Capítulo 1.

1.1K 44 0
                                    

¿He muerto? ¿O estoy atrapado en un horrible sueño?

No puedo hacer esto nunca más. Sólo déjenme morir. Estar vivo duele demasiado.

No comprendo qué será de mí, o qué será de nosotros, qué sucederá cuando despierte o cuando no lo haga, quizá la vida tenga varios planes para mí, o quizás he llegado hasta aquí, no lo sé.

Desde que mi madre falleció por cáncer al inicio de mi segundo año de preparatoria, las cosas son diferentes. A veces pienso que a papá no le afecta tanto como a mí, pues a pesar de todo, él estuvo toda una vida junto a ella. Yo no podré hacerlo, jamás, es muy injusto, solo me tocaron dieciséis años, de los cuales no recuerdo los primeros cuatro.

Me atrevo a confesar que mi intento de suicidio fue por eso, ella era mi persona favorita en la tierra, con ella podía llorar y acurrucarme, ella podía escucharme y besarme la frente cuando yo sentía que todo se tornaba difícil, mamá me consentía, me preguntaba siempre que llegaba de la preparatoria como había estado mí día, le conté mis sueños y le dije que ella era parte de ellos, y ahora que se fue, siento que nada de esto tiene sentido. Quisiera despertar un día y verla cepillar su cabello frente al gran espejo que hay en la sala antes de que los dos nos vayamos a cumplir nuestros deberes. Me encantaría que pasara por mí después de su trabajo para ir a comprar vinilos. Si pudiera volver al pasado me gustaría pasar un último día con ella, y despedirme como siempre quise; ambos en la sala de estar escuchando sus viejos discos tocando en la tornamesa.

¡Dios!, lo que daría por volver a verla. La extraño y me hace falta.

De pronto abro los ojos, estoy aquí de nuevo. Siento un poco de alivio, pero al mismo tiempo siento que no era necesario el que me salvaran, nadie hubiera notado que me fui.

–¿Ian? –pregunta una voz familiar a mi lado.

Es mi padre.

–¡Despertó! –grita de alegría–. ¡Ian despertó!

No me esperaba esto, estar en el hospital me enferma tanto. Creo que hubiera preferido no despertar jamás. El olor a cloro está haciendo que mi nariz gotee mucosidad que seguramente albergué todo el tiempo que estuve dormido, y la bata que traigo puesta está rozándome la entrepierna, necesito volver a casa, pero en parte no quiero, no podré soportar los tratos especiales y el cuestionamiento de mi familia. En este caso, mi padre

¿Por qué hice esto? Ya me estoy arrepintiendo, fue una pérdida de tiempo.

Me pregunto si ingerir doce pastillas de Sertralina y desmayarme por eso sea motivo para que me internen en algún hospital psiquiátrico, espero que no.

Abro los ojos por completo y veo a mi padre entrar a la habitación junto con una enfermera, que tiene cara de alivio.

Rápidamente observo a mí alrededor y comienzo a analizar todo, veo un arreglo de flores al fondo y amarrado a mi cama hay un globo color azul que me impide ver el reloj frente a mí. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

–Ian –dice la enfermera a un lado mío–. ¿Cómo te sientes?

–Bien –contesto.

Siento la garganta reseca, necesitaré veinte litros de agua después de este cuestionamiento.

–¿Por qué tomaste tantas pastillas? –pregunta mi padre inquieto.

Lo miro fijamente, está usando un pants Adidas y una gorra Nike, tiene más ojeras que antes, y noto como las venas de sus manos sobresalen por estar cerrando sus puños con tanta fuerza, está enojado.

–Estaba estresado, y quería dormir un poco, sólo eso. No pensé que terminaríamos aquí –hice una pausa–. ¿Es algo grave?

–Gracias a Dios, no –contesta la enfermera–. Te hicieron un lavado de estómago y estás como nuevo, estuviste toda la noche en observación, supongo que en unas horas te darán de alta. Sólo necesito que tu papá firme un par de documentos y podrás irte.

No despego la mirada de mi padre, está más calmado ahora, no puedo creer que creyera la enorme mentira que acaba de salir de mi boca. Creo que ya sé lo que sucederá en los próximos días, atenciones innecesarias.

Como la enfermera lo dijo, no pasaron más de dos horas para que me dieran de alta, por fin me quité la horrible bata y me puse la ropa que traía puesta cuando ingresé al hospital.

En el camino a casa, nadie dijo una sola palabra. No lo culpo, si mi hijo acabara de sobrevivir un intento de suicido no sabría que decirle, tendría que ensayar miles de veces un discurso.

Bueno, al menos ahora puedo dar por inaugurado el verano.

Infinito por PrivilegioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora