XIII. EL DISTRITO NEGRO.

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    UNA suave canción era capaz de amansar a fiera, o eso es lo que dice. Y cómo podría ser diferente con una voz tan dulce, que parecía estar arrullándolo. Un ángel femenino que cantaba y lo guiaba por un valle perpetuo de paz, y oscuridad.
    Muchas veces había escuchado aquella voz, igual que un sueño placentero al cual pedía no terminar nunca. Una calidez humana de sosiego que lo mantenían tranquilo, y hasta cierto punto feliz.
    No recordaba nada antes de eso, y no hizo un esfuerzo por hacerlo; cuando se está tan agusto con el presente, el pasado y el futuro desaparecen.
    Entonces una sensación invadió su cuerpo, un impulso tan vivo que no tenía cabida esa inmersión de calma total. De inmediato supo que era un sueño y que estaba a punto de despertar; no quería, trataba de resistirse, pero ésto sólo lo espabilaba cada vez más.
    Un respiro y se sintió pesado, tan vivo y tan real. Una sensación de dolor lo invadió, esas sensaciones incómodas y angustiantes que sólo los vivos tienen la desgracia de sentir.
    Abrió los ojos lentamente, tardó en vislumbrar con claridad la habitación en la que estaba. Era muy larga, hecha de madera y lámina, con muchas camas acomodadas a lo ancho, desordenadas y pequeñas mantas colgadas entre ellas; parecido a un pabellón de hospital mucho más rudimentario.
    Miró a los lados y lo único que sus ojos vieron fue a una mujer con un bebé en brazos, meciéndolo con suavidad mientras, cantaba una canción de cuna. La misma con la que soñaba desde hacia un tiempo, cuando estaba perdido en la oscuridad.
    Nikolay se incorporó y recordó lo que había sido su vida hasta ese momento; desgraciadamente continuaba vivo. Perseguido por una serie de interminables problemas sin fin, vacío.
    —Ya despertaste, que bien; recuesto al bebé en su cuna y estoy contigo —respondió la mujer, que no parecía tener más de veinte.
    Su mirada tenía luz, su rostro acostumbrado a sonreír era inmune a las arrugas, y sus ojos ámbar se mostraban limpios, sin ojeras; el tranquilo aspecto de una persona sin dificultades que turben su sueño y su alma.
    —No es mío, ¿verdad? —. Fue lo único que se le ocurrió preguntar.
    Ella rió, resistiendo el impulso de carcajearse.
    —¡Claro que no! Tú y tu amigo llegaron en la madrugada; un bebé lleva más tiempo —dijo ella, dejando al bebé en la cuna, arropándolo con una cobija amarilla.
    —¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué a aquí? —preguntó el castaño, retirándose las sábanas.
    La muchacha se volvió, apenada.
    —Tuvieron un accidente, los encontraron heridos en una ladera. Escuché que salieron proyectados por el parabrisas, fue una suerte o habrían muerto en la camioneta —declaró la mujer mientras, recolectada algo de ropa de los cajones de una cómoda.
    Nada extraordinario, un pantalón gastado, una camiseta roída y la mismas botas que robó de Hautclimb. En ningún momento la castaña se atrevió a mirar, no es que fuera mojigata, sin embargo entendía que cada quien tenía derecho a una privacidad; sin mencionar que nunca había visto a un hombre desnudo.
    »Estás en... Bueno, lo llamamos Distrito Negro... Ya lo irás conociendo; me llamo Melissa.
    —Nikolay. ¿Y dónde están los otros? —preguntó Nikolay, subiéndose los pantalones. Melissa lo miró, sin saber que responder—. Me refiero a los que venían conmigo; Gabriel, Asia y Josh. ¿Dónde están?
    —Gabriel está por ahí, recolectando leña, creo. Los otros dos murieron en el accidente, uno al momento del impacto, otro fue... Murió quemado.
    »Dicen que la camioneta se incendió antes de explotar. Lo siento.
    —Descuida, no es la primera vez que muere alguien cercano a mí; aunque nunca deja de doler.
    Nikolay se colocó la camiseta y resistió el impulso de llorar; si se ignoraba el hecho que uno de ellos ardió hasta perder la conciencia, sintiendo como su piel se consumía y sofocaba lentamente, gritando por una ayuda que nunca llegó, al menos ya no sufrían; abandonaron con dignidad la miserable mierda que era la vida.
    »Me gustaría hablar con Gabriel, ¿puedes llevarme con él?
    —No sé a dónde fue, pero tendrá que regresar aquí. Puedes hacerme compañía, si quieres; ayudarme con los niños —sonrió ella, avanzando hacia la única entrada, al fondo de la habitación.
    —No sé nada de bebés, pero ¿lo dejarás solo? —cuestionó Nikolay. Como dijo, de los cuidados postnatales de un infante no tenía ni idea, sin embargo había escuchado algo sobre la "muerte de cuna" entre otras cosas.
    —Sí, él ya tiene dos años, es su siesta habitual; estará bien. Vamos.
    Nikolay siguió a la chica a través de un corredor. Nunca había visto algo así. Grandes columnas de concreto sostenían el techo, donde un tragaluz era la única fuente de iluminación para la gran habitación. Varías mesas diferentes, acomodadas una tras otra, formaban un solo comedor, rodeado por sillas de diversos materiales, tamaños, y colores. Una metáfora que expresaba lo insignificante de las diferencias y lo valioso de la unidad. En un muro, una pequeña cocina integral equipada con lo más básico, lucía igual de demacrada que resto del cuarto; era visible, aunque intentaran esconder el paso del tiempo con pinturas coloridas. No había refrigerador, tampoco televisión, ni siquiera focos. Era como si el accidente lo hubiera transportado a una era más rudimentaria, más simple; una en la que todo lo que conocía había desaparecido.
    Un ruido de voces infantiles llegó hasta sus oídos, proveniente del exterior; no eran alaridos de terror, ni angustia, gritos a los que estaba acostumbrado; por el contrario, eran risas, felicidad y alegría.
    En exterior, el sol brillaba sobre un patio terroso; vigilando desde lo alto a los pequeños risueños que jugaban contentos al aire libre, persiguiendo gallinas.
    —¿Todos son tuyos? —inquirió, sorprendido de ver a catorce niños de edades, conviviendo juntos.
    —No, son huérfanos en su mayoría; no tienen nadie que se preocupen por ellos.
    —¿Qué es éste lugar? —cuestionó Nikolay.
    Melissa explicó lo más claro posible.
    El Distrito Negro era un pequeño asentamiento oculto entre la selva virgen de Macán, próxima a la costa del golfo.
    Hace muchos años, casi setenta, la fiebre del sthorium asoló la UAN, siendo ésta la primera potencia en inventarlo; habían creado un material más ligero, más maleable y más resistente que el acero, capaz de utilizarse en el desarrollo y creación de armas, e infraestructura en general. Era el material que revolucionaría el mundo a finales del 2080.
    Durante la primera mitad del nuevo siglo, numerosas industrias mineras, todas bajo el régimen gubernamental, se dieron a la tarea de recorrer el vasto territorio de la UAN en busca de la principal materia prima para la elaboración de tan codiciado metal: el niquel.
    Minera Ajax S.A. fue la principal proveedora de niquel durante los 10 años siguientes, y en el afán de expandir sus riquezas y poderío, envió al ingeniero geólogo Guil Wo a recorrer las regiones del golfo, territorios "vírgenes" que por "estar bajo el control" de los Saigos, no formaban parte de los objetivos de las mineras rivales.
    Resumiéndo los por menores que el geólogo tuvo que enfrentar durante seis meses, Guil Wo encontró una muestra viable en una región cercana al golfo; en la selva alta en el estado de Macán.
    Entonces se planeó crear una ciudad pequeña, bajo jurisdicción de la UAN, para que fuera el hogar de los trabajadores que laboraran en la futura mina de niquel; trabajando a turnos de 16 horas, las ganancias para Ajax S.A. serían enormes; o eso pensó su dirección.
    Sin embargo hubo algo con lo que no contaron, y es que las condiciones climáticas no permitieron la instalación de generadores eléctricos, el difícil acceso de la zona imposibilitó la ágil construcción de las viviendas y sumado a las pocas cantidades de niquel extraído en los dos primeros meses, la directora de la minera Ajax, Azuela Campal, desechó el proyecto, abandonando las estructuras ya construidas hasta esa entonces y asumiendo un costo de 4,000,000 de dólares con tal de evitar la bancarrota.
   Durante años la cuidad estuvo abandonada hasta que una caravana de migrantes, provenientes de Huaijaya, uno de los estados de la Alianza del Caribe, se encontraron con la obra negra, y decidieron asentarse ahí.
    A través de los cincuenta años posteriores, los colonos fueron adaptando el lugar a sus necesidades, lo mejor que pudieron, creando una economía interna, una sociedad y costumbres muy ajenas a la UAN. El color que adquirieron los castillos, columnas y los pocos edificios edificados era negro a causa de la humedad, motivo por el que bautizaron el asentamiento como Distrito Negro.
    Claro que Melissa sólo conocía ésta última parte, herencia de las generaciones mayores que, al no contar con medicamentos necesarios, ya no estaban más que en los recuerdos de sus familiares. Y aunque dudaba mucho de la autenticidad de la historia, no sería la primera mentira histórica que se gritaba a los cuatro vientos. En cada lugar del mundo había una historia sobre pobres infortunados que en busca de justicia y oportunidades, abandonan una tierra de tiranía y corrupción; y sientan raíces en un lugar forastero, con la eterna promesa de una libertad y porvenir que jamás llega a realizarse.
    Pero no eran mentiras vacías, creadas para burlarse de la estupidez humana, sino para despertar los mejores sentimientos de la gente, uniéndolos en una sola historia compartida, con el fin de lograr el sueño más puro de los hombres: la paz.
    Dicen que el fin justifica los medios, Melissa no lo creía por completo; así como tampoco creía que todas las mentiras fueran malas, ni todas las verdades buenas. La verdad y la mentira tenían la misma fuerza para causar mucha alegría o hacer un daño terrible; extremos de la misma cuerda de la que se sostenía la vida.
    En fin, la chica se limitó a ubicar al recién llegado; guardándose sus opiniones.
    —¡Qué hacen, traviesos! —preguntó la muchacha, con entusiasmo al pequeño contingente de críos.
    Uno de ellos, de diez a doce años, vestido con un gorro café y pantalón gastado de tirantes, una prenda tan vieja que Nikolay nunca había visto en su vida, se aproximó corriendo.
    —Perseguimos una gallina, pero no se deja atrapar; piensa que nos la vamos a comer —dijo el pequeño, mirando a Nikolay.
    —No me extraña, tú eres feroz cuando comes; si yo fuera gallina también te tendría miedo —bromeó Melissa, pellizcando con suavidad la mejilla del pequeño.
    —¡Dejame, no soy un bebé! —reclamó el niño, apartándose—. ¿Es cierto que eres militar como tú amigo? —preguntó a Nikolay.
    —Pues sí, lo era; pero lo dejé —. Nikolay no sabía nada del pueblo dónde estaba, mucho menos si podía confiar en las personas del rededor; antes de hablar más de la cuenta, tendría que ponerse de acuerdo con Gabriel.
    No debía de olvidar que eran prófugos, buscados por atacar una embajada e iniciar un motín en un centro de reclusión; por decir lo menos.
    —No parecen gran cosa, son muy flacos; un golpe y estarían acabados —alegó el niño.
    —Mira... ¿Cómo te llamas? —preguntó Nikolay.
    —Me dicen Luke, en la lengua anglosajona significa "suerte"; y yo quiero formar parte de la resistencia cuando crezca —respondió el niño con orgullo ostensible.
    —¿Resistencia? Luke, no necesitas ser un mastodonte para tener fuerza —dijo Nikolay, poniendo una rodilla en tierra; mirando al pequeño—. Para ser militar necesitas músculos fuertes para pelear, pero también para correr; pues cuando sientes los disparos rozarte la cabeza, debes ser más rápido para evitar que uno te alcance.
    »Porque déjame decirte, una bala es un dolor terrible. La sientes entrar en tu piel, abrirse paso entre tus músculos al tiempo que los quema; si tienes suerte saldrá por si sola, en caso contrario el pequeño metal seguirá ardiendo, cocinando la carne que le rodea mientras, sigues corriendo para salvar tu vida.
    »Si planeas ser un hombre de armas, deja de comer y persigue esa gallina; quizás eso te mantenga vivo —declaró Nikolay, lo más serio y amenazante que pudo ser.
    Luke asintió y, más pálido que cuando llegó, se alejó corriendo junto con sus compañeros.
    —¿Porqué lo asustaste así? —reprochó Melissa.
    —No lo asusté, sencillamente le dije la verdad; y omití la peor parte. Así sabrá que esperarse, y no se hará una idea errónea.
    Bien sabía Nikolay de qué hablaba.
    De pequeño las oficinas de reclutamiento fomentan lo digno y noble de servir a tu patria y a tu país, pero esconden el lado oscuro de eso; aquel donde no sólo tienes que quitar vidas, matar personas que no conoces y nada te han hecho, gente que lucha porque, aunque no lo parezca, creé en lo mismo que tú; cada quien tiene una patria, un país, un ideal que defender. Sino que además, el lado oscuro donde ves morir a tus compañeros, amigos y familiares de formas horribles, sin poder evitarlo; todo a costa de una guerra sin sentido, donde muy poco se gana y casi todo se pierde.
    Él había sido testigo indiscutible de ello, y no permitiría que ningún niño eligiera aquel camino sangriento teniendo una idea equivocada en la mente; si después de conocer la realidad continuaban tercos, ¡qué remedio!
    —Nunca has tratado con niños ¿cierto?
    —Era militar, no niñera. No sé con precisión qué quieres que haga con ellos, salvo evitar que se rompan un hueso —declaró Nikolay.
    —Pues sólo vigila que no se metan en problemas y no los asustes más; yo aprovecharé para lavar la ropa.
    »¿De acuerdo? —preguntó Melissa.
    Nikolay asintió, eso sí podía hacerlo. La chica volvió al edificio, o el orfanato con base en sus funciones; no obstante, el joven la detuvo.
    —Espera, yo traía algo en mi oreja, un smarthear, un auricular inalámbrico; ¿me lo puedes dar?
    —Claro, lo escondí porque con los niños curiosos hay que esconder todo; no hubieran resistido jugar con esos juguetes modernos —respondió ella, alejándose trotando.
    El castaño la vio irse y volver en un santiamén; en tanto los niños iban por su segunda vuelta al patio. La pobre gallina movía sus pies con rapidez, agitando sus alas, queriendo volar; sin embargo no hacia el menor intento por esconderse en los múltiples y pequeños rincones en todo el patio donde podría ocultarse un animal tan pequeño como ese. Quizás le gustaba ser el centro de atención.
    »Aquí tienes.
    —Gracias —contestó Nikolay.
    Esperó a que la castaña se marchara para encender el auricular.
    —Me da gusto saludarte Nikolay —saludó la voz de Épsilon. Fue un alivio escuchar la única voz en la que confiaba.
    —Ubica localización; Distrito Negro como referencia —ordenó.
    —Lo siento Nikolay, no cuento con acceso a ninguna señal roaming ni Tbs. Supongo que es una región sin conexión...
    —Ya lo sospechaba, pero tenía que intentarlo —interrumpió Nikolay.
    —No obstante puedo confirmar la distancia entre Hautclimb hasta aquí; son 176 kilómetros —respondió la IA.
    —Eso es imposible, estamos relativamente cerca; ¿cómo no han dado con nosotros aún? —preguntó Nikolay.
    —Según el mapa general de Macán, el único asentamiento registrado, una pequeña ciudad llamada Noma: Latitud Norte 45°64. Longitud oeste 17°43.
    »El resto son selvas tropicales; Hautclimb tampoco está registrado.
    —Así que era una cárcel secreta; de forma extraoficial había escuchado de muchas, pero ninguna en Macán.
    »Estado de batería —pidió saber.
    —50%, tiempo de descarga en ocho horas aproximadamente —respondió Épsilon.
    —¿Con quién hablas? —preguntó Luke, mirándolo con curiosidad.
    —¿Porqué no estás persiguiendo gallinas?
    —Me cansé y te ví hablar solo; pensé que te habías vuelto loco.
    »¿Con quien hablas? —repitió Luke.
    —No lo entenderías, cosas de grandes. Ve a jugar con la gallina, o excava en la tierra; ¿qué se yo?
    —¿Con quién hablas? —volvió a preguntar el niño, mirándolo como si la última contestación no hubiera existido.
    —Con un asistente informático personal, una inteligencia artificial muy sofisticada llamada Épsilon; capaz de hackear cualquier red Tbs en segundos —contestó Nikolay.
    —No entendí, ¿qué es un asistente informático personal? —preguntó Luke.

JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora