«RECUERDA: en el campo de batalla, es tu vida contra la del resto. Elige bien, no te equivoques», le aconsejó su hermano antes de ingresar al colegio militar. No tenía otra opción mas que obedecer; eso le enseñaron desde el principio. No opinar, no pensar, sólo obedecer.
El calor era sofocante, sentía su piel quemarse, el estentóreo rugir de las torreras y el olor a pólvora le ponían ansioso.
Asustado, asomó su rostro sobre el muro de contención y disparó al punto del atacante; una fuerte detonación se dejó oír. Había dado en el blanco.
Todo le recordaba a aquel día, el más feliz y el más triste de su vida, con dos diferencias importantes: la primera, que ahora sabía usar un arma; y la segunda, que su hermano estaba muerto…
—El día de hoy me complace en presentar a la nueva generación de soldados que protegerán la patria, los intereses de la nación, la paz y la ciudadanía misma… —dijo el director del internado militar, en aras de una magnífica ceremonia de graduación.
Los cadetes en uniforme de gala, negro con guirnaldas doradas en las muñecas y la gorra, a espaldas del orador quien cedió el micrófono a el Gral. William T. Terrazas, el mismísimo Secretario de Seguridad Militar de la Unión de America del Norte, lucían visajes serios, aunque miradas brillantes llenas de orgullo y esperanza para el futuro.
No era para menos, al final acababan de graduarse con honores del Colegio Militar Mariano Escobedo; el más prestigiado de todo el país. Cada uno de ellos tenía una historia, un motivo para estar ahí y una familia que veía cumplido el logro de uno de sus miembros.
El nombre de uno de ellos era Dagoberth Ginneorie, el mejor de la clase; con múltiples insignias que destacaban su paso por tan prestigiada institución. Él sería el único de los graduados que leería un discurso, de su propio puño y letra, frente a la concurrencia para agradecer a la patria, también a la Unión, dar una excelsa despedida a los que se iban, y una fuerte inspiración a los que llegaban. Toda la semana había escrito, y reescrito, aquella perorata que sería su más grande proeza; la última como cadete y la primera de soldado. No había querido dar un adelanto a sus padres, ni siquiera a su pequeño e insiste hermano Nikolay, que estaba ansioso por tener la edad suficiente para listarse en las fuerzas armadas igual que él, su más grande ídolo y ejemplo a seguir; absolutamente todos habrían de aguardar para escucharlo.
—¿Dónde están los baños? —inquirió Nikolay, con voz de lo más discreta.
—¿Es enserio? No puedes esperar a que tu hermano hable —dijo su padre, sin apartar la vista del podio.
—Yo deseo escucharlo también, por eso quiero ir antes de que éste tipo, "que no ve para cuando", termine de hablar.
»Además no te pido que me lleves de la mano a orinar, ya no soy un niño chiquito. Sólo indícame dónde están y yo voy.
—Sabes perfectamente que a tu madre no le gusta que te deje solo por allí; no le es fácil acostumbrarse a que su primogénito sea militar, y el otro también quiera serlo.
»La pobre siente que una guerra estallará en cualquier momento y teme por sus hijos —argumentó el adulto.
—Estamos en un Campo Militar, ¿qué puede pasar? —refutó el niño, empezando a sentir opresión en la vejiga.
—Eso lo sabemos tú y yo, pero trata de explicárselo a ella. Es el instinto natural y sobreprotector de una madre cuya adoración son sus hijos.
...
»De acuerdo, vamos —aceptó su padre, al escuchar que el Gral. William rememoraba antiguos pasajes de la historia militar.
Claramente se demoraría un buen rato.
No necesitaron excusarse con los asistentes para salir, se hallaban en la primera fila. Sencillamente se levantaron y siguieron el estrecho corredor hasta salir de las gradas. Al bajar por las escaleras de cemento, la voz del Gral. retumbaba por los altavoces; su discurso vacío y hastío relajaban la oprimida vejiga del chico.
—Si quieres espera aquí, no tiene caso que los dos nos perdamos del discurso; al menos así podrás decirme qué me perdí.
Su padre lo miró receloso.
»Descuida, no se lo diré a mi mamá.
—Está bien, los baños están por allá —respondió él, sonriendo.
»Ve con cuidado.
Nikolay asintió mientras se retiraba al pequeño edificio del fondo, tras las enormes gradas. Corrió rápido, ignoraba cuánto tiempo disponía; y no quería arriesgarse a perder palabra del discurso de su hermano mayor.
Su padre lo observó hasta donde le fue posible, antes de adentrarse en el cuarto de baldosas blancas.
El aroma a desinfectante impregnó el olfato del chico apenas cruzó el umbral. Miró los lavabos y mingitorios vacíos, los retretes abiertos; todos presenciaban la ceremonia. Entre 1000 cadetes y 500 invitados, aproximadamente, él era el único que tenía ganas de orinar; mil veces maldijo su debilidad por las bebidas azúcaradas.
Entró en uno de los pequeños cajones e hizo lo suyo. Una mala experiencia con el mingitorio le alejó de ellos para siempre; pero no estaba tan mal, mientras que la orina llegara al drenaje no importa por dónde fuera.
En eso la puerta se abrió. Unos pasos pesados entraron en la habitación, interrumpiendo el momento de calma de Nikolay. Seguido por un sonido de estática ocasionado por un antiguo radio de comando, imperceptible para las señales modernas; generalmente ocupado para operaciones ilícitas, según le había dicho su hermano.
—T-23 llamando a C-8, llamando a C-8. ¿Me copias? Cambio —sonó la trasmisión entre interferencias.
—Aquí C-8 —respondió el hombre del baño—. Reporte situación. Cambio.
—Los regalos están en posición. Confirmo. Los regalos están en posición, espero instrucciones. Cambio.
Lo misterioso del mensaje atrajo la atención de Nikolay, y no para bien; de hecho sentía temor. Se posicionó contra la delgada puerta del baño para escuchar mejor, tratando de pasar desapercibido. Por desgracia el sensor del retrete se activó al no detectar ninguna presencia, resonando la habitación con el sonido del correr del agua.
El sujeto se percató y se acercó con celeridad al origen del ruido. Con un fuerte azote rompió el pequeño cerrojo, abriendo la puerta violentamente. No obstante estaba vacío.
Del cubículo contiguo salió el niño corriendo, teniendo cuidado de no resbalar con las baldosas; cambió de cubículo por la parte de abajo. El hombre se percató de la infantil estratagema y de inmediato fue en persecución del chico.
—Aquí C-8, misión comprometida. ¡Activar ya! Repito, ¡Activar ya! Cambio — gritó el hombre al radio, mientras corría tras del joven.
A lo lejos, Nikolay observó a su padre charlar con otro hombre al final de la escalera, debajo de las gradas. Corrió hacia él, pero una mano lo amordazó en tanto que otra, lo sostenía con fuerza. Agitado, comenzó a forcejear hasta morder la mano de su captor.
—¡Papá! —chilló con todas sus fuerzas.
Su padre advirtió la escena y se dirigió hacia él, sin embargo antes de avanzar tres pasos siquiera una fuerte detonación a su espalda lo hizo caer. En un instante gran parte de las gradas desapareció tras una cortina de humo y fuego, dejando sólo escombros, gritos de pánico y un calor sofocante.
Los ojos de Nikolay no daban crédito al infierno que se extendía frente a sus ojos, que en un instante se llenaron de lágrimas al pensar en su familia herida, asustada, enterrada viva.
El golpe a su cabeza, con la cacha de una pistola, puso fin a su sufrimiento por el resto del día; sin embargo fue el principio de un calvario de remordimiento en los años venideros.
Recobró la conciencia tan sólo tres horas después en la enfermería del Campo Militar; la explosión ocurrió en el patio, así que el resto de la institución se hallaba intacta. Nadie daba razón de lo ocurrido, ni del paradero de sus familiares. Dos días trascurrieron, encerrado en una habitación, angustiado y solo, hasta que su padre cruzó el umbral apoyado sobre una muleta, con un aparato extraño rodeándole la pierna. Dio la terrible noticia de que su madre y Dagoberth habían muerto.
El pequeño Nikolay apenas pudo resistirlo.
Los interrogatorios siguientes no hicieron más fácil su recuperación. Tuvo que obligarse a revivir cada desagradable detalle más de una vez, hasta que el jefe de la Procuraduría, Faent M. Irons, estuvo completamente satisfecho.
Una semana después los noticieros y periódicos digitales dieron cuenta completa de los hechos. Un total de 365 personas fallecieron esa tarde, entre ellos todos los graduados que se encontraban sobre la tarima al momento de la explosión. El peritaje determinó que un conjunto de explosivos caseros de alto calibre, colocados en puntos estratégicos, fueron los responsables del siniestro; claramente se responsabilizó a la milicia insurgente por el atentado, aunque nunca se castigó a nadie en concreto por ello…
—¡Con diez mil mierdas, responde Ginneorie! —gritó su oficial al mando, Derman "Der Mann" Tonage; sacándolo de su trance—. ¡Contesta carajo!
—N-14 aquí. Despejado. Torreta inactiva. Cambio —respondió Ginneorie, apenado.
—Recibido N-14. Avance. J-10 mantenga posición. Cambio —dijo D-4, el jefe de pelotón, recobrando la compostura.
Ignoraba cuánto tiempo se sumergió en el agitado mar de sus recuerdos, mas tuvo que ser mucho para que "Der Mann" lo llamara por su apellido. Su paciencia era poca de por sí, pero cuando la cólera le sobrepasaba se olvidaba del protocolo y entre insultos, y reclamos, llamaba a sus subordinados con mucha familiaridad; más de la permitida.
Siguiendo las órdenes de su superior, Nikolay se aferró a su sub-rifle, saltó al otro lado del muro de contención y siguió derecho por un puente vehícular inconcluso. Mientras corría, J-10, o Jeannot Cohnal por su nombre, le cubría desde un punto elevado, mismo donde el helicóptero los había dejado caer al principio de la misión, sobre el edificio más alto de la zona; disparando a los drones y hostiles que amenazaran la operación.
Las balas surcaban por encima de su cabeza, como feroces y pequeñas aves que trinaban con furia; impactando contra los objetivos.
Al llegar al borde del puente, Nikolay encendió su propulsor y, sin detenerse, pegó un brinco para caer al otro lado. Todos los cadetes poseían uno igual, diseñado para saltar hasta una altura de 2,5 metros y una longitud de 3,5 a 4,0; siempre dependiendo el peso del ocupante.
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JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.
Science FictionNikolay es un chico que ha pasado toda la vida siguiendo los pasos de su hermano mayor, incluso después de que éste fuera asesinado en un atentado orquestado por un grupo de insurgentes rebeldes. Como militar ha jurado proteger la paz y el biene...