, mientras veía cómo Hermione hacía presión en la pierna de Ron, herido. Corrí, sin detenerme siquiera en el cuerpo de Severus Snape.

Corrí sin detenerme, porque Sirius me lo había dicho. Y nadie, excepto una sola persona, me inspiraba la suficiente confianza, ciega confianza, como para hacerle caso en el medio de una guerra mágica.

Tenía un solo objetivo. Cruzar Hogwarts y llegar hasta la torre de Astronomía. Allí es donde estarían Moody y Lupin, listos para llevarme en escoba a escondidas hasta la casa de Hagrid, el último lugar donde Voldemort se fijaría. Una vez que derrotaran al resto de los mortífagos, entraría a escena y lucharíamos todos juntos contra él sólo.

Para todo eso, yo primero debía llegar sano y salvo a la torre de Astronomía.

Así que corrí hasta no sentir las piernas. Mi pecho ardía de agitación. Pero lo que más ardía era ver a mi único y más maravilloso hogar siendo destruido de aquella manera.

Hogwarts se desmoronaba a medida que la guerra empeoraba. Sentía que los pasillos que dejaba atrás se caían y limitaban a polvo y ceniza. El suelo se movía, o quizás era una sensación.

Los gritos me aturdían. No porque fueran fuertes, pero porque eran desgarradores. Era como si las gargantas que los gritaran, dejaran su cuerpo y alma en ellos. Y probablemente lo hacían. Todos estaban muriendo.

A medida que avanzaba, me asomé -sin detenerme- en el Gran Comedor. Por supuesto, más de la mitad de los cuerpos que estaban en el piso, en lugar de recibir tratamiento en sus heridas, eran cubiertos con una manta blanca. Una sábana que indicaba una sola cosa; su corazón se había detenido, y no había reanimación que funcionara.

No me detuve a ver quiénes eran. Corrí. Corrí. Corrí.

Un grito estruendoso con matices familiares retumbó desde un pasillo paralelo.

No me hubiera detenido si no hubiera sido tan familiar. Tan atrozmente familiar.

Corrí hasta el pasillo.

Me lo encontré donde me lo debía encontrar. En batalla.

Me lancé al piso en mis rodillas, junto a él. Lanzaba su cabeza hacia atrás, y recostado en el suelo, intentaba reprimir quejidos de dolor. Le tomé la mano y, con la otra, la mejilla.

-Draco, ¿qué tienes?

Sin poder siquiera hablar, intentó señalar el costado de su abdomen. Me apresuré a desabotonarle la camisa. Cuando la movía, se pegoteaba a la blanca piel de papel. Sangre. No la había notado, su camisa era negra. Pero tenía una gran herida en todo el estómago. Por supuesto que no podía ni hablar.

-No te preocupes. Yo te ayudaré -le dije con determinación. Limpié la sangre de alrededor para ver mejor con qué estaría trabajando.

Busqué en mi mente las decenas de hechizos que curarían una herida del estilo, con tal gravedad. Era profunda. Como si le hubieran clavado una estaca de metal al rojo vivo, sólo que el calor no hubiese coagulado los vasos sanguíneos de alrededor.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora