—¿QUÉ es el suero de la alegría? —preguntó Nikolay, que aunque sabía que la comida tenía una especie de químico, no podía dejar de comer.
—Es una sustancia química sintéticamente creada para estimular endorfinas en el cerebro y provocar la sensación de calma y bien estar —contestó Domínguez.
—¿Por eso sabe tan bien? —preguntó Carlton.
—No, el sabor es obra pura y exclusivamente de Miriam, es una cocinera exelente —dijo el viejo, señalando a la muchacha de la barra.
»Verás Nikolay, aquí en Dometech nos dedicamos día a día, a crear el bienestar de los hombres; somos los primeros en dar el paso hacia el futuro. Los tiempos de cambio empiezan con nosotros.
—No entiendo —contestó Nikolay, atacando las verduras.
—¡No tienes que entender nada, tú estás aquí para asegurar el cargamento y ya! —reclamó Alan Chagnut.
—El suero parece no afectarle, no se ve muy feliz; deberían devolverle su dinero —rió Nikolay.
—Resulta que sólo tú plato tiene ese suero —dijo Alan—. Yo lo pedí específicamente para mantenerte controlado.
Nikolay lo miró y empezó a reír, sabía que estaba mal, quería ponerse de pie y gritarle insultos al hombre del abrigo verde hasta quedarse afónico; pero no podía. No se sentía enojado, por el contrario no dejaba de reír.
—Perdón señor, pero con todo respeto es un maldito —se carcajeó Nikolay.
Los subordinados también rieron por la comicidad del castaño. De estar siempre serio, la risa de Nikolay era tan extraña, que resultaba contagiosa.
—Ves lo fácil que es la aceptación cuando se está feliz; no tomaste a mal la desconfianza de tu superior. Eso es lo que quiero, que la gente sea feliz, entre otras cosas.
»En Dometech desarrollamos compuestos que harán del mundo un lugar mejor. Contamos con los mejores químicos y biólogos de los tres territorios más grandes del mundo.
»Hemos hecho lo que hace falta para que la especie humana evolucione —declaró Domínguez.
»Si gustas, puedes acompañarme; te daré una visita guiada.
—Claro, suena loco e interesante; si mi superior lo permite, yo lo sigo doctor Frankenstein —dijo Nikolay, poniéndose de pie.
—No, eres de cuidado; como un perro salvaje, hay que tenerte con correa —contestó Chagnut.
—Vamos, Alan, Nikolay no sentirá el impulso de matar a alguien mientras, el suero JF-678 éste en su sistema.
»No siempre traes gente interesada en éstos temas, no me prives del gusto de alardear de mi labor.
—De acuerdo, pero iré con ustedes; no confío del todo en su suero, señor Domínguez.
Los Saigos se quedaron comiendo en tanto, los tres se retiraban. Bajaron de nuevo por las escaleras y giraron a la izquierda, entrando a un corredor de cristal.—Como te decía, muchacho, aquí creemos que la sociedad ha fallado mucho; aunque con el tiempo logramos salvar al planeta, el mundo sigue echándose a perder.
»La causa de ello es... ¿Has leído la biblia? —preguntó Domínguez. Nikolay negó con la cabeza—. Bien, el Génesis cuenta que Dios, en su infinita sabiduría, prohibió a Adán y a Eva comer el fruto del árbol de la sabiduría, ellos lo desafían y él los hecha del paraíso. Yo, al igual que muchos, pensaba que era porque Dios nos quería ignorantes, ignorantes para tener sumisión y devoción a todos y cada uno de sus designios.
»Pero con el tiempo comprendí mi error. Dios no nos quería idiotas, de lo contrario hubiera extinguido la sabiduría del mundo; no, él mismo nos daría el fruto una vez que estuviéramos listos para comerlo. No le enseñas a correr a un niño que no sabe gatear.
»¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí, que la inteligencia sin límites puede ser más destructiva que mil bombas; de hecho la invención de las bombas es un ejemplo en sí.
»Ya había escuchado algo similar —contestó Nikolay, recordando a Malcom Layne.
—¡Eso es muchacho! La sociedad moderna se construyó ignorando éste precepto. Piensa en el homo-erectus, que no entendía la naturaleza cuando ya había creado las primeras armas de la historia, volviéndose en homo-abilis; y aún sin conocer el potencial de su tecnología, quiso evolucionar. Cuando apareció el homo-sapiens, estructuró un nicho social todavía sin saber nada de lo que lo convirtió en eso.
»Así éramos, y así seguimos siendo; simples personas que ya piensan en qué más descubrir, sin entender lo que actualmente les rodeaba —dijó Domínguez, que seguía caminando por el corredor.
»Egoísmo es la clave de los males.
—¿Qué clase de egoísmo?, de los ricos que no quieren dar a los pobres, de los listos que no enseñan a los estúpidos, o de los que sienten enviada de la habilidad de un cadete y lo drogan para hacerlo menos —inquirió Nikolay, mirando a Alan; sonriente.
—No es envidia, soy el primero en reconocer tu entrenamiento; por eso mismo tengo que controlarte —respondió Chagnut.
—Egoísmo no es pensar en tí, sino no pensar en los demás —dijo el viejo.
—¿Entonces qué hace aquí, las vacunas contra el fitrovirus? —preguntó Nikolay.
Mauricio Domínguez era un hombre de 76 años, hijo único de una familia acaudalada en Miraché, la capital más importante de La Alianza del Caribe, estado constituido por los países de Sudamérica.
Desde pequeño se hizo a la idea que tendría que dirigir un gran consorcio de empresas, y creció preparándose para ello. Estudió en los mejores colegios privados hasta graduarse de la carrera de administración. Aunque siempre mostró un interés inexplicable por la biotecnología.
La influencia de su padre le permitió volverse vicepresidente de Chemist's Drugs, compañía farmacéutica familiar, la única en América del sur.
La primera década la sobrellevó con eficiencia, sin embargo, cuando el congreso unitario declaró reformas a la industria farmacéutica, bajo el mandato de Alma Puchero, presidenta de la Alianza, Mauricio se enfrentó a una crisis que terminó con una tercera parte de su fortuna.
La Alianza había aprobado un sin fin de problemas que difícilmente tendrían una solución diferente a la bancarrota. Obstáculos financieros y trámites interminables de patentes que detuvieron el avance de la industria. La crisis por desabasto comenzó, azotando primero a las regiones más pobres hasta llegar a las ciudades desarrolladas, Miraché incluída.
Mauricio pudo soportar toda la presión, pero su padre no. Su estado de salud empeoró hasta que un incidente le arrebató la vida. Durante una manifestación en el marco del día mundial del derecho a la salud, un grupo de encapuchados se arremetió contra la camioneta en la que viajaba su padre y la volcaron para prenderle fuego. Mientras el vehículo ardía el chofer logró salir justo a tiempo, pero el viejo no; había muerto a causa de un infarto.
—No muchacho, hace años me di cuenta de que eso es fomentar el egoísmo —concluyó Domínguez, ajustándose sus lentes.
»Yo tuve una farmacéutica que estaba a punto de crear una cura al Mal de Spalnia, un beneficio muy importante para la humanidad; sin embargo el egoísmo impidió el avance.
»Todos pensaron en ellos mismos, y eso no es correcto. Los políticos sólo vieron de que forma podían ganar más dinero y cubrir los déficit del presupuesto, y los enfermos exigieron que la vacuna fuera gratuita, porqué era "su derecho". En cambio nadie pensó en los ingenieros bioquímicos que trabajaron en turnos de dieciocho horas diarias, que perdieron tiempo valioso encerrados en ese laboratorio; y tampoco en mí, que sin mí dinero, esos empleados no hubieran trabajado y logrado lo imposible. No, sólo pensaron en ellos.
—¿Y qué hace aquí, una vacuna contra el egoísmo? Sigo sin entender porqué estamos aquí —preguntó Nikolay, aunque contento, empezaba a cansarse del balbuceo del viejo.
—No es difícil, éste es mi cuartel, dónde me preparo para la última fase. El mundo está cambiando y el final se acerca.
»La tecnología ha llegado al máximo, se ha creado tanto en las últimas décadas, cruzando la frontera de la vida; que no hay nada nuevo que descubrir. Ahora el humano explora la naturaleza y la biología, creando animales, plantas e incluso humanos, intentando igualar a Dios. Y cuando eso ocurra, porqué por desgracia ocurrirá, entonces vendrá una transición social sin precedentes; una violenta y dolorosa transición.
»Si logramos aprender, el cambio será positivo; no obstante de continuar por la misma senda, sólo habrá calamidades y destrucción.
—Me sorprende señor, habla como político, científico, militar y predicador; ¿cuántas personalidades tiene? —cuestionó Nikolay, sin compartir la paranoia del viejo.
—Recuerda mis palabras: cuando la ciencias experimentales lleguen a un callejón sin salida, el conocimiento se habrá desbordado y con él la humanidad.
A su paso por el corredor, pudieron observar científicos mirando a través de microscopios, otros en ordenadores y de más, recorriendo las largas salas; siempre vestidos con sus batas blancas y visores de protección. Nikolay no estaba familiarizado con los aceleradores de moléculas ni decodificadores de ADN; era completamente ajeno a la biotecnología. No podía opinar nada, pues no conocía ni los tecnicismos básicos de la materia.
—¿Cuál es su relación con los Saigos? Ellos ayudan los pobres y según usted eso es malo ¿Dos ideologías diferentes pueden coexistir? —inquirió el castaño.
—Aquí, en Dometech, creamos compuestos que pueden ayudar a las personas. No vacunas, porqué piensan que la salud es un derecho y los gobiernos meten la mano para obligar a las compañías a reducir precios; sin ver que éstos hombres y mujeres hacen lo más cercano a un milagro en la tierra —comentó Domínguez, señalando a desempleados.
Entonces entraron en una de las tantas habitaciones, ahí una mujer trabajaba con dos jaulas de ratones; éstas eran de plástico, con pequeños orificios en la parte superior y cilindros de gas a los costados.
—Buen día, señor Domínguez —lo saludó. Ella era asiática, de cabello ondulado sujeto en una coleta; treinta años, quizás un poco menos.
—Hola Hana, ¿cómo vamos con el suero? ¿Crees que podrías darle una demostración a mis amigos? —preguntó Mauricio.
—Verán caballeros, hace ocho meses trabajamos en ésto —dijo Hana, girándose en su silla—. Contrario a lo que se creen, las enfermedades no matan a las personas, sino las reacciones que estás tienen en el cuerpo.
»Ahora, ¿qué ocurriría si pudiéramos anular esos efectos? Miren a la jaula número uno, por favor.
Alan y Nikolay miraron al ratón blanco dentro de la jaula señalada, limpiándose los bigotes, con movimientos tan graciosos que causaban ternura. Hana tecleó Enter y se escuchó un sonido hermético.
De inmediato una densa niebla de gas cubrió la jaula. El pequeño roedor olfateó el aire y comenzó a chillar, y a recorrer el reducido espacio para intentar escapar. Sus pequeñas garritas se quedaban marcadas en el plástico, intentado en medio de su desesperación romper su cárcel y ponerse a salvo. Casi un minuto después, el ratón dejó de moverse.
»El sujeto A fue expuesto a una concentración gaseosa de las toxinas secretada por la Melia azedarach; los alcaloides tóxicos queman las mucosas y los ojos, hasta entrar por el esófago y la laringe, quemando los pulmones y ocasionando la muerte.
»Pero ahora miren la segunda jaula.
Tecleando los comandos, Hana hizo que los cilindros libreran el mismo gas venenoso; sin embargo el ratón no lo advirtió. Como si nada el ratón camino tranquilo por la jaula, olisqueando cada rincón en busca de algo que comer.
—¿Cómo logró eso? —cuestionó Nikolay, que por informes de la ODM sabía la alta toxicidad de la planta.
—El sujeto B fue previamente expuesto a nuestro suero SF-654, qué tiene como principal propósito fortalecer el pH de las secreciones naturales, y proteger al huésped contra cualquier reacción ácida.
»Hemos probado con ácidos químicos, como NaCl y el resultado es favorable.
—Sería una protección útil para cualquiera que tenga contacto con sustancias corrosivas —concordó Nikolay.
—Y eso es sólo una de las cosas con las que trabajamos aquí —intervino Domínguez, emocionado—. Hana, ¿tienes el catálogo actualizado?
—Sí señor, aquí está —respondió la mujer, levantándose de su asiento y tomando un folder que hizo llegar a Nikolay.
Al abrirlo Nikolay leyó:
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JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.
Bilim KurguNikolay es un chico que ha pasado toda la vida siguiendo los pasos de su hermano mayor, incluso después de que éste fuera asesinado en un atentado orquestado por un grupo de insurgentes rebeldes. Como militar ha jurado proteger la paz y el biene...