IV. AÚN SOY HUMANO.

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    EL SONIDO del monitor de pulso se hizo más fuerte, hasta que Nikolay por fin logró abrir los ojos.
    Se encontraba desnudo, postrado en un camastro de la enfermería; cubierto por una sábana blanca. Una enorme venda le envolvía la cintura, mientras una compresa de gazas oprimía su zona lumbar baja.
    Las enfermeras revisaban a los otros pacientes, hasta que una de ellas advirtió la reacción del joven. Entonces se volvió hacía él y, tomando una tablilla con el reporte médico, le quitó la sonda.
    —Hola Nikolay, ¿cómo te sientes? —preguntó.
    —Me duele la espalda, ¿qué pasó? —interrogó Nikolay, incorporándose.
    —Recibiste tres disparos en la parte baja de la columna. Logramos extraer las balas, que por fortuna no comprometieron ningún órgano importante.
    »Tienes que esperar ocho horas antes de tomar la pastilla regeneradora, a que el plomo salga de tu cuerpo.
    »Si hubiera sido una Cyber-matic, podrías tomarla de inmediato; sin embargo el tiro... Ya sabes.
    Nikolay comprendía, claro que comprendía. La Cyber-matic era una variante de las armas de plomo, con la diferencia que las balas rebotan dentro, hasta salir o estancarse en un órgano o hueso; después emite ondas que paralizan los músculos.
    Y eso sólo los modelos estándar. Otros más sofisticados podían calcular la trayectoria y explotar de adentro hacia afuera. Claro que su uso sólo se autorizaba a la ODM de la UAN en casos extremos, como un conflicto bélico; hacía años no estallaba uno de esos.
    —¿Cuánto tendré que estar aquí? —inquirió.
    —Ya estás bien, de inmediato vuelvo con tu alta. Te sugiero pasar a la habitación contigua antes, y usar caminadora para rehabilitar tu movilidad.
    »Tan sólo por unos minutos —dijo la enfermera, entregándole una camisola blanca y un pantalón gris.
    Ésta se dió la vuelta para terminar el formulario, mientras Nikolay se vestía.
    Francamente no le importaba que lo vieran desnudo; el colegio militar le había arrebatado la timidez, el pudor, el temor y cualquier rasgo de humanidad que tuviera, o eso creyó hasta la última prueba.
    Como un anciano, arrastró sus pies por la brillante loseta hasta el área de terapia. Con lo fuerte de las prácticas, no era extraño que estuviera a lado de la enfermería; había cadetes que salían en peores condiciones que él.
    Cruzó frente a aparatos extraños, mesas de masaje y enormes exoesqueletos metálicos hasta llegar la barandilla de la caminadora más próxima; una banda giratoria a ras de suelo.
    Nikolay sentía como si tuviera una varilla atorada en la columna, que se soterraba al erguirse o girar la cadera. Los primeros pasos fueron una tortura.
    En tanto seguía caminando, miraba por el enorme ventanal frente a él. El sol matinal encendía el azul del despejado cielo, brillando sobre el circuito de pruebas y los cadetes que entrenaban en patio, en ese instante.
    Aún recordaba cuando reptaba sobre el lodo, saltaba, escalaba y se dejaba caer sobre el césped, con un rifle a cuestas; y en esa entonces ya se le hacía difícil. Conforme los años pasaron, las prácticas fueron subiendo de nivel y dificultad; aunque no podía negar que el Thunderdome era una experiencia única.
    La emoción que sintió la primera vez, bien valió la pena.
    —Hey, Nikolay, ¿cómo te encuentras? —inquirió Field, el sargento acargo de los escuadrones primarios.
    Uno de ellos era el 265-B.
    —Señor Field, estoy bien. Gracias —respondió el joven, sin dejar de hacer sus ejercicios.
    —Vamos Nikolay, déjate de formalismos; no estamos en servicio. Te conozco desde que eras un niño.
    —Si usted lo ordena, está bien Tezsa. Me encuentro bien, aunque el dolor me mata; no sabía que usarían balas de pólvora.
    »A Yumeli y Mason sólo les tocaron proyectiles paralizantes.
    —Es qué ellos no llegaron hasta los Hunter; tu plan de hackeo adelantó su aparición.
    »Luego, cuando capturaron uno, la secuencia creyó que estarían listos para enfrentarse a más de ellos, y también las Hitlight.
    »Impresionaste a los altos mandos, y a mí. De haber llegado a los veinte civiles salvados, se habrían enfrentado a los Veatrac.
    »Tu hermano estaría orgulloso, ni él logró algo como eso en su prueba final.
    —Y ¿cómo me fue? Digo, al escuadrón.
    Tezsa lo miró con reproche, sabía que los resultados eran confidenciales hasta que todos los escuadrones hubieran pasado. Sin embargo estaban solos, y la estima que tenía hacia el joven era mucha; así que por una vez rompió los protocolos.
    El hombre de veintiocho años primero explicó los pormenores que le restaron puntos: la indiferente explosión del edificio, el contacto indebido con Katrina y el enfrentamiento con su oficial al mando fueron los más perjudiciales; sin mencionar los de Derman, cuya conducta también contribuyó a la perdida de más puntaje. Exabruptos que Nikolay ocasionó, cabía mencionar.
    No obstante, su habilidad en la programación, lo eficaz de su plan para interceptar vehículos, la estrategia general y el alto número de civiles evacuados; crearon un balance, que fue favorable al final.
    —Hasta ahora, tu escuadrón encabeza la tabla; pero todavía falta un día para que acaben las evaluaciones de las prácticas.
    —¿Estuve inconsciente durante un día? —preguntó Nikolay.
    —Sí, sugerí que te inducieran en coma; después de lo ocurrido con la niña, pensé que necesitarías un descanso.
    »Descuida, nadie más lo notó, o al menos no lo mencionaron.
    —Me desconcertó ver a una niña; nunca ha habido niños en ninguna una prueba.
    ¡¿Por qué carajos metieron a una niña?!
    Tezsa lo miró con extrañeza.
    —Pero era un homo-droide, como todos dentro del campo de pruebas. No eran humanos reales, y tú lo sabías.
    —Tú has estado en el Thunderdome también; sabes que luego de dos minutos de entrar, tu percepción se altera.
    »Todavía padezco el síndrome de "Nodorima" —declaró Nikolay, que empezó a trotar sobre la caminadora.
    —Nada allá es real —reiteró Tezsa, cruzando los brazos.
    Era normal que el sargento no creyera la explicación. Durante su corta carrera militar, antes de perder una pierna en un enfrentamiento contra los saigos, jamás experimentó en carne propia el síndrome "Nodorima"; un término coloquial entre los cadetes, referente a la dificultad de la aceptación de la realidad después de un tiempo prolongado en el domo de pruebas.
    O dicho de otra forma, era la confusión de saber si estaban dentro o afuera.
    —Danielle tenía nombre, recuerdos, sentimientos y miedos ¿eso no la hace estar viva? —cuestionó Nikolay, deteniendo la caminadora.
    —Ella no tenía sistema cognitivo, estaba programada para sentir exactamente eso. Todo en ella era falso, igual que los hostiles.
    »¡Todo es falso!
    —¡Las balas en mi cuerpo no lo fueron, tampoco las granadas ni los cohetes; ni ninguno de los peligros a los que me expuse!
    El jóven bajó el rostro y comenzó a llorar.
    »Tezsa, te juro que si hubieras estado en mis zapatos, yo era igual a su padre; era como si... Lo lamento, me recordó a mí de pequeño; todavía soy humano.
    —Eres igual que tu hermano, no pueden ser fríos aunque quieran.
    Poco profesional era que un sargento colocará la mano en el hombro de su cadete; la cercanía de un hermano, de un padre, de un amigo no tenía cabida en el ámbito militar. Pero el aprecio por Nikolay era tan añejo que no podía evitarlo.
    El jóven lo miró, secando sus lágrimas, reprochando su actitud con humor.
    »Aún lo extraño, ¿que quieres?; todavía soy humano también.
    »En fin, te recomiendo que hables con Derman; al terminar su práctica fue citado por el Consejo. Al salir estaba furioso, casi mata al infeliz cabo que se atrevió a retarlo en el hexágono.
    —Lo haré, gracias por la advertencia, y por visita.
    —Aunque nunca se lo prometí a Dagoberth, sé que me reprocharía si no cuido de tí.
    »Que te mejores pronto.
    Nikolay asintió, en tanto volvía a encender la caminadora. Miró como Tezsa se marchaba, andando con tanta naturalidad igual que si tuviera ambas piernas, en vez de una prótesis que lo hacía lucir como un mecha.
    Con los disparos, cerca estuvo de perder la movilidad en ambas extremidades.
    «¿Cuánto tardaré en necesitar una se esas? Yo sí elegiré la que está cubierta por piel sintética», pensó. No era burla, sin embargo la reciente experiencia le recordó lo efímero de la salud y lo probable que era terminar así.
    Una hora después, luego de una larga reflexión para convencerse a sí mismo de que estaba afuera del Thunderdome, en el mundo real; Nikolay concluyó sus ejercicios. Hacía treinta minutos, la enfermera le había dado su alta y la pastilla regeneradora, una maravilla de la medicina que aceleraba la cicatrización y reconstruía el tejido muscular en minutos.
    Le volvió a recordar que era para dentro de ocho horas, de lo contrario podría ser perjudicial por los residuos de la pólvora.
    —Aquí tienes un uniforme, firma por él al salir —indicó ella, dedicándole una sonrisa.
    El jóven no perdió tiempo en intentar descifrar los motivos detrás del atractivo gesto; el gusto por el trabajo, una sencilla costumbre o un coqueteo. Quedó claro que las mujeres no era uno de sus conocimientos más loables; era más fácil hackear cualquier sistema de seguridad que comprender la mente femenina.
    Sólo asintió, y se puso la ropa nueva; nada del otro mundo, un pantalón gris y una playera azul marino, el atuendo reglamentario para dentro del campo militar.
    Pasó la recepción de la enfermería y firmó, antes de encontrarse con Derman, sentado en el suelo. Leer el pálido rostro de aquel muchacho, era como mirar una hoja en blanco; estoica y aterradora.
    —¿Qué haces aquí? —preguntó  lo más respetuoso que pudo.
    —Programaron tu reanimación hace una hora, pero no se permiten visitas; a menos que sea un desahuciado —respondió Derman, levantándose.
    —¿Qué quieres? No eres de los que hacen visitas; para tí, los humanos son reemplazables, incluso tú.
    —Cierto, no me ofende. Todo lo bueno que haga una persona, otra podrá hacerlo mejor; sólo es cuestión de que quiera.
    »Si vine fue porque los altos mandos quedaron impresionados y molestos por nuestro desempeño, en especial el tuyo. Eres el causante de la perdida de más de 20 millones de dólares en vehículos e infraestructura.
    »No perderé mi tiempo repitiendo los alegatos que tuve que aguantar por culpa tuya. Sin embargo me pidieron evaluar tu proceder y, con base a eso, decidir si te daba de baja o no.
    »¿Sabes que es ésto? Lo tomé cuando salíamos del Thunderdome —cuestionó Derman, sacando de su bolsillo un hilo trenzado, rojo y familiar.
    Nikolay guardó silencio, no tenía caso responder a una pregunta de la que ambos conocían la respuesta.
    —Es mía —declaró secamente, recordando la fotografía que sacó del domo de pruebas.
    —Te lo advertí, no te perdonaría otro error.
    »¿Quieres saber que respondí? Les dije que eras el elemento más terco que nunca había visto, ingobernable, explosivo, incapaz de pensar en las consecuencias, la mayor decepción de mi escuadrón pues esperaba otra cosa de él...
    »Y qué el único error más grande que haberlo admitido, era dejarlo ir.
    El castaño se sorprendió al escuchar la declaración. Quería preguntar ¿por qué? Derman nunca perdonaba nada, ni a nadie; era capaz de hacer mierda la vida de cualquiera por un desaire. ¿Qué tenía Nikolay qué lo hacía diferente?
    »Odió admitir que tú fuiste quien tomó las riendas de la misión; la única decisión mía nos costó un civil y casi un elemento.
   »Además fue por tí que pude conducir un Hunter. Tómalo como un pago, por la experiencia —respondió Derman, regresando la pulsera a su dueño.
    —Gracias, significa mucho para mí que me considere digno de seguir en el escuadrón 265-B —respondió Nikolay, más calmado de saber que todo seguía bien con su superior.
    —No me lo agradezcas, enserio. La hazaña es tuya, y por eso la directiva te asignó a una práctica de seguridad en la embajada de Schwarzkopf, de la Federación Roja, en el centro.
    »Sales en dos horas. Disfruta tu recompensa.
    —¡¿Qué?! Pero ¡¿porqué?! ¡Yo fuí quién voló un edificio, y cause daños por millones de dólares!
    —Entonces, por la pérdida de millones, de castigo irás. No es una discusión; vas a la embajada o vas. Son órdenes de arriba —contestó Derman, volviéndose por el corredor.
    »Katrina te acompañará, así sirve que están "solos" por un rato.
    —¡No tengo nada con Katrina! —reclamó Nikolay, furioso; harto de escuchar la misma cantaleta.
    —Te repito, si buscas a Katrina para coger, para besarla, si piensas casarte con ella, o la usas para ocultar tus verdaderas preferencias no me interesa.
    »Controlo todo, excepto la vida de los demás.
    Nikolay cerró los ojos, en un intento por calamar su cólera. Para ellos no había nada más tedioso y aburrido que una guardia de vigilancia. Era estar parado como idiota durante horas, fingiendo ignorar a los de sangre azul que te ignoran de manera deliberada; sin comida, agua o pausa para mear. Sumado a las dos horas del transporte a la ciudad.
    Maldijo su suerte por ser enviado, en especial con Katrina; ¿porqué no pudo ser otra persona?
    Con resignación, dando por pérdida la foto, se encaminó directo a los andenes; en tanto ataba, de nuevo, la pulsera a su muñeca. Si se apresuraba alcanzaría el austero almuerzo que ofrecían a los reclutados para vigilancia. No era mucho, un emparedado, una botella de agua, y una manzana; pero era algo. ¿Piensan que con eso basta?
    El campo militar Mariano Escobedo era una extensión enorme, rodeada del frío follaje; al sur de la capital de Ancina. Los edificios, no superiores a los tres pisos, se repartían como fichas de dominó acomodados en espiral; todos regidos por un diseño minimalista. La joya de la corona era el Thunderdome, una cúpula visible a kilómetros de distancia; la inversión más costosa en toda la región, contaba díez veces más presupuesto que el Centro Médico. No era extraño, por miedo la UAN eligió invertir en la seguridad militar desde el inicio, cuando la Federación Roja se fortaleció; se consiguió mucho presupuesto eliminando lo referente a el bienestar social. Por fortuna, luego de años, la UAN fue reconocida como potencia bélica; lo que permitió alcanzar acuerdos comerciales con la Federación Roja y la Alianza del Caribe.
    El clima siempre era frío, la mayor parte del tiempo nublado. A veces llovía, otras granizaba; sin embargo a todo se acostumbraba el hombre. Agua, hielo, golpes, caídas y disparos.
    Aunque seguía molesto por su sino, poco a poco se tranquilizó al ver el gran obelisco de obsidiana, con una llama perenne al centro, sobre la primera glorieta. Con letras doradas, en relieve de la roca, se leían los nombres de los soldados caídos aquel triste día.
    Por azares del destino, combinado con la primera letra del apellido, el nombre de Dagoberth Ginneorie aparecía en la parte superior, al centro del monumento.
    Nikolay puso su mano sobre la roca y guardó un minuto de silencio. Era costumbre rendir homenaje el mismo día del atentado, no obstante el joven lo hacía cada que pasaba por ahí, o cada que claudicaba sobre su camino; cada que sentía el impulso de dar la vuelta y huir ante las dificultades. Con un poco de reflexión, sentía el abrazo de su hermano, que le recordaba el valor de la responsabilidad, de servir y de proteger lo correcto.
    —Ojalá estuvieras aquí, te extraño —susurró, poniendo una rodilla en tierra.

JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora