Ácido corrosivo

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Otro día más en detención. Se estaba volviendo insoportable. El frío seco me hacía doler las articulaciones, como a un anciano —tenía que mejorar mi postura con urgencia—. No tenía sentido ser castigado; no había hecho nada malo. Solamente se me escapó una palabra delante de Snape. Si hubiera sido delante de Dumbledore, se hubiera reído y me habría dicho alguna lección de vida como "a veces las palabras del alma hay que guardarlas bajo llave", o algo que me dejara pensando si las sacó de algún libro o telenovela barata o realmente era un poeta frustrado. Pero lo dije delante del profesor Snape, y ya todos sabemos qué tan bien le caigo. A veces me pregunto cuál sería su trato conmigo si en lugar de ser igual a mi padre, hubiera sido idéntico a mi madre. Pero supuestos, claro. Soy la copia exacta de James Potter.

El chirrido de la puerta hizo levantar la mirada a Snape, que leía El Profeta con desagrado desde el escritorio de roble y observaba a Malfoy echar polvos en un calderón. Malfoy se sobresaltó —parecía increíblemente concentrado— y derramó una gota de lo que fuera que haya estado haciendo en el piso. Actuó como el ácido más corrosivo que se hubiera visto jamás; deshizo medio tablón del piso y con suerte no le quemó los cordones del zapato. Unos pocos centímetros y perdía el pie. A veces me preguntaba cómo era posible que Snape siguiese siendo un profesor en Hogwarts cuando arriesgaba la vida de los estudiantes todos los años. Ah, cierto, que Dumbledore hacía exactamente lo mismo.

—Ugh, ¿otra vez tú? —chistó en desagrado cuando se percató de que era yo quien había entrado.

—Potter, estaba esperándote. Llegas dos minutos tarde, tendrás que hacer el doble de lo que está haciendo Malfoy —dijo con una seriedad impoluta—. Debo dar una clase ahora, así que no tengo tiempo para explicarte qué debes lograr. Malfoy, explícale. Se pelean y hacen cuatro calderones más.

Mientras hablaba se acercaba más y más a la puerta, sabiendo que estaba dejando un desastre asegurado en una habitación cerrada con llave. Ácido corrosivo, dos rivales que se odiaban e instrucciones inciertas. Malfoy se me acercó irritado y me señaló los materiales. Me explicó con lujo de detalles cómo tenía que hacerlo, y volvió a lo suyo.

Después de cuarenta minutos, mi poción era tan suave que podía tomar un baño en ella. Ni una flor deshacía sus pétalos si la arrojaba dentro. Malfoy se rió. 

—¿Qué hiciste mal?

—No lo sé, hice todo lo que me dijiste.

—¿Paso a paso?

—Sí, paso a paso.

—Con las mismas cantidades.

—Sí, con las mismas cantidades.

—Es a prueba de idiotas, entonces. No sé qué decirte.

Frustrado, me tiré contra el respaldo de mi asiento. Apestaba en la única clase que, por supervivencia, necesitaba ser bueno. No, necesitaba ser excelente. Me hubiera encantado ser maravilloso en Pociones, así cada vez que el imbécil de Snape me tratara de hacer quedar como un burro, tuviera una respuesta ingeniosa. Pero no, tenía más y más razones para hacerme la vida en su clase imposible.

Había pasado una hora desde que había entrado al aula, y aún así recién en ese momento se había hecho el primer silencio incómodo de la tarde. Se podía cortar con papel. Malfoy trataba de ignorar el hecho de que lo estaba mirando fijamente desde hacía rato; se contenía a notar mi presencia. Así que comencé a hablar. Ya que iba a estar ahí, no importaba si era con el mismísimo odioso Draco Malfoy, iba a crear conversación. Claramente no iba a lograr hacer un ácido mortal, así que cumpliría las dos horas restantes con conversación para llevar el tiempo más ligero.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora