Los dioses de distintos panteones se reúnen en el Consejo del Valhalla, debaten sobre la humanidad y todo lo que han hecho hasta ese momento. No tienen dudas, son un virus para la Tierra. Y han tomado una decisión, extinguirlos. ¿Jehová lo aprueba...
Dos derrotas consecutivas, esa derrota no solo era un paso más a la destrucción de la humanidad, ni un bloque más en la balanza que se inclinaba a favor de los dioses, si no que había muerto el hijo de Dios, y el hermano de la humanidad.
Afligidos por las circunstancias que estaban afrontando, no solo el defensor de la paz y de la India, Mohandas Gandhi titulado como Mahatma había caído. Entonces, algo más por enfrentar había ocurrido, habían visto desaparecer de la existencia a quien dio alguna vez su vida por expiar de sus pecados a toda la humanidad. No el Salvador, no el Mesías, ni tampoco el hijo de Jehová, el hermano de todos y cada uno. Y sus hermanos permanecieron en silencio lamentando su pérdida.
Pero eso solo sería por algunos instantes.
Cada uno en las gradas, su madre, sus discípulos, humanos e incluso algunos dioses desecharon todo pesar, los Celestiales lloraban con una gran sonrisa en su rostro, tranquilizados al saber que Jesús había entregado su ser por aquellos a los que siempre amó.
Los dioses que apoyaban a Zeus no tuvieron mucho tiempo para regodearse al ver a los inferiores mortales desconsolados, porque no había humanos que siguieran abrumados en desesperación.
Su hermano había muerto, pero en su pelea había demostrado que ni el supremo griego y presidente del consejo del Valhalla podría contra la fe y la voluntad humana, motivados por salvar a los suyos, los humanos podían enfrentar a los dioses.
Ciertamente no solo era una pérdida humana, también una divina y las contiendas tuvieron una breve pausa, los siguientes luchadores serían anunciados a su debido tiempo, cada bando debía pensar bien su siguiente movimiento.
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La valquiria menor avanzaba hasta la sala de discusiones donde su hermana Brunhilde estaría, ciertamente ver morir al hijo de Dios, y a su hermana Reginleif la tenía con el peor ánimo posible.
Una gran mesa se postraba frente a Brunhilde, quien estaba sentada de espaldas a la puerta por la que había entrado Geir estrepitosamente.
Geir: —¡Hermana Brunhilde! —gritó con todas sus energías—. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué desapareció de las gradas?
La valquiria líder no respondió, su atención estaba clavada en el festín que devoraba. Pero alguien más se sumó a la conversación.
¿¿??: —Geir... —una voz femenina delicada y tímida llamó la atención de la pequeña hermana—. Creo que deberías tranquilizarte.
