Capítulo 41: Amor inmarcesible

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Las gradas humanas y divinas se habían puesto de pie y quedado pasmadas al ver que el representante de los dioses expresaba en su rostro algo que posiblemente ningún otro dios había mostrado en las peleas previas. Freyja tragó saliva, los hijos de Odín intercambiaron miradas en silencio, Munin se cubrió los ojos con su ala, Lugh estuvo a punto de soltar a Morrigan, mientras que ella le pedía a gritos a los nórdicos o a su amigo que le dijeran lo que estaba ocurriendo.

Las gradas celestiales habían estado vacías desde antes del inicio de la pelea, sin embargo, aquella serafín que había ascendido al Cielo en busca de respuestas sobre la decisión de Dios por enviar a Miguel a mantener la racha como él había dicho, regresó, sin embargo, en su ida no obtuvo respuestas, ya que una de sus hermanas no le permitió dejar preguntarle a Dios a través de las puertas del Empíreo sobre eso, ya que ella misma dudaba que Dios lo hubiera hecho e incluso que Miguel lo dijera.

Elemiah presenció el momento en el que Miguel no pudo curarse, pero no solo ella, también Mahasiah.

Elemiah presenció el momento en el que Miguel no pudo curarse, pero no solo ella, también Mahasiah

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«Mahasiah, serafín, Celestial»

Mahasiah: —Vine hasta aquí porque estaba preocupada de lo que pudiera estar ocurriendo bajo el Paraíso... Pero esto es peor...

«Elemiah, serafín, Celestial»

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«Elemiah, serafín, Celestial»

Elemiah: —¿Peor que decidir en nombre de Dios?

Mahasiah: —En este punto no creo que eso haya ocurrido... Míralo...

Miguel había sentido la presencia de Mahasiah, alguien como ella debía tener una buena razón para estar en ese lugar. Sin embargo, sin deseos de alimentar la locura del humano con su rostro de preocupación, apretó sus dientes y puños, derramó sangre pero inyectó determinación en su interior para arremeter contra su enemigo.

Miguel: —¡Es suficiente, humano! 

Se acercó hasta el einherjer con los puños listos para terminar con la pelea, pero cuando su puño derecho se aproximaba al rostro de Behram, el asesino levantó su daga y la hoja atravesó los nudillos del Celestial. Sintiendo dolor recorrer todo su cuerpo, retrajo su brazo y aleteó sus alas para tomar distancia, no estaba acostumbrado a verse sangrar, habían pasado siglos desde la última vez, pero nunca creyó que en su primer combate contra un humano, estaría arrinconado en esa situación.

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