Cuatro días

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Tres días antes. Mansión Malfoy.

—Finalmente —siseó la voz de Voldemort—. Parece que el niño ha cambiado de opinión.

Lucius chasqueó la lengua.

—Sólo necesitaba un empujoncito al lado correcto —dijo con orgullo.

Todos los mortífagos de la mesa rieron con malicia. Yo, en la mesa, ya no estaba atado. No necesitaban atarme para asegurarse que me quedaría con ellos.

La última semana habían dado extremo uso del calabozo de la Mansión, aquél en el que torturaban a quienes debían ser torturados. Recibí la cantidad de crucios suficientes para destruirme.

Los primeros habían sido increíblemente dolorosos. Un dolor que me hacía retorcerme en las cadenas, intentando generar alguna herida en mis muñecas para canalizar el dolor en otro lado, un poco más superficial. La cara de malicia de mi padre mientras gritaba y gemía de dolor, me hacía aterrarme aún más. Ese hombre no debía haber tenido hijos.

Los siguientes días no se habían limitado a crucios y golpes a mano alzada. Habían comenzado a torturarme psicológicamente. Primero, dejaron de alimentarme; eso desde el comienzo. Pero mi padre se acercaba de vez en cuando para mover un pedazo de pan o una manzana delante de mis narices.

La peor tortura mental había sido decirme con lujo de detalles lo que planeaban hacerle a Harry Potter, una vez que lo atraparan. Quise arrancarme las orejas ahí mismo. No lo soporté más.

Al cuarto día, comencé a tener alucinaciones. Pensaba que Harry entraba por la ventana del calabozo y me desataba. Una vez que creía estar desatado, movía el brazo y se chocaba contra el duro metal de las cadenas, y Harry se difuminaba en el aire. Una ilusión aún más dolorosa.

A pesar de que me estaba por hundir en ma locura, no me dejé ceder ante el único requisito que me liberaría. Decidí no liberar mi mente ante Voldemort.

Pero luego de mirar mi brazo, rojo, lastimado, bañado en la sangre seca y en la nueva que aún chorreaba de mis muñecas, consideré abandonarlo todo. Mi cabeza ya no pensaba. Mis ideales caían a pedazos a mis pies. Necesitaba un plan antes de caer en la locura. Salvar a Harry sólo sería posible si estaba vivo.

Así que lo hice.

Una tarde, o mañana —no tenía idea, a decir verdad— entró al calabozo mi padre, listo para una nueva sesión de torturas.

—Lo haré —dije con un hilo de voz. Podía apenas hablar—. Lo haré, haré lo que quieran. Sácame de aquí, no lo soporto más.

Dibujó media sonrisa, una de las más sádicas que había visto jamás, y me desató las cadenas. Ahí mismo, me rodearon de mortífagos expectantes de ver la rendición del traidor. Ver cómo pasé de abandonar a mi familia por el niño que vivió, a rogar que me hicieran la Marca Tenebrosa.

Cerré los ojos, los apreté lo más posible. Extendí el brazo.

—Bienvenido, Draco Malfoy.

Caí al suelo, desvanecido. Mi cuerpo no lo toleró más.

Al día siguiente me desperté en mi propia cama, en mi propia habitación. Bañado, con ropa nueva, y con una nueva marca en mi brazo. Las heridas habían desaparecido. Mi piel parecía no recordar los cuatro días anteriores.

Sentado en la mesa, parecía no tener vida. Ojeras, piel tan pálida que no parecía tener ninguna gota de sangre restante, estaba esquelético.

—Éste es el plan, Draco —comenzó a explicar—. Y necesitaremos que lo sigas con exactitud.

—Si no lo sigues, te mataremos. Luego de un mes de las torturas —agregó Bellatrix riéndose estruendosamente.

—Harry Potter confía en tí. Nosotros confiamos en tí. Y tú debes confiar en nosotros, no en un niño de diecisiete años con problemas mentales.

—Entonces, Draco —bramó Voldemort, haciéndose escuchar—. Te lo encontrarás en la guerra. Nosotros te diremos el momento exacto. Tú nos harás caso, sin chistar.

Asentí.

—Tendrás una gran herida. No será difícil hacerte una. Y tu amado Potter correrá a socorrerte, justo cuando debería estar yendo a la torre de Astronomía. Allí habrá más mortífagos en caso de que algo salga mal. No permitas que salga mal.

—Pasillo. Torre de Astronomía —asentí, sin un dejo de vida en mis palabras.

—Lo tendrás vulnerable. Harás uso de tus mejores actuaciones. Él tiene que creer que lo engañaste todos estos meses.

—No lo...

—¡No me importa! ¡él lo creerá! ¡confiará en tí, pero créeme que aún conoce a ese niño rico y cruel que tienes en tu interior!

Algo dentro mío sabía que Harry creería la actuación. Creería que estuve manipulándolo todo ese tiempo. Y eso dolió aún más que estar ahí dentro. Dolió aún más que la Marca Tenebrosa.

Porque ¿quién confiaría en mí si las evidencias apuntan a lo contrario?

—Lo llevarás amenazado hasta el patio. Allí, lo sostendrás. Lo tendrás firme en el lugar, ¿me escuchas? —asentí—. Y yo lo mataré.

Tragué saliva. Intenté que no se notara el dolor en mi mirada.

—Será interesante que Harry Potter muera en brazos de su propio traicionero. ¿Lo harás? Ya sabes lo que sucederá si no lo haces.

Suspiré.

—Lo haré, señor Oscuro.

Esa misma noche, mi primer noche libre, recibí una carta de Harry. No pude decirle nada. Tuve que mentir, para variar.

Detención (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora