XXVIII. CUANDO SE RECIBE A UN HÉROE.

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    —¡LUKE, deja en paz a ese pobre gato! —gritó Melissa, intentando resistir su risa.
    —¡No, él me mordió; ahora yo lo morderé! —respondió el pequeño, que estaba trepado sobre un árbol; persiguiendo un gato negro que hacía unos momentos atacaba a las gallinas del refugio.
    Cuando vio la escena, Luke se abalanzó sobre el gato y se llevó tremenda mordida; motivo por el que persiguió al felino hasta el tronco de un árbol.
    Allí, el gato negro usó sus garras y, con agilidad, saltó de rama en rama, huyendo del niño castaño que lo perseguía con ímpetu; tomando cuatro ramas de ventaja.
    —¡Baja de ahí o te lastimarás! —gritó Annie, aferrada a la mano de Melissa; temerosa por la seguridad de niño.
    —¡Tú tienes la culpa, le abriste la puerta del corral! —reclamó Luke, abrazado a la rama del árbol.
    —Es que vi al gatito sentado, cuidando a las gallinas; pensé que quería jugar con ellas —se justificó la niña.
    —No te preocupes, no fue tu culpa; no sabías que los gatos comen aves. Por suerte nada les pasó a las gallinas —respondió Daniel, revolviendo el cabello de la rubia.
    Ésta sonrió, y se soltó de Melissa para abrazar la pierna del joven rubio.
    El gato siguió subiendo hasta detenerse, entonces empezó a maullar. Luke se detuvo también y lo observó, para luego mirar hacia abajo. Al menos cuatro metros los separaban del suelo, y de la seguridad de sus tutores.
    —¡Creo que el gato se atoró! —gritó el niño.
    —¡Bien, ayúdalo a bajar y baja tú! —respondió Daniel.
    —¡No puedo, también estoy atorado! —. Luke sintió vértigo, y por instinto se abrazó a la rama en la que estaba sentado a horcajadas.
    —¡No temas, voy para allá! —anunció Daniel, al tiempo que se quitaba los zapatos,
    Aunque hacía tiempo que no trepaba por un árbol, sentía recordarlo como su fuera ayer; dicen que lo que bien se aprende nunca se olvida. Claro que era más grande ahora, e ignoraba si las ramas del árbol soportarían su peso; confiaba en que sí.
    El joven se sujetó a la primera rama y trepó ella, con la agilidad de un perezoso, después la segunda y así sucesivamente.
    Desde abajo, Melissa veía con miedo como el rubio ascendía por los brazos del árbol. Aunque cada vez lo hacía mejor, temía que una de las ramas cedieran ante el peso; e hicieran caer a Daniel y Luke.
    Pronto, Luke se fue acercando. Daniel encontró ritmo en su escalada, sintiéndose seguro de cada uno de sus movimientos; volviéndose un verdadero simio, igual que sus días de juventud.
    —Ya estoy aquí —anunció Daniel, sonriendo—. Ven Luke, hay que bajar.
    —No olvides al gatito, tampoco puede bajar —declaró el niño, señalando al felino.
    Daniel puso los ojos en blanco, y se dirigió hacia el gato, que maullaba con desespero; asustado. No le parecía una buena idea acercarse a un gato salvaje, pero tampoco quería decepcionar a Luke; darle un mensaje de desprecio e indiferencia ante otras formas de vida.
    —Ven gatito, gatito —lo llamó, mientras estiraba su brazo para alcanzarlo.
    Temeroso, el felino se acercó a olisquear los dedos del joven; entonces éste lo sujetó del pellejo y lo acercó hacía él.
    Primero bufó y chilló, repartiendo arañazos al por mayor; mas cuando se sintió seguro, abrazado contra el pecho de Daniel, el gato se amansó.
    Con el animalito a salvo, Daniel le pidió a Luke sujetarse del cuello, igual que si fuera una mochila.
    El niño obedeció; como pudo pasó su cuerpo al rededor de Daniel y se abrazó al cuello y la cintura del joven.
    La bajada fue difícil, Daniel sólo contaba con una mano para descender; de modo que tuvo que utilizar sus piernas para crear un soporte.
    Cuando llegó a tierra, tenía astillas y restos de corteza enterradas en la palma de su mano derecha y ambas piernas; pero el lado bueno es que tanto Luke, como el gato estaban bien.
    Annie corrió a abrazar al ser peludo; por algún motivo el gato no se resistió a la idea. Cual si fueran amigos de toda la vida, el minino se dejó agarrar; ronroneando.
    —¿Estás bien? —preguntó Melissa, aproximándose a Daniel; mirando los largos arañazos que tenía en el brazo izquierdo.
    —Sí, no pasa nada —respondió éste, dedicándole una sonrisa.
    —Luke ¿cómo se dice? —. Se dirigió ella al pequeño, que se ocultaba bajo su gorro café.
    —Gracias por ayudarme a bajar —dijo el niño, apenado.
    —No hay problema, pero la próxima vez práctica como trepar con ramas más cercanas al suelo. ¿De acuerdo?
    Luke esbozó una sonrisa y asintió más animado.
    »Será mejor volver pronto, no sé si Gabriel pueda hacerse cargo de los niños por mucho tiempo más.
    —Tienes razón, vamos para que te cure esas heridas —declaró Melissa, dedicándole una sonrisa cálida; que le hizo latir el corazón.
    —Es muy mono, ¿nos lo podemos quedar? —preguntó Annie, acariciando al gato.
    —No sé Annie, ¿qué comerá? Nuestro recursos son limitados —respondió Melissa.
    A ella no le gustaba negarle nada a los niños, sentía una profunda decepción de sí misma al no poder hacer que aquellos huérfanos sonrieran todo el tiempo; como si su presencia no sirviera de nada para amenizar, aunque fuera un poco, sus tristes vidas.
    —Deja que se lo quede, es un gatito callejero; seguramente sabe cazar su comida —intervino Daniel.
    »Sólo recuerden no abrirle el corral de las gallinas o se las comerá.

JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora