9| Olvido

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Hermione

Las enfermeras me dejaron quedar en la habitación de mi abuela, después de todo mi abuela fue una ginecóloga en este hospital y aun le guardan respeto, por lo que se me ha permitido quedarme hasta el día siguiente para cuidarla. Yo estaba más que contenta, mas la expresión aburrida de mi abuela me decía lo contrario.

— Tu madre me dejó sola porque se lo pedí, tú en cambio te rehúsas a irte. — Está furiosa y sé que está evitado gritarme para no atraer la atención de los doctores. — Deberías haber aceptado salir con ese novio tuyo.

— Él no es mi novio, prefiero estar contigo, abue.

— Yo prefiero hablar con tu abuelo. — La veo estirar su brazo hacia el techo

Me asusta esa acción, creo en los fantasmas del mismo modo que creo en el destino. — ¿Abuelo? ¿Estás aquí? — Observo en varias direcciones — ¿Abuelo?

— No seas tonta, me refiero a que quiero hacer unas oraciones a tu abuelo. Tu presencia fastidia mi concentración, ve a la azotea a grabar los fuegos y me los traes para verlo juntas. — Me lo ordena, me echa de esa manera tan firme.

Salgo a regañadientes de la habitación, para tres pasos más tarde notar que ella es invidente, regresar no es una opción, así que subo por las escaleras hasta llegar a la azotea. El aire helado enfría mis mejillas a penas abro la puerta. He olvidado lo hermoso que resultaba este ambiente, alguna vez como paciente regular pasé mi tiempo aquí, es un jardín con varias plantas altas y áreas de recreo que aún tiene algunos adornos de navideños, hay luches enroscadas en las mesas y columnas.

Me acomodo detrás de un árbol, no hay mucha luz lo que me permitirá apreciar los fuegos artificiales, aspiro el aire que se ha transformado en el terrible aroma a nicotina.

— Hermione — Me llama una voz que me es muy conocida. — Te vi escabullirte por los pasillos del hospital, de igual manera que un ratón siendo perseguido por un gato.

Al girar sobre mis talones para darle la cara, observo a Theodore Nott que está usando una bata blanca y sosteniendo un cigarrillo en la mano izquierda. Tiene el cabello perfectamente peinado hacia un lado. Él fue mi compañero en la universidad, aunque solo duró un semestre para luego cambiarse a Medicina Humana y posteriormente trasladarse a Francia. Fue un gran amigo durante estos años, al menos no me olvidó ya que siempre me escribe por las redes sociales.

— Pensé que habías dejado de fumar. — Le recrimino.

Tira el cigarro, lo pisa contra el suelo para luego recogerlo y envolverlo en una servilleta que tira en el recipiente de basura más cercano. — Solo lo hago cuando estoy estresado. En este mes lo hecho con mucha más regularidad por culpa de la bruja que me tocó como supervisora, debí especializarme en otra cosa que no fuera traumatología.

— ¿Lovegood, es un dolor de cabeza? — Pregunto, parece asombrado porque sé a quién se refiere. — Desde que su madre se convirtió en el médico de la reina, ella tomó su lugar. Papá dice que es muy estricta con sus internos.

— Lo es — Theo mueve su cuello, sus huesos truenan. — Me ha tenido de guardia por más de treinta y seis horas. Si fuera de mi edad ya le hubiera coqueteado porque parece que no puede vivir sin mí.

No puedo evitar sonreírle y un segundo después noto que bajos sus ojos hay marcadas manchas negras, evidencia de su falta de sueño. Theo es mi mayor por un año y medio, pero ahora parece de mucho más debido a su desgaste físico.

Escuchamos voces femeninas discutir a medida que suben las escaleras de la azotea, así que terminamos por refugiarnos tras el árbol que resulta ser un pino sin adorno alguno.

Euforia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora