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"El Dios de la eternidad" a Kageyama siempre le pareció algo confuso el nombre, sus padres del azabache pasaban horas tras horas hablando de este Dios y lo importante de ir a su santuario.

No obstante, el azabache seguía sin entender por qué habían nombrado de esa manera al Dios, el cual supuestamente sus padres decían que en décadas anteriores el Dios de la eternidad había cumplido tres deseos.

Tres deseo. Ni uno más, ni uno menos.

—Podrían haberle dado un mejor nombre—suspiró siguiendo el camino hacia su trabajo.

Kageyama se preguntaba las mismas preguntas. "¿Por qué escogieron ese nombre?", "¿Aquella historia realmente existirá?". Y unas cuantas más que si lo pensaba más a fondo sus respuestas no eran muy certeras.

Los progenitores de Kageyama habían usado esta historia como un formato de cuenta para el azabache a la hora de dormir, por lo tanto él creía que realmente había sucedido.

Y por supuesto que lo fue.

También se había dado cuenta que el nombre de "Tobio" era parte de esa historia, sus padres habían decidido tomar aquel nombre para que su hijo lo llevara consigo. El nombre el cual fue el amorío del Dios Shōyō.

—Hey. Buen día Kageyama—habló Asahi al ver a su trabajador.

—Buen día—saludó mientras se colocaba el delantal.

Al trabajar en un restaurante Kageyama normalmente usaba una camisa blanca con un pantalón negro y para terminar usaba un delantal—igualmente negro—el cual, solamente era puesto en la cintura y terminaba arriba del tobillo.

—Al parecer hoy habrá más rayos del Sol—habló el castaño abriendo las persianas y la entrada.

—Ahora que lo recuerdo—achinó ligeramente sus ojos en sinónimo de recordar—Ayer al parecer vi al sol mismo.

Recordó aquellos cabellos pelirrojos que bailaban por el movimiento de la brisa, la blanquezca piel que se escondía entre las prendas que llevaba puestas. Cuando los dos se encontraron, los ojos resaltaban por ser grandes y tener unos anteojos circulares que igualmente tenían gran magnitud, hacían que resaltara aún más.

—¿Kageyama?.

—Por un momento creí haber visto el sol—murmuró inconscientemente.

El vacío del restaurante hacía que cualquier ruido por más mínimo que fuera, se escuchara  haciendo algo de eco en el local.

—Deberías comenzar a cocinar antes de que te quedes sin trabajo—se burló Asahi sin entender lo que le sucedía a su amigo.

Kageyama se tensó parpadeando varias veces, sin esperar un minuto más se dirigió a la cocina. En cualquier momento llegarían sus compañeros de trabajo y más tarde llegarían las personas que regularmente consumían en el local.

~

La pequeña roca que estaba situada en el piso era movida por el calzado de el castaño repetidas veces mientras él divagaba entre sus sentimiento como normalmente lo hacía, parecía ser costumbre hacerlo cada que podía.

Sus pensamientos se reducían a fragmentos que entraban una y otra vez por su oídos, aquellas palabras sonaban con tanta intensidad que después de ser tan repetitivas se quedaban plasmadas en Oikawa.

—¡Soy tan egoísta!—gritó una vez que se había quedado solo en el callejón.

Lo sentía. Sentía que era egoísta de su parte por ceder a los caprichos de su madre.
Tal vez ella era la egoísta y el castaño parecía ser el ingenuo.

Ingenuo por ceder ante las provocaciones de esta.

Deberías ser más como Tobio, es realmente encantador su semblante tan serio y una postura tan demandante—sonrió satisfecha para después fruncir su ceño provocando que un chasquido se le escapara de los labios—Lastima que el desvergonzado de tu padre no pudo hacer mucho respecto a ti.

—¡No quiero que vuelvas hablar así de él!—el castaño se sentía desesperado y al mismo tiempo una oleada de desagrado recorría su sangre.

—Sigo sin creer lo mucho que te ayudo a recuperarte. ¿Te has preguntado el por qué te ayudó?—miró al castaño de mala manera—A mi parecer estabas mejor cuando eras...

—Hasta donde recuerdo fue tu culpa, ¿no es así?—le retó acercándose más a ella.

—¡Silencio!.

Oikawa sintió aquel ardor que comenzaba a expandirse por toda su mejilla, sin embargo el castaño creía que ya no podía doler más de lo que las palabras ya lo hacían.

Ah. Claro, ya lo recordaba.

No simplemente era ingenuo, también podía llegar a ser idiota por complacer a la mujer más desagradable que podía haber conocido.

O tal vez, más allá de complacer a ella quería complacerse a sí mismo. Quería sentir por primera vez aquel sentimiento de haber hecho algo bien.

Sin embargo, aquel sentimiento por más que esperara no llegaba. No aparecía, siquiera sabía cómo se sentía para saber de su llegada.

El castaño miró de reojo la florería que estaba a pocos metros de distancia, mientras apreciaba la belleza de los claveles tomó uno de aquellos chocolates que se encontraba en el bolsillo de su abrigo marrón.

Aquel chocolate que le recordaba el por qué seguía esforzándose y que tal vez algún día vuelva a sentir las emociones que en algún momento le hicieron perder el conocimiento del tiempo como si de una constelación se tratase. Y que por primera vez, observar lo mucho que había estado esperando por tanto tiempo. Un tiempo que pareció ser eterno, pero que por fin tendría oportunidad de verlo y apreciarlo.

Apreciar aquel verdoso que siempre había querido distinguir entre multitudes de tonos, aquel cabello que siempre le había agradado su textura, su facciones y todo lo que en algún momento no pudo admirar.

Miró el cielo que comenzaba a oscurecerse, dejando a la vista pequeñas estrellas que empezaban a distinguirse, el castaño sintió sus ojos cristalizados por las lagrimas que muy pronto recorrieron sus mejillas, cerró sus ojos dejándose llevar por la brisa refrescante temblando levemente.

—Quiero verte una vez más..—susurró para sus adentros apretando ligeramente sus labios.

NUESTRA HISTORIA -KAGEHINA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora