VI. FINAL DE АУКСИЛИО.

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    EL CORREDOR era gris, muy diferente a lo que dejaba ver las plantas superiores, desgastados y abandonados; solitarios y silenciosos.
    Nikolay avanzó sin mencionar nada. Aún estaba incrédulo, se rehusaba a aceptar que Katrina se había ido. «No puede estar muerta, ésto es una simulación. ¡Eso es! Nada de lo que me rodea es real, son homo-droides programados para sentir, es una prueba.
    La verdadera Katrina ésta viva, quizás en otra simulación», pensaba; al punto de casi creerlo.
    —Señor, ¿está bien? —cuestionó Cactácea, notando lo extraño de su mirada.
    —Sí, no pasó nada —respondió Nikolay, frío y distante.
    —Le recuerdo que ya murieron tres compañeros, no se atreva a decir que no pasó nada —reclamó Chatte, ofendida por la indiferencia de su superior ante las pérdidas.
    —Sólo eran homo-droides, como ustedes seguramente lo son.
    »Sé que no puedo decírselos, va contra las reglas, sin embargo incluir matar a "Katrina" en la secuencia fue un golpe bajo.
    —¿Ella era algo más de usted? —inquirió Cactácea, buscando aminorar el dolor del castaño.
    —No, es sólo una compañera; ya la veré cuando termine la simulación —respondió Nikolay.
    Chatte, cansada de la locura del líder, lo empujó contra la pared. La fuerza de la chica lo sorprendió por completo; no la esperaba provenir de una mujer.
    —¡Basta de mierdas, Nikolay. No es una simulación y tú lo sabes! ¡KATRINA ESTÁ MUERTA!
    »¡Repítelo!
    Nikolay rompió a llorar. Jamás había tenido conflicto con aceptar la realidad antes; por más duro que fuera el porvenir, había logrado sobreponerse, pero ahora le era imposible. Cuando la esperanza se rompe causa un dolor indescriptible, no sólo mata el presente sino el futuro.
    Nada hace más daño que las cosas que ya no se pueden cambiar; no hay dolor tan grande como el de la resignación.
    —¡YA LO SÉ! ¡¿CREES QUÉ NO SÉ QUE KATRINA MURIÓ?! ¡Qué Diego y Abiud también murieron por mí culpa, por mi ineptitud e incapacidad de comandar un equipo!
     Nikolay colapsó. Del decidido cadete que abandonó el campo militar Mariano Escobedo en la mañana ni las cenizas quedaron. Bastaron unos minutos fuera, en un conflicto real, para quebrar su espíritu y reducirlo a despojos de un niño asustado.
    Se dejó caer en el suelo y abrazó sus rodillas, sin dejar de llorar.
    »No debí tomar el mando, cualquiera hubiera sido más efectivo que yo. Por mi culpa todos morirán.
    —Señor, no es hora de echarse para atrás; aún hay quienes cuentan con nosotros. No los podemos defraudar —dijo Cactácea, un poco asustado. El muchacho comprendía que sin Nikolay, no tendrían oportunidad de hackear la Tbs; y mucho menos de salir con vida.
    En cambio, el castaño no sabía cómo superar la pérdida. ¿Cuándo se está preparado para soltar lo que uno quiere? Era irónico, y nada gracioso, cuánto tardaban en nacer las nuevas ilusiones, un segundo les es suficiente para salir del pensamiento y entrar en el corazón; no obstante, un segundo les basta también para romperse y morir.
    —Vámonos Cactácea, no es más que un cobarde bebé; llora por que perdió a su novia, a su hermanito y a su mami —dijo Chatte, con indiferencia.
    —¡Cierra tu boca! —se levantó Nikolay, molesto.
    No le importaba que lo insultaran; qué era un cobarde, pues sí lo era. Mas no soportaba que denigraran a las personas importantes para él, y aún más cuando éstas ya no estaban.
    »No sabés lo que se siente perder a alguien ¡NO LO SABE NINGUNO DE LOS DOS!
    »Ver morir a quienes amas, en conflictos que ni siquiera son tuyos; la inutilidad de saber usar un arma y aún así no lograr cambiar nada.
    »¡Ustedes no lo saben!
    —Cierto Nikolay, afortunadamente no hemos pasado por eso. Así que ninguno de nosotros puede sopesar las consecuencias que conllevan más muertes.
    »De tí depende que no hayan más decesos; eres el único que puede entrar en el sistema Tbs —declaró Chatte, más comprensiva. Entendió que no se podía ser indiferente al dolor ajeno y pedir a otros que no lo fueran.
    —Señor, haga el favor de controlarse. Lo necesitamos —dijo Cactácea, quien no quería morir debajo de la embajada, en aquel corredor oscuro; sino hasta dentro de muchos años, rodeado de hijos luego de una larga vida.
    O eso pensó Nikolay al ver la mirada suplicante del muchacho.
    —Tienen razón, andando. Tenemos diez minutos.
    El castaño secó sus lágrimas y continuó recorriendo el pasillo de servicio.
    Con cada paso que daba, más comprendía a Derman, y su práctica forma de ver la vida. Él no temía arriesgar a su gente, comprendía que su deber era el de un guardián, proteger a su equipo y a los civiles; no obstante podía cambiar, sin titubear, la vida de unos por la de los otros, incluso la propia.
    —¿Cómo supiste que ésto pasaría? —inquirió la mujer del grupo.
    —Supe que algo andaba mal por la nota que Kush dió a Gabriel en el comedor —respondió Nikolay, tomando el papel que guardó en el bolsillo de su camisa.
    Estaba arrugado y manchado de sangre, sin embargo la palabra Ауксилио, se leía claro como el agua.
     —¿Qué dice? No hablo Drosschkin —respondió la muchacha.
    —Tampoco yo —convino Nikolay.
    Por fin llegaron a una gran puerta doble, fortificada; con un panel de acceso, clase 3. Tardaría más de dos minutos, pero estaba seguro que podría abrirlo.
    —Si no hablas Drosschkin, ¿cómo entendiste ésto? —inquirió Cactácea.
    —El líder de mi escuadrón nos exigió aprender Drosschkin, yo sólo pude retener el alfabeto cirílico —explicó, mientras abría un pequeño panel para desactivar el sistema de la puerta.
    »Lo que esa nota dice, si se lee literal, es: Auxilio.
    »Kush sabía que su vida peligraba, aun en la embajada. Tardamos mucho en hacer algo.
    La pantalla del panel se oscureció, posteriormente se encendió de azul. Era momento de actuar.
    Nikolay se puso de pie y tecleó los códigos que sólo el conocía. Su padre le había enseñado que cada panel de acceso pertenecía a una clase en particular, para no confundirlo las llamó 3, 3D, 3F, 5, 5H y 7K. El número indicaba el número de claves disponibles y la letra la cantidad de posibles combinaciones.
    Cada clave se componía de dieciséis dígitos en pares inalterables. El panel frente a sus ojos era 3, sin letra, lo que significa que había tres posibles claves sin alterar; con una terminal portátil lo haría en un minuto, sin embargo el tiempo se multiplicaba por diez de forma manual.
    Para quienes se preguntan ¿porqué Nikolay no intentó hackear el panel de la habitación de pánico, y evitar la muerte de Diego y Katrina? La respuesta es simple, el panel de acceso era un 5H; significaba que había 5 claves con 8 combinaciones cada una, ósea 40 posibles contraseñas. Aun con una terminal portátil tardaría una hora, y dado que el tiempo se multiplica por diez...
    Ninguno de sus subalternos habló, mientras el líder continuaba con su meticulosa y precisa labor; cualquier distracción lo haría iniciar desde cero, retrasando su misión.
    Por un instante, Nikolay olvidó el dolor que sentía. El ver números, códigos y de más comandos en una pantalla azul, le distrajo por ocho gloriosos minutos; hasta que ésta cambió a un verde brillante y el mecanismo abrió la puerta.
    Feder se quedó cortó al decir que la parte baja de la embajada era la zona de vigilancia. En realidad era una fortaleza, con armas, monitores de seguridad, botiquines de primeros auxilios y una enorme consola Tbs 8.
    —Creo que estamos más seguros aquí que allá arriba. Mirá ese arsenal —declaró Chatte, lanzando su obsoleto rifle y tomando un "martillo neumático"; una arma larga de gran cadencia, pesada y potente.
    —Sí, podemos llevar estas armas a nuestros compañeros y matar a cada uno de esos malditos.
    »¿Qué dices Nikolay? —preguntó Cactácea, en tanto el líder hackeaba la terminal.
    —No serviría de nada, no lograremos llegar; nos superan en número —declaró Nikolay, tecleando los últimos toques.
    Cuando al fin se hizo con el control de la terminal, no dudó en desactivar el protocolo de seguridad del despacho, eso abriría la habitación de pánico sin afectar el resto de los cerrojos del edificio.
    Luego se dirigió a los monitores. Vigilante, miró que los saigos todavía no entraban al despacho, sin embargo la mitad de ellos los esperaban afuera del ascensor; volver por esa ruta era un suicidio.
    Más saigos cubrían el perímetro de los jardines, el atrio y la planta superior; eran cerca de cuarenta.
    Activó el interfón para comunicarse con el resto de su grupo y trazar un plan de acción.
     —Aquí Nikolay, desde el centro de vigilancia de la embajada. Reporten situación. Cambio.
    ...
    »Habla Nikolay, reporten situación. Cambio.
    ...
    »¿Hay alguien ahí? Respondan, Cambio —repitió luego de un minuto de silencio.
    —Aquí Gabriel, las cosas se salieron de control. Jhonny, Alice y Kyle se insubordinaron, se marcharon casi inmediato después de ustedes. Cambio —respondió Gabriel, resoplando; tal vez por gritar y discutir, o pelear.
    —Pero ustedes ¿están bien? Cambio.
    —Sí, Nikolay. Somos tres y los seis diplomáticos. Cambio.
    —Resguarda a todos dentro de la habitación de pánico. Yo la cerraré desde acá.
     »Después Cactácea, Chatte y yo saldremos de la embajada e iremos por ayuda. Esperen y manténganse vivos; volveremos. Cambio.
    —Entendido. ¿Cómo van ustedes? Cambio.
    «¿Porqué diablos preguntó?», pensó Nikolay. Pronto la lluvia triste brotó de sus ojos, y poco faltó para que su voz se quebrara.
    —Perdimos a Diego y a Katrina. Cambio.
    —Lo lamento mucho, señor.
    »Y si de casualidad ve a esos traidores cobardes, déles un tiro por mí. Cambio.
    —Dejémoslo en un puñetazo. Cambio.
    Luego de que Gabriel confirmara que todos yacían dentro de la habitación, Nikolay selló la entrada e introdujo su contraseña personal. Un truco que su padre le enseñó y era el dígito 0000.
    Para un humano no sería difícil adivinar la contraseña; aunque tan lógica y simple era, que resultaba muy poco probable intentarlo. Por el contrario, ningún dispositivo de desbloqueo lograría dar con ella; al contar con ceros y ningún dígito, el sistema entraba en contradicción y reemplazaba los espacios blancos por números cuáles fueran.
    Eso los protegería hasta su regreso.
    —Entonces ¿abandonaremos el campo de batalla? —cuestionó Chatte.
    »¿Por qué no enfrentarlos? Ahora tenemos mejores armas que ellos; podremos llegar al despacho principal sin problemas.
    —¿Y luego qué? ¿Nos atrincheramos en una habitación por tiempo indefinido, a la espera de una ayuda que no vendrá? —repuso Nikolay, usando un tanto de sarcasmo.
    —¿Cómo sabes que nadie vendrá? —inquirió Cactácea.
    —Fácil, porqué nos mantienen vigilados —concluyó Nikolay.
    Sus compañeros intercambiaron miradas de incomprensión hasta que el castaño se explicó más claramente.
    »Diego murió a causa de una frecuencia emitida por un protocolo de seguridad, un error común en la red Tbs 6. Ésta es una 8, y no emite esas frecuencias a menos que alguien lo haga de forma intencional.
    »Algo o alguien vigila las comunicaciones que se emiten al exterior; por eso cualquier intento de pedir auxilio sería infructuoso.
    »Saldremos por una de las salidas de emergencia, saltaremos el muro y traeremos a la guardia nacional.
    —¡Sí, señor! —respondieron al unísono. Uno de ellos, Cactácea, le entregó un "martillo neumático"; era el arma favorita por excelencia de los cadetes, más dinámica que cualquier lanzacohetes.
    Nikolay agradeció el gesto, mas declinó; él consideraba que el martillo neumático era pesado y estorboso. Aunque si reemplazó su sub-rifle por una ametralladora ligera y una escopeta recortada; le encantaría ver volar los sesos de unos cuantos saigos, y ninguna conciencia ni remordimiento ridículo lo detendría ésta vez.
    Armados, salieron por la izquierda; había dos rutas de evacuación, una llevaba hasta el estacionamiento y la otra a un almacén al centro del jardín trasero. La primera estaba custodiada por obvias razones, la segunda no; era la mejor opción.
    Abandonaron el sótano, subieron la escalerilla tubular hasta aparecer en un simple armario de limpieza. No era extraño que los saigos no hubieran encontrado aún el cuarto de seguridad, estaba perfectamente oculto con camuflaje.
    Ya sabían que al asomar su cabeza al jardín, atraerían a los saigos como el queso a los ratones. Se decidió que Cactácea fuera al centro, era el más ágil y podía escalar sin ayuda; el resto lo cubriría.
    Ya acordado la primera parte del plan, salieron del cobertizo y cruzaron el jardín. Avanzaron dos metros antes de que los primeros disparos se oyeran perforar el aire.

JUEGOS DE GUERRA: REBELIÓN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora