Frío

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Los copos de nieve caían lentamente, se deslizaban por el ventanal y sus formas —únicas, no hay dos copos iguales— se unificaban en gotas de agua helada. Amaba la nieve. Deseaba con todas mis fuerzas poder salir a hundir la nariz en esa blanca y fría nube de cristales. Tenía la cara pegada contra la ventana, fría, fría, cerrando los ojos, tratando de imaginar que estaba acostado sobre el lago congelado y no en un cálido y castrante aula de clase. McGonagall carraspeó.

—Potter, ¿debo recordarle las reglas del castigo?

—No, profesora.

—Entonces póngase a escribir la frase que les pedí. Malfoy parece estar terminándolo. Y no me mire con esa cara, yo sé que quiere salir a jugar con la nieve; lo hubiera pensado antes de generar conflicto —Malfoy rió entre dientes. McGonagall sabía que era su culpa. No entendía por qué no me estaba dando la razón a mí. Yo tenía la razón, por supuesto que la tenía—. No lo veo escribiendo, Potter.

—Disculpe, profesora.

Me senté lejos de la ventana. No podía soportar ver ese blanco algodón de azúcar con el que todos mis amigos debían de estar esquiando, patinando sobre el lago congelado, montándose en sus escobas y volando por sobre las nubes —oh, cuando podría estar viendo cómo las nubes escupían sus copos, yo tenía que estar escribiendo un estúpido pergamino sobre el compañerismo—. ¿Y qué era eso de que Malfoy estaba terminándolo? ¡Si él no tenía idea de compañerismo!

No fue hasta cuando me senté y escribí tres líneas en el pergamino que McGonagall consideró seguro irse. Dejó tras la marca de sus tacones en la madera, un silencio insoportable que Malfoy parecía amar. Oh, sí, se regocijaba en mi sufrimiento, mis silencios incómodos, mis tensiones, mis nervios, mis impedimentos de huír. Huír, consideré abrir la ventana y escapar, pero eso solamente me dejaría en peores problemas.

Problemas que yo no había creado en un primer lugar. No era la primera vez que me llevaban a detención por pelear con Malfoy, pero era generalmente —por no decir siempre— él quien comenzaba las peleas. Tenía una hiperfijación con molestarme a tal punto que no le molestaba que lo arrastrara a él también a la desdicha. Él también estaba perdiéndose de la nieve.

Él lanzó el primer golpe, por supuesto. Yo estaba tranquilísimo haciendo mi tarea en la biblioteca. Tenía a Hermione a mi lado, y él no tardó en llamarla por ese apodo tan inherentemente racista que saboreaba cada vez que salía de sus rosados labios. Me levanté, amenazando con golpearlo. No lo iba a golpear, por supuesto, serían tres contra uno y no había posibilidad de que ganara. Contra Malfoy, claro que sí. Pero contra Crabbe y Goyle... no, ellos medían dos metros más de lo que deberían para su edad. Pero Malfoy reaccionó antes de la cuenta y aplastó sus pequeños nudillos directo contra mi nariz. No me había hecho nada, ni siquiera me había dolido tanto, pero tuve que responder con una patada en el estómago. Tuvo suerte de que lo hiciera tan alto.

Y, para mi fortuna, fue la profesora McGonagall quien nos encontró y mandó a castigo. Si nos hubiera encontrado Snape no estaría escribiendo un pergamino con la repetida frase "el compañerismo es la base de la sociedad y sin él somos cavernícolas" y saliendo apenas lo terminase; estaría en un duelo a muerte con Malfoy, y serpientes venenosas se estarían enredando en mi cuello, sofocándome. Sólo cuando estuviera recién tornándome azul y sudando leche de los ojos, recién ahí Snape diría "ya pueden detenerse, cien puntos menos para Gryffindor por ser tan debilucho".

Me gustaría volver a pegarle, sólo para que entendiera lo mucho que lo odio. Lo detesto, lo detesto, lo detesto. Justo cuando pensé esto, levantó su mirada del pergamino y se me quedó mirando.

—¿Qué?

—¿Terminaste tu pergamino?

—Apenas lo empiezo.

—No vas a poder salir hasta que lo termines —dijo, escribiendo su nombre en los márgenes de las páginas. Qué odioso, había escrito tres en tan solo veinte minutos. Para colmo tenía una letra impecable y la podía hacer con una rapidez impresionante. Me hubiera gustado poder pensar "me sorprende que su cerebro fuera tan rápido también", pero sabía que hubiera sido una mentira. Otra de las cosas que lo hacían tan odioso era saber que tenía potencial e inteligencia para hacer grandes cosas pero las elegía malgastar en daños.

—No me digas.

Revoleé los ojos y volví a mi pergamino. Tenía razón, si no terminaba rápido iba a dejar de nevar y no iba a poder salir a disfrutarla. No soportaba tener que escribir con esa pluma, me costaban especialmente las letras continuas, como las "o", "a", "e", "c" y "g". No podía escribir sin llenarme de tinta las palmas de la mano.

Malfoy se acercó bruscamente y salté en mi asiento. Pero no me golpeó, sino que se acercó sigilosamente con una de las páginas y la apoyó sobre mi mesa, mirando hacia la puerta. Era una página entera, de ambos márgenes, con la frase "el compañerismo es la base de la sociedad y sin él somos cavernícolas" en una letra que se asemejaba mucho más a la mía que a la suya.

—¿Para mí? —pregunté. Malfoy se rió, moviendo el flequillo hacia un lado.

—Claro.

—¿Por qué?

—Porque querías salir. Y te estabas ahogando en esa tinta. Por Merlín, tienes que aprender a escribir con plumilla de una buena vez.

No continué preguntando por miedo a que se arrepintiera. Extraño, muy muy extraño. ¿Malfoy haciéndome un favor como este? ¿Sólo porque me vio desear la nieve? Como en el mundo muggle dirían, hay que aprovechar el bug, y le sonreí.

Pasaron otros veinte minutos hasta que la profesora McGonagall apareció nuevamente por la puerta, marcando sus pisadas con ese sonido seco que se escuchaba desde la otra punta de Hogwarts. Le entregamos los pergaminos y nos dejó salir.

Cuando terminé de guardar los materiales de caligrafía —que básicamente no había usado— y el cuaderno en mi bolso, me acerqué a Malfoy. Apenas abrí la boca para agradecerle, me interrumpió con su típico acento egocéntrico:

—Ojalá te ahogues en la nieve.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora