Los dioses de distintos panteones se reúnen en el Consejo del Valhalla, debaten sobre la humanidad y todo lo que han hecho hasta ese momento. No tienen dudas, son un virus para la Tierra. Y han tomado una decisión, extinguirlos. ¿Jehová lo aprueba...
Unos a otros se veían intercambiando miradas confusas, no entendían lo que ocurría y por qué de un momento a otro el cielo se había ennegrecido. Desde dentro del túnel por el que haría entrada el siguiente contendor, una sonido hipnotizante envolvía los sentidos de cada espectador.
No podían distinguir muy bien de qué se trataba, pero su piel se erizaba súbitamente.
Llegando hasta lo más profundo de su conciencia, algunos espectadores se estremecieron al atisbar una silueta elegante que emitía una armonía sin igual.
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Eso no solo era una fantástica armonía, era una sonata sin igual. La figura con violín avanzó por el túnel, revelando parte de su vestimenta. Portando un fino traje oscuro con camisa blanca, sonriendo mientras el cielo se abría para dejar caer su luz sobre él.
No había dudas, era Hermes. Uno de los doce olímpicos.
Pero ¿Él era el oponente? ¿Cómo podía ser posible si no estaba anunciado como peleador?
Heimdall: —Disculpen las molestias, hubo algunas complicaciones, pero ahora continuaré ¡Permítanme presentarles al segundo combatiente de los dioses! ¡El único que enfrentaría hijo de Dios! ¡Ese dios es...!
No se trataba de Hermes, sino de otra silueta que todavía se ocultaba en el túnel, y que poco a poco la luz lo revelaba.
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Heimdall: —¡Zeus!
Brunhilde se tensó en su asiento, no tenía previsto eso.
Brunhilde: —¡Maldito...!
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